He mirado por la ventana y me he fugado, es un decir, con una niña que iba en bicicleta. Después me ha distraído un vecino que también no hacía más que rascarse la cabeza. No hago otra cosa que pensar en ti, nada me gusta más que escribirte o, por lo menos, escribir. Pero hoy las musas han pasado de mí. Andarán de vacaciones.
¿Lo ves? Mi sino. Siempre llega alguien antes que yo. A mí la idea se me ocurre después. Como quiera que en literatura cuenta la manera de colocar las palabras, no paso de imitar. Tampoco quiero emular. Me pirro por ser original. Pero hoy las musas han pasado de mí. Qué frase ¿eh? Y remacha: andarán de vacaciones.
Vale, lo sabes. Lo tienes en la punta de la lengua. No quieres que te descubra que es de Juan Manuel Serrat. Si me callo no lo digo. Como el otro: “y yo sigo aquí cantando cual si no pasara nada”, ahora Pablo Milanés. Lo has notado, de eso no quiero hablar. Me divierte ver, me divierte contar, cómo la cardencha, entre el calor y los jilgueros, se queda sin semillas (¿acerté Don Juan Manuel?) o cómo se chulea la malva real (hola, Don Luis Bravo), ya de blanco, ya de rosa, a contraluz. Aunque no sean méritos suficientes todavía para adquirir la dignidad de poeta.
Pero aquí, mirando por la ventana, resulta que sí se me ocurren cosas. Cosas que no sé si caerán sobre el papel en forma de palabras, frases, párrafos.
¿Entonces a qué estamos? ¿A los bulos y al fango o a la resurrección de los cardos y las malvas reales?
Desde que hice el dibujo del tío Sentencias no hago más que ver a personas mayores inclinadas sobre su cachaba. Si lo vieran puede que me reprocharan que les caricaturizo. A ver cómo les explico que es un autorretrato, a falta del penúltimo envite de lumbago o ciática.
Tú me haces sufrir. Porque en lo que relleno el folio me preparas una tortilla de patata. Me encantan estos sufrimientos. A estas alturas mi duda existencial es si elegir la conducta más frugal que me depara aspecto escuálido o el “muera Marta que muera harta” y apretármela entera con un buen trago de vino que haga estallar los niveles de la ferritina. Tampoco tardo tanto de decidirme, soy asertivo: me como la mitad para disfrutarla dos días y que mañana puedas elegir otra tarea.
No como yo. Que en cuanto me caigo de la guitarra, de la máquina de fotos o del teclado, se me acaba la presunción de intelectual y trastabillo por la casa. Adónde vas con el calor que hace.
Tengo que hacer los baños, quitar la plancha, pasar la cocina, meter y sacar de la lavadora, del fregaplatos, pasar la aspiradora, descongelar el segundo plato, poner el brócoli, cambiar las sábanas, limpiar los cristales.
¿Te enteras, Contreras? Y eso que no trabaja, como decían mis alumnos de sus madres sin oficio, sin remuneración. Después de treinta y ocho años de cumplimiento del deber y buenas intenciones tampoco he conseguido que a las amas de casa les paguen, por lo menos el sueldo mínimo. Quién sabe si, de esa forma, habría más amos de casa. Me conformo con que los que escuchaban mi perorata, por lo menos, den las gracias cada vez que su madre les acerca una tortilla…
Tenía fe. Digo si me quito de la ventana y me pongo a escribir algo sale. Ya. Que así tampoco te dan el Nobel. Pero ya te conté la frase de José Luis Coll: “Me se (sic) importa una mierda que no me hayan admitido en la Real Academia” (EL señor Word me lo corrige y tengo que volver para atrás a ponerlo mal: el Coll, que era un gracioso.)
Ahora, cuando termines de leerme, sentiré el pago justo si sonríes, incluso si me dices que no está mal. Entonces sabré que todavía me falta trecho para llegar, Gustavo Adolfo Bécquer primero, Luis Cernuda mediante, a “donde habite el olvido”. Mejor si lo canta Morente, que no Morante.