Miguel Jaime
A contracorriente del moralismo en boga se acaba de inaugurar una universidad en los Estados Unidos, la Universidad de Austin (AUTX), que tiene como objetivos “el reto de pensar y la valiente búsqueda de la verdad”. Para ilustrar este reto baste con recordar la dimisión forzada de la rectora de Harvard, la universidad número uno del mundo, por ampararse en la libertad de expresión para no actuar en contra de la celebración del ataque terrorista de Hamas el 7 de octubre en las redes sociales de su universidad. Cosas similares ocurrieron en otras universidades. En España, las acampadas habían sido lo más llamativo hasta que algunos claustros han empezado a pronunciarse oficialmente en sintonía con la rectora dimitida. Estos episodios, que en su conjunto deben inscribirse dentro de lo que he llamado Barbarie 2.0 (El Adelantado, 16/02/2024), comparten un espíritu moralizante común relacionado con la impecabilidad.
Las universidades occidentales son ahora epicentro de reivindicaciones justicieras más éticas que racionales. Si bien es cierto que las universidades comenzaron en madrazas y monasterios, fue la objetividad ilustrada occidental la que las reorientó hacia la ciencia y la vida, alejándolas de la religión y la contemplación. En Occidente, ahora, un impulso moralizante cuasireligioso acorrala al afán científico, ese que se alimenta de la búsqueda de la verdad, la libertad de pensamiento y la duda. Muchas universidades de nuestro entorno cultural prefieren hoy moldear moralmente a sus estudiantes, profesores e investigadores antes que investigar y aprender.
El que las universidades atendieran a los conflictos culturales de su tiempo fue un gran avance modernizador. Sin embargo, ha sido necesario que desarrollasen metodologías para aprender directamente de la experiencia y la implementación de nuevos instrumentos, tales como la libertad de cátedra y la autonomía universitaria, para salvaguardar su rigor frente a lo circunstancial y lo cotidiano. Ya a mediados del siglo XVII Thomas Hobbes decía que en Inglaterra “las universidades han sido para la nación lo que el caballo de madera fue para los Troyanos” (Behemoth, Diálogo 1), porque estas se centraban sólo en el pensamiento clásico y no en el de su presente histórico. En tiempos de Hobbes el reto era separar la universidad de la regurgitación especulativa de saberes añejos y acercarla a la vida. Hoy el problema se ha invertido.
En la universidad se ha instaurado una mentalidad que mezcla lo que Rafael del Águila llamó en 2008 “discurso impecable”, con una aspiración a la pureza moral no muy alejada de la impecabilidad cristiana tradicional. En su Crítica a las ideologías (Taurus), el catedrático de ciencias políticas define lo impecable como “una ideología, superficial y autocomplaciente” en la que “todo es posible a la vez: la riqueza del pueblo y la solidaridad sin fronteras, la moralidad estricta y la defensa de todos nuestros intereses, la paz perpetua y la ventaja estratégica”, para concluir confesando que “la proliferación de lo impecable asusta”. Esta especie de extremismo light, conocido con nombres como “buenismo”, se potencia en el presente con versiones laicas de aspiraciones religiosas tradicionales, típicas en tiempos de incertidumbre.
Las universidades impecables se comportan siguiendo principios del tipo “si somos buenos, todo se arreglará” (del Águila). De esta manera conectan con el “sentir” mayoritario de la calle y pueden esquivar, sin sonrojarse, el contraste con la historia y la reflexión: la impecabilidad, que no admite contradicciones, negaciones o dudas, legitima moral e implícitamente estos comportamientos. Hay reacciones, como la emprendida por Nial Ferguson y sus colegas en AUTX, pero son minoría y los que se atreven a denunciar la situación desde dentro son marginados o cancelados. El pronunciamiento de la Universidad de Sevilla (US), suspendiendo relaciones con las universidades con las que está asociada en Israel hasta recibir “un firme compromiso con la paz y el cumplimiento del derecho internacional humanitario” (US dixit), tiene todos los visos de ser parte de la impecabilidad que atenaza a la academia occidental en su conjunto, salvo honrosas excepciones. Toda universidad, por definición, tiene un firme compromiso con la paz y el derecho internacional: pensar algo distinto delata menoscabo de la razón y prevalencia de la voluntad, lo cual es impecable, aunque poco académico en términos modernos.