
El 11 de noviembre es una fecha que me encanta por varios motivos: es elegante, es histórica —ese día se firmó a las 11.00 horas el armisticio de la primera guerra mundial—y, por último, es el día de las librerías.
En nuestro país hay contabilizadas más de 3.000 y en Castilla y León cerca de 250. Según un estudio realizado por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, la tendencia en 2022 fue buena: los datos postpandemia continuaban superando las expectativas de crecimiento.
Pero en esas cifras de ventas y censos se encuentran incluidas famosas cadenas y librerías de grandes ciudades que poco o nada tienen que ver con los pequeños negocios familiares que sobreviven, como pueden, en núcleos de población de menos de veinte mil habitantes.
En estos lugares, muchos de ellos rurales, el acceso a las novedades y clásicos de la literatura está limitado a las ganas de estos negocios de continuar a flote, muchos de ellos viéndose obligados a diversificar su oferta de productos más allá de las páginas de novelas, ensayos y cuentos.
«Algunos días entran dos personas, otros ninguna». Frases como esta se han repetido en mi recorrido por estos transmisores de sueños, centros de ilusiones envueltas en palabras que, después de superar la total ausencia de público durante la pandemia, ven cómo su antigua y escasa clientela se ha pasado al mundo intangible de la distribución relámpago del gigante logístico de marras.
Librerías como Flavia, cuya propietaria recibe a los clientes con una cálida sonrisa cerca de la Plaza de la Corredera de El Espinar. En este establecimiento, fundado en 2002, podemos encontrar títulos de diversos estilos, libros de texto y consejos sobre qué es mejor para cada lector, edad y gustos. Según Flavia, que pone nombre al negocio, la supervivencia es dura y muchas veces dependen de campañas concretas que compensan el vacío de otras épocas del año. Para no quedarse atrás se subieron al carro digital creando su propia web, una agradable ventana donde se puede pedir o comprar casi cualquier libro, incluso de nuevos autores que buscan un hueco en el proceloso y masificado mercado editorial.
La ilusión por mantener a flote negocios basados en la vocación cultural y educativa de la zona que los vio nacer, es lo que transmite cada día fuerza para levantar la persiana del local, encender las luces y dar los buenos días a una jornada que, en muchos casos, será deficitaria. Porque el consumidor de hoy está abonado a la inmediatez y, de forma errónea, piensa que encargar un título a grandes plataformas online será mucho más rápido. Lo que quizás desconoce la mayoría de los lectores, es que cualquier librería puede pedir un título y traerlo casi a la misma velocidad con las distribuidoras con las que trabajan, ya sea a través de su sitio web o en el propio establecimiento.
Si la pereza de desplazarse sigue venciendo al placer de disfrutar del proceso de compra, estos lugares continuarán teniendo un futuro incierto.
Las grandes plataformas digitales que nacieron con vocación librera; y después se expandieron a la logística general, pueden llevar a la puerta de nuestra casa casi cualquier libro que queramos adquirir, y eso provoca que la cifra de negocio de estos pequeños oasis culturales baje de forma considerable. Pero quien ha sustituido por completo la compra tradicional por la digital, olvida que en esos intercambios impersonales se pierde el arte del curioseo, el placer de darle la vuelta a los ejemplares cuya portada nos anima a leer la sinopsis, la sorpresa al toparse con una edición que enamora o lo que enriquece charlar con el encargado sobre las novedades y sus recomendaciones… Esa magnífica aventura no pueden sustituirla las reseñas de brillantes estrellas amarillas.
Perderse por sus estantes un día cualquiera, sin prisas, aglomeraciones en las cajas, rotaciones constantes de títulos o imposiciones del mercado es, cuanto menos, evocador y refrescante.
Esta información es la que se esfuerza en recordar la librería decana de El Espinar, Figueredo, la primera en abrir en la localidad hace más de 30 años en la calle Molinillo. Entre sus títulos hay una gran variedad de géneros, incluso se encargan de localizar textos descatalogados o de segunda mano que sus clientes les piden. Llegan a buscar —y encontrar— ejemplares no editados en España que logran traer hasta los lectores del pueblo interesados en ellos. En palabras de Carmen Figueredo, el secreto para permanecer abiertos tanto tiempo en un entorno como el suyo es el trato cercano con el cliente y la dedicación constante. Además, sacrifican parte de sus beneficios trabajando y colaborando con instituciones como bibliotecas, la Diputación y el Bibliobús.
Lo que es más que destacable, es que los negocios mencionados y otros muchos, acogen con entusiasmo a los escritores noveles, sobre todo si son locales. Se convierten así en sus templos literarios, el altavoz de la zona que les visibiliza. Ni siquiera les importa si esos autores vienen de la mano de un sello reconocido o no. Eso es de agradecer para miles de autopublicados o de editoriales independientes, que ven infranqueable la barrera de la venta física porque las librerías de las grandes ciudades se niegan a colocarlos en las estanterías, por una suerte de esnobismo centrado en los sellos más mediáticos.
Otras, incluso, van de la mano con el escritor y acogen sus presentaciones, firmas y cuenta cuentos en el caso de libros infantiles. Todo eso, siempre, en beneficio del consumidor final, del lector, de aquel que terminará disfrutando con esas historias que, de otro modo, nunca llegarían a sus manos para colonizar después sus sueños y evocaciones.
En el mundo literario hay mucho ruido, no voy a negarlo, pero también hay verdaderas maravillas de editoriales pequeñas y de auto publicación, obras asombrosas y de gran calidad. Algo que las librerías locales han sabido apreciar y explotar gracias a su enorme vocación de servicio.
Si después saber todo esto no te han entrado ganas de ir a la librería de tu pueblo, es que no has entendido que el placer de la lectura empieza mucho antes que el momento de abrir el libro para perderte en sus páginas.