
El lenguaje es una convención. Un acuerdo entre usuarios para simplificar la relación con la realidad y con los demás; con aquellos que conforman un grupo social de semejantes. El problema reside en que el lenguaje no es neutro. En el momento en que una palabra se convierte en concepto, y se le da un valor, es susceptible de apropiación y de distorsión. Los niños poseen un lenguaje conceptual limitado. Les sirve para poner orden a las cosas. Sin ambages. Sin medias tintas. No conocen la palabra depende. Si sí, sí; y si no, no. No vagabundean entre conceptos porque su esquema mental es más sencillo; lo mismo que sus intenciones.
Palabras como libertad o progresismo han dejado de tener su función inicial de designar una situación o un anhelo o una ideología. Ahora se utilizan como medio de identificación. E incluso para agredir a terceros por su lejanía de esa convención que ha terminado por dar a la palabra un determinado valor social. O moral.
Cuando Pedro Sánchez habla de Progresismo no pretende únicamente una identificación personal o grupal, sino que además está tildando al adversario de lo contrario
Cuando Isabel Díaz Ayuso usa la palabra ‘Libertad’ como eslogan electoral lo que quiere indicar no es solo que abrace la libertad sino que los demás, los adversarios, están restringiendo todo lo que subyace y conlleva el concepto libertad. Cuando Pedro Sánchez habla de Progresismo no pretende únicamente una identificación personal o grupal, sino que además está tildando al adversario de lo contrario.
En otras ocasiones, la palabra como arma es más directa. Incluso evita el detalle, lo pormenor, lo cual es signo de pereza intelectual o, lo que es peor, de poco bagaje cultural por quien la utiliza. Fascista ha perdido su significado original. Lo mismo que machista, racista u homófobo. Esta situación supone el mismo arquetipo social que el usado por la Inquisición con el término hereje, o el que evidenciaba el franquismo cuando tildaba de rojo o masón a cualquier opositor. Muchos conceptos y muchas realidades cabían en los términos anteriores. Pero daba igual. La cuestión era etiquetar, primero, y como derivada, condenar.
Lo verdaderamente preocupante para quien esto escribe es esta segunda función –adulterada- del lenguaje. Su utilización como anatema. Y no por su carga reactiva, sino por la pobreza intelectual que conlleva. Que se generalice en una sociedad es un termómetro de cómo le va en cuanto al uso de las neuronas disponibles.
Que Isabel Díaz Ayuso utilice la palabra ‘libertad’ para identificarse, poniéndose en un primer plano; o que lo haga Pedro Sánchez cuando califica a los suyos como progresistas, forma parte del juego del uso y abuso de las palabras, de los conceptos, para la autoafirmación personal o grupal. No veo nada malo en ello; salvo que se caiga en la tentación –y ya se sabe que la mejor forma de superar una tentación es abandonarse a ella- de creer que esas palabras son pertenencia única de una persona, o de un grupo; que supongan sus exclusivas señas de identidad. Eso sí que resultaría a la postre peligroso.
¿Quién se siente con el poder y la autoridad de un demiurgo para repartir carnés que habiliten a la utilización de palabras y conceptos?
Les confieso que siento sintonía personal por dos personas que recientemente han recriminado veladamente a Ayuso el uso y abuso del eslogan libertad en su campaña. Después de leer una y otra vez sus artículos no encuentro en dónde reside el problema. Salvo que tan identificados estén con el concepto que terminen por apropiárselo sin gustar que otros penetren en tan restrictivo club. Me ha sorprendido, eso sí, una frase de Antonio Muñoz Molina, uno de los autores referidos, en su artículo en Babelia, que reproduzco: “Las palabras son un material barato y sometido a un uso constante, y por lo tanto a cualquier abuso. Y como pueden llegar a mancharse tanto de mentira y vacuidad es necesario un proceso constante de recuperación, de limpieza, de lavado”. Madre, qué peligro. ¿A quién debe atribuirse esa labor de recuperación, de limpieza, de lavado? ¿Quién se siente con el poder y la autoridad de un demiurgo para repartir carnés que habiliten a la utilización de palabras y conceptos?
En ‘Alicia en el País de las Maravillas‘, dice Zanco Panco a Alicia: “Cuando yo uso una palabra, quiere decir lo que yo quiero que diga… Ni más ni menos”; “La cuestión -le replica Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”; “La cuestión -zanjó Zanco Panco- es saber quién es el que manda”.
Que vivan las palabras en el grupo social; que sea este quien decida, en un proyecto interno silente y continuo, el valor convencional de ellas, y la autoridad de quien las utiliza. De todas las palabras. Que no se las encierre en un arca de la alianza para uso de unos pocos. Tan lícito es que un partido democrático, como el PP, utilice la palabra ‘Libertad’ en el 2021, como cuando lo hacía otro partido democrático, el PSOE, al proclamar en su Congreso de 1976 que «Socialismo es libertad».