
En la nocturnidad, desde la soledad de los corredores de fondo, mi madre y yo nos encaminamos hasta el inicio de la calle Gascos de Segovia, donde hay una colonia de gatos, muy sana, junto al ascensor. En la ciudad en blanco y negro, estos felinos son luz, amor y obligación autoimpuesta. Apenas atisbados, corren a nuestro encuentro como si fueran el séptimo de caballería, para escoltarnos en el último tramo de esa cuesta que nos deja baldados. La adelantada suele ser una gata tricolor, calicó, preciosa. La escena impresiona a los viandantes perdidos que pasan por allí. Les aseguro que el sentido del agradecimiento de estos felinos es muy superior al de la mayoría de las personas que he conocido.
La lectura de novelas distópicas solo fue anticipo. La distopía ya impera en formas múltiples de lo políticamente correcto, dentro de esta sociedad de la cancelación. En este caso, denuncio una concepción estrecha y supuestamente progresista del bienestar animal. Una gatita parda, pequeñita y vivaracha, apareció hace unos días con un cuadradito surcado en el lomo pelado. La escena, inquietante, se repitió con otros congéneres. Aquello me recordó a un film clásico del cine hollywoodiense de ciencia ficción de los años cincuenta: “La invasión de los ladrones de cuerpos” (1956), de Don Siegel. Unas plantas llegadas del espacio se apropian de las personas, cuyos sentimientos quedan anulados, para devenir en seres con frialdad extrema, clónicos. La película representaba una crítica velada contra la famosa caza de brujas impulsada por el senador McCarthy. Una llamada de atención, frente al intento de imponer el pensamiento único y destruir la diversidad.
En un principio, pensábamos que serían unas esterilizaciones selectivas de gatos; pero, nos equivocamos. El encuentro con una chica, portadora de jaula, convencida de transmitir un mensaje mesiánico de verdad absoluta, sin capacidad de dudar, me dejó aterrado. La mujer, que se presentó como colaboradora del Ayuntamiento, nos confirmó que todos, absolutamente todos los individuos de la colonia serán esterilizados en las próximas jornadas. Una metáfora de la sociedad castradora en la que nos desenvolvemos.
Una estrategia deliberada de expulsión y exterminio a plazo fijo. Si seguimos vivos, cuando pasemos por allí dentro de tres o cuatro años, solo quedará la añoranza. “Buenas noches, tristeza” tendremos que pronunciar. Los argumentos dados por esta señorita son refutables. La observación empírica me ha llevado al aprendizaje sobre cómo funcionan las colonias de gatos, organizaciones sociales muy complejas.
Me comenta que “hay coches”. Estos animales han desarrollado una gran capacidad para esquivar el tráfico; y solo recuerdo un accieee+çgbhvdente, al cual sobrevivió la gata parda que fue matriarca del clan. Mi hermano estuvo preocupadísimo, cuando aquello ocurrió; pero el animal sobrevivió, con una pequeña cojera. En cualquier caso, deberían prohibir el estacionamiento de vehículos en el primer tramo de Gascos. Muchos conductores no residentes llegan para aparcar; y, desde allí, subir al centro inmediato. La mayoría no encuentra plaza; y da la vuelta, puesto que se trata de calle ciega. Un tipo de flujo viario generador de molestias y contaminación en artería estrecha, con aceras mínimas.
El crecimiento demográfico suele utilizarse cual argumento para estas medidas. La colonia de Gascos; y, por extensión las del conjunto de Segovia, en el mejor de los casos se mantienen estables. Algunas se extinguen por si solas, a pesar de la ayuda alimentaria provista por los cuidadores de gatos. En estas tierras de inviernos duros, solo hay partos en los meses primaverales. Una mayoría de gatitos nace a comienzos de mayo. En vez de la castración total, se deben propiciar las adopciones de los animalitos más jóvenes, presentados en sociedad por sus madres al inicio del verano, cuando tienen una edad aproximada de dos meses.
La mujer que realiza este trabajo de voluntariado, supuesta animalista, comenta el peligro relativo a que los felinos suban por las escaleras a la Plaza de Artillería. Algo incierto. Las hembras adultas con una movilidad de radio corto conforman la base de esta colonia –y de todas-. En este momento, junto al ascensor, no hay ninguna aventurera de esas que incursionan en confines más lejanos. Por cierto, he admirado a las criaturas que he conocido con dicho perfil, pues suelen tener una personalidad arrolladora.
Lleguemos al meollo de la cuestión. Mi interlocutora deja caer que, además, van a construir; y los gatos ya no podrán seguir allí. La mujer infravalora la inteligencia de estos animales. Una vez que eso ocurra, los felinos se desplazarán para reubicarse de forma espontánea en las proximidades, pues ancha es Castilla. Y, si necesitaran ayuda, los etólogos podrían facilitar dicho realojamiento.
Un edificio elegante acaba de construirse en el solar vecino de la colonia; mientras, hay dos casas muy lujosas en las inmediaciones. Las obras de rehabilitación de un inmueble próximo acaban de comenzar. El centro de interpretación sobre la conducción de aguas en el acueducto romano se alzará en vecindad aledaña, donde hay un bloque de viviendas que será demolido. Asistimos a la conjunción de inversiones públicas y privadas, característica de los procesos de gentrificación. La construcción del ascensor que salva el desnivel fue el pistoletazo de salida. En última instancia, se intenta aumentar el valor inmobiliario de esta arteria, incluyente de un área aprobada de regeneración urbana. Si en estas lides, los vecinos tradicionales acaban por ser desplazados y sustituidos por otros más ricos que toman el relevo, también parece que sobran los pobres gatos ferales o callejeros. Seamos claros. Desde mi individualismo y espíritu libertario, soy poco dado a gregarismo y activismo; pero, la defensa de los más débiles siempre será mi causa. Estoy indignado.
Esos gatos ferales son entrañables y más listos que el hambre. Ellos son mis amigos, mi causa. Y todas esas gaitas relativas a si son depredadores son falsas. Apenas he visto que cacen pájaros. ¿No será que mucha gente percibe a los gatos pardos, blanquinegros, negritos, mestizos, como vulgares? De ahora adelante, en el mundo del pensamiento único, se impondrán los gatos de raza, obtenidos de forma artificial a través de cruces selectivos, como los Maine Coon, originarios de Estados Unidos, el país que nos impone modas y tendencias. Desde el doble rasero, defendemos el mestizaje étnico entre seres humanos; pero, se quiere suprimir a los gatos mestizos de la calle. Vaya hipocresía.
Si hacemos un símil con la distopía hitleriana, ¿avanzamos hacia un futuro en el que solo tengan cabida gatos “arios” con pedigrí? Los llamados perros vagos eran icono del centro de Santiago de Chile. Listísimos, respetados por la gente. En el Hotel Panamericano cuidaban de uno de ellos. Según me decía el encargado, aquel can era fotografiado sin parar por los turistas brasileños. Cada día, iba hasta la boca del metro, que estaba alejada, para esperar a uno de los empleados que llegaba a trabajar; y, ambos caminaban juntos hacia el establecimiento. Ya no será lo mismo, puesto que, hacia aquella fecha (2012) ya se habían iniciado las esterilizaciones.
En su libro “Gatos sin fronteras”, el conocido periodista sevillano Antonio Burgos, refiere la desaparición forzada de colonias emblemáticas de felinos en su ciudad natal. ¿Lo vamos a permitir también en Segovia? A los pies del acueducto, los gatos ferales siempre formaron parte del paisaje, en convivencia con los humanos. Algunos de sus genes tienen arraigo ancestral en la urbe, frente a una población humana donde prevalecen individuos con padres y abuelos de extracción rural, ajena a la ciudad. El cronista Antonio Ruiz Hernando refiere en su tratado sobre el urbanismo local cierta ordenanza medieval que prohibía tirar los gatos muertos a la basura. En documento conservado en el Archivo Histórico Nacional, se refiere la pavimentación de Gascos en el siglo XV. ¿No creen que, por entonces, ya vivían en el mismo sitio los gatos callejeros?
Si la autoridad competente no lo remedia, todos los gatos de la colonia de la calle Gascos ya estarán castraditos en pocos días. Su linaje habrá quedado extinguido en pocos años. Sentí muchísimo la muerte de Chita hace unos meses; ella era muy cercana y cariñosa. No obstante, uno de los gatitos nacidos durante esta primavera tiene su misma carita. Una blanquinegra ha heredado la mirada de su padre, quien, una vez dejada la semilla, se fue. Ese gato nómada, con aspecto de golfo apandador, ha contribuido con su progenie a la reducción de la endogamia en la colonia. Dos canelitos, que han crecido una barbaridad durante el verano, preservan el color naranja de Godo Viejo, antiguo macho dominante de la colonia. Lo mismo digo de otros tantos blanquitos con rabo colorado. Las tres Moisitas, madre y dos hijas, son preciosas, multicolores de trazo grueso. A día de hoy, dos de ellas ya están castradas.
En el Berlín Occidental de la Guerra Fría, reducto rodeado por territorios bajo el yugo soviético donde las libertades fundamentales habían sido anuladas, en un discurso magistral JFK pronunció “yo también soy berlinés”. Mi novela favorita es “El gatopardo”; y digo “yo también soy un gato pardo”, “yo también soy mestizo”.
Algún día, más pronto que tarde, estos felinos serán considerados personas no humanas. De la misma forma, hoy consideramos una barbaridad las esterilizaciones llevadas a cabo hasta tiempos recientes en países democráticos como India. Aquellas llevadas a cabo, supuestamente de forma forzada a mujeres indígenas, arman la trama de “Sangre de cóndor” (1969), considerada la mejor película en la historia del cine boliviano.
El poder de la palabra es mi único recurso frente a la barbarie. Si después de leer este artículo, algunos de ustedes acceden al territorio de la duda, habremos obtenido una victoria.
Cuando ve a esos pobrecitos, un vecino muy sociable siempre nos dice: “vaya gatos más lustrosos”. Sería bonito que las mismas palabras puedan salir de su boca dentro de unos años…