Caloco en silencio

Mi pueblo tiene por norte al Caloco, que desde hace siglos preside este valle y a los que en él vivimos. Ninguno es ajeno a su aliento.

Cada sábado anterior al segundo domingo de septiembre, el Caloco nos congrega en la explanada de la ermita, y luego en el Portalón, donde comulgamos con nuestros iguales en un acto solemne de arraigo con los principales valores que nos unen: el amor a esta tierra y a esta sierra, el respecto a las tradiciones, el compromiso con la fe viva de nuestros muertos, el proceso histórico del que formamos parte, la dignidad de nuestra cultura… En el Portalón todos somos pueblo y nadie falta. Este año tampoco, aunque en esta ocasión cada uno hayamos vivido este rito de forma íntima, por responsabilidad con la salud de todos, que ahora está en peligro.

Luego han seguido nueve días desconocidos, de silencio y memoria, asumidos por los vecinos con disciplina, porque es mucho lo que nos jugamos, aun a costa de reprimir los deseos generales de fiesta y de asumir el quebranto económico de los que la hacen posible. Por una vez, el sentido común se ha impuesto, consciente de que los actos colectivos, por muy merecidos y dichosos que sean, podían y debían esperar. La salud es lo primero.

Este Caloco sin festejos, pero con el sentimiento a flor de piel, nos hace aún más pueblo.