El gobierno de Sánchez ha aprovechado el verano para insultar a Feijóo a ver si así pinchaba el globo de su “efecto” en las encuestas. El Presidente ya había dicho que el PP tenía nueva cara, pero la vieja cruz del bloqueo; pero como la incomprensible no renovación judicial o la votación en contra de las medidas urgentes no parece pasarle factura a los populares, ha mandado a los ministros a llamarle vago, extremista y mentiroso.
Sacar un insulto en lugar de una piedra fue el inicio de la política, sin embargo, no deja de ser una falacia emocional con formato de argumento pero vacío de contenido útil para el debate. El insulto es un sicario de bolsillo que pretende ganar al contrario sin pasar por un tribunal o por las urnas. Es un recurso político en alza desde la irrupción de las redes y de Trump pero limitado en sus efectos. Más allá de consideraciones éticas o teóricas, esta acción es un error de estrategia del Gobierno por cuatro motivos. Primero, porque no cuaja. La sociedad no percibe al gallego como un tipo digno de ser insultado por inmoral, tonto o radical. Un funcionario aficionado al futbol y los huevos fritos, padre a los 55 y 13 de presidente de una autonomía simpática al resto de España. Un tipo discreto que huye de dar la guerra cultural a la izquierda. El mismo hardware que Rajoy pero en versión 2.0. Insinuar que Madrid le queda grande, que no sabe o no entiende puede hacerle más cercano. Un socialista llamaba “Rey de la Parilla” al Suárez de los 80. Por estar tutelado por la Monarquía decía y, sobre todo, por ser “un chuletón”, de Ávila y “poco hecho”. Luego vino Calvo Sotelo, doctor en ingeniería, directivo en la privada, políglota, intelectual, poeta…años después, uno es nuestro Washington y tiene un Aeropuerto y el otro una calle en las afueras de Logroño. Un error, en segundo lugar, porque desgasta más a quien lo dice que a quien lo recibe, en especial, a las ministras. Muchos españoles están conociendo a estas políticas como las que hacen el “recao” de comparar a Feijóo con Trump. No hay una segunda oportunidad para una primera impresión. Tercero, Sánchez es el presidente más insultado de la democracia. Sin ninguna duda. Casado, el mayor insultador. ¿Se acuerdan de lo de felón? Esta (contra)ofensiva debilita el potente relato del buen gestor que padeció los excesos de una oposición sin sentido de Estado y que arremetía contra él al margen de lo que hiciera. Era un relato lleno de datos. Cuarto, Feijóo ya viene insultado de casa. Pasó por el episodio del “narcoyate” y sabe que una cosa es que lo que diga el adversario y otra lo que piensen los votantes. Unos ven a Manny Ribera y Tony Montana y otros a un funcionario con la Nívea mal extendida en la barca de un empresario de Winston de batea. No entrarían en una fiesta de la primera ministra de Finlandia por muermos. Esas fotos le impidieron dar el salto a Madrid hace un tiempo y han generado anticuerpos.
Esta ofensiva pretendía volver a poner al PSOE liderando las encuestas y recuperar el 10% de votantes que se han pasado al PP en los sondeos. Si escarbamos en los motivos podemos intuir que son quienes consideran al popular como un gestor más fiable ante la crisis y valoran que aspire a hacerlo sin incómodos socios y desde la centralidad que trasciende las siglas de su partido. Nada de esto se va a arreglar insultando. Solo lo retrasará porque la mayoría del trabajo de bajar “el soufflé Feijóo” se hace solo, con el paso del tiempo. El enamoramiento político por novedad no dura más de ocho meses, lo que se tarda en meter la pata tres o cuatro veces delante de un micro, incurrir en un par de contradicciones y esconderse en la disciplina para acallar las diferentes almas del partido. Además de la variable tiempo, también funciona dejar que le insulte Vox, que está a media hora de llamarle separatista cuando se reúna con el PNV o socialdemócrata cuando lo haga con CS. Como las mayorías absolutas en España son, a fecha de hoy, imposibles, Feijóo tendrá que bailar una yenka con Vox y llegarán los tropezones. Otra opción es insultar el modelo. Galicia cerró una de cada diez escuelas públicas durante su gestión y con esos números fue coronado sin pasar por primarias. Pero claro, ha ganado elecciones. Lo mismo que Sánchez. Al cabo de cinco años, todos los políticos se arrepienten de los insultos personales. Y piden perdón. Llamar “modorro” a Feijóo o “vendepatrias” a Sánchez es inútil. Y desagradable. El insulto de hoy es el indulto de mañana.