La voluntad y su triunfo

Cuando Schopenhauer elaboró la teoría de la voluntad lo hizo pensando en la libertad humana, de todo el género humano; no en la voluntad que se impone a los demás, sino la voluntad que rompe prejuicios, dogmas, creencias ancestrales: no es una voluntad opuesta a la razón, sino nacida desde la esencia racional del ser humano; que se antepone a cualquier principio inmanente: es la voluntad que debería hacer al ser libre, y que solo el ser humano puede desarrollar. Cuando no ocurre así, y tantas veces no lo es, surge un pesimismo antropológico o la frustración como eje de la existencia humana. Schopenhauer liberó a la filosofía de todo principio idealista, pero al establecer los límites en la realidad de la voluntad, de la libertad, remite a un pensamiento determinista y pesimista fundado en el sufrimiento y el dolor propios de la existencia humana. O eso o la nube que encandila pero engaña a la razón de la propia existencia. Todo es cuestión de elegir.

Nada tiene que ver ello con el Volkgeist; nada con la regulación temporal de la convivencia humana —superado el oxímoron del derecho natural de los clásicos—; nada con el sentimiento sin más de los instintos, que como los prejuicios, como los dogmas, encadenan al ser humano, no lo libera. Tampoco los libera la soga férrea de los genes, de lo que debería ser su tendencia natural; al fin, uno es uno a pesar de sus circunstancias, de su predestinación: de colectivo, de raza o de género. Ese es el principal desarrollo de la voluntad: lo que hace al ser libre no es la predestinación sino la voluntad de ser en sí mismo que se deriva de su condición racional. Y que por lo tanto le debe conducir al libre albedrío con el solo límite en el devenir convivencial de la voluntad de los demás; no de dogmas, no de prejuicios, no de fatalismos. Es fácil domeñar a un ser inerme, sometido; es imposible a un ser humano racional en el que la voluntad lo hace dueño de su destino.

Schopenhauer tuvo la grandeza de introducirse en la naturaleza del hombre antes que someterse a un idealismo metafísico que solo descansa en teoremas o en dogmas. Puesto que el ser humano en su totalidad es solo el fenómeno de su voluntad, nada puede ser más absurdo que, partiendo de la reflexión, ser algo distinto de lo que en verdad se es. El mundo, yo mismo, soy la representación creada de mí mismo. Qué mejor metáfora de la voluntad que el ver a alguien a quien los genes le han jugado una mala pasada intentar ser lo que en verdad siente y quiere ser.