Javier de Andrés – El futsal y la táctica

El fútbol sala actual me aburre, lo reconozco. Uno de los espectáculos deportivos que más me ha apasionado en mi vida, hace tiempo que no me divierte. El rigor táctico aplicado por la profesionalidad de los entrenadores se ha comido la creatividad de los jugadores – o al menos buena parte de ella – y las reglas en vigor no incitan a los espectadores a poblar las gradas de los pabellones. Los técnicos se han formado al máximo, han evolucionado desarrollando estrategias y tácticas impensables hace años, y las herramientas de motivación que aplican son tan válidas para un vestuario como para una empresa tecnológica. Los jugadores, mientras tanto, obedecen si quieren jugar y, salvo en contadas excepciones, han perdido las ganas de reivindicar cambios que beneficien la vistosidad del juego.

Los que llenaron siempre los estadios fueron los ‘jugones’, esos que de vez en cuando se saltaban las normas, explotaban su creatividad por encima del corsé de la táctica, y revolucionaban los partidos. Estos jugadores ahora chocan con el resultadismo y el examen que pasan los entrenadores cada semana, y se están extinguiendo. En medio están los árbitros, a los que cada año les hacen modificaciones normativas que no solucionan nada en lo que al espectáculo se refiere, pero que les llenan de dudas a la hora de tomar decisiones rápidas.

Lo más importante en toda empresa que pretenda sacar un rendimiento a un producto son sus clientes. En el fútbol sala —como en los deportes que requieren de una entrada para presenciarlo— los clientes son los espectadores, y a éstos muy pocas veces se les hace caso, ni siquiera se les pregunta. En Segovia hemos vivido partidos con 2.000 espectadores en La Catedral cuando el Caja se jugaba el descenso, porque que los de casa fueran bien era muy importante, pero no imprescindible. Una parte relevante del interés por acudir al pabellón era el de ver a jugadores capaces de dar espectáculo, aunque fuera en tu contra. Ese aliciente es difícil de encontrar en la actualidad.

En unos tiempos en los que tenemos multitud de opciones de entretenimiento, terminamos decantándonos por lo que nos apetece, y lo emocional queda a veces en un segundo plano. Una pena.