Lerroux y El Rosario

17 de julio de 1936. Alejandro Lerroux, se encuentra veraneando en su casa estival —conocida como El Rosario— de la zona de Gudillos en San Rafael. Las noticias que le llegan hacen que suba a su coche y salga en dirección a Portugal. Tenía 72 años y así comenzaba su exilio antes de estallar oficialmente, el 18 de julio, la Guerra Civil. En esos momentos de incertidumbre probablemente le hubiera fusilado cualquiera de los dos bandos. En las tres semanas siguientes los enfrentamientos en el Alto del León fueron durísimos. Tiempo después Azaña, tal vez en un guiño a este suceso decía: “El Estado se derrumbó el 17 de julio… y el que más y el que menos engrasaba su coche para fugarse”. Y es que Lerroux fue uno de los grandes protagonistas de la política nacional en el primer tercio del pasado siglo XX. Desde luego, nunca pasó inadvertido ni por su lenguaraz dialéctica ni por sus escorzos políticos que le llevaron a rondar partidos de izquierdas y de derechas. Lo contradictorio era capaz de unirse y justificarse en la alquimia de su pensamiento político. Clamaba en 1906: “Alcemos los velos de las novicias y elevémoslas a la categoría de madres”. Con esta presentación no puede extrañar que su bagaje político incluyera la fundación del Partido Radical y periódicos con cabeceras que predecían su línea editorial; El Intransigente o El Radical. Incluso Unamuno decía de él: “Lerroux es republicano para que los demás dejen de serlo”.

Fue un personaje contradictorio. Un ejemplo tal vez sea su contumaz ataque contra la Iglesia de la que decía que “se apodera de las herencias, catequiza a las hijas de los ricos y las hunde en los monasterios”. Y añadía: “Para construir la escuela hay que derribar la iglesia” Una anécdota: en San Rafael, cuando algún chiquillo iba su casa con la hucha de dádivas pidiendo donativos para el mantenimiento de la ermita del Carmen, Lerroux contestaba: “Para la iglesia no te doy nada, pero para ti, toma, cinco pesetas”. Y el chaval, se iba tan contento. Un pensamiento que se contradice no solo con el nombre de su hotel de San Rafael, El Rosario, o con la devolución de sus prerrogativas a los jesuitas, también con el hecho de que, en 1949, según Martín Alarcón, su cadáver fuera amortajado con un hábito religioso. Lo paradójico no es patrimonio único de la política actual.

Sus visitas a San Rafael no eran precisamente discretas. Al llegar a su hotel a principios de verano, pagaba de su bolsillo un espectáculo de fuegos artificiales. Además, en aquellos días los motores de los Hispano-Suiza oficiales rugían en la polvorienta travesía de la colonia. Ya está aquí, se decían unos a otros. Incluso los periódicos de la época, también El Adelantado de Segovia, recogieron la noticia de su nombramiento como hijo adoptivo de El Espinar. Y es que, en junio de 1934, una comisión del ayuntamiento fue recibida por Alejandro Lerroux en las casas de El Rosario y en presencia del ministro de Marina, Rocha García, le dieron traslado del acuerdo. Agradecido, contestó.

De aquel hombre polémico y contradictorio queda muy poco en San Rafael. Tuve la oportunidad de hablar de ello con Aurelio Fernández Lerroux, su sobrino nieto, hace unos años. “Después de la guerra, en la casa [El Rosario] no quedaron ni las cazuelas” me confesaba con amargura en su despacho de abogados de Madrid, presidido por el retrato del político y una enorme bandera republicana.

Efectivamente, hoy de aquella finca apenas quedan las ruinas expoliadas de varias casas. En el jardín botánico se arremolinan las zarzas, ya no hay farolas ornamentales y de las esculturas y fuentes que lo presidían, solo quedan los restos de un mascarón con volutas y una escalinata de jardín urbanísticamente protegida de forma parcial. Poco. Todo duerme un sueño de desidia engarzado a la figura de un hombre que, a pesar de los vaivenes políticos y sus excesos dialécticos, fue una figura clave de la convulsa vida pública de España en los albores de nuestra guerra civil, llegando a ser jefe de Gobierno y ministro en varias ocasiones.