
9:07 am. A finales de enero del presente. En algún establecimiento hostelero, el aforo limitado; alguna localidad al sur de Segovia.
Distraía y alargaba el tiempo dentro del bar ya que lo de fuera invitaba poco a salir y padecerlo y me puse a mirar viejas fotografías enmarcadas que colgaban de la pared. Una fonda en un cruce de caminos que ahora es hamburguesería, alguna ermita desaparecida, el inevitable 600, vecinos del pueblo trabajando de figurantes y caracterizados para una de las películas que allí rodaron exteriores, también fotos de un color indefinido entre el sepia y el blanco y negro en donde se apreciaban nevadas de tiempo atrás. Estaba absorto reconociendo los lugares y las construcciones, lo que está y lo que no está (qué lamentable pérdida esa publicidad en las paredes hecha de azulejos). Y el año… qué más da. Salí del ensimismamiento porque desde atrás llegó un comentario certero: “Esa fue una nevada de cojones”. Aunque la unidad de cálculo era algo imprecisa me quedó claro a qué se refería -visto como se amontonaba la nieve por doquier-. Sin embargo no sería yo capaz de convertirlo en qué tipo de alarma ni de qué color equivaldría a fecha de hoy.
Antes las nevadas eran como eran y para calibrarlas se usaba poca variedad de acepciones. Llegaban, se aceptaban sin aspaviento -ya fueran grandes o pequeñas-como parte del ritmo de la vida y cuando llegaban días algo más tibios la nieve se iba y hasta la siguiente. Y lo mismo con los veranos y con las lluvias y con todo lo demás.
Ahora vivimos un tiempo de exageración, de hipérbole. Instalados en la alerta o en la alarma. Hay alerta por calor, por frío, por viento, por polen, por lluvia, por sequía… No hay un solo día en el año que no tenga una alerta de algo. Y cada alerta con sus colores correspondientes; con lo cual si al final algo es grave o menos grave es amarillo o naranja.
Hay una aspiración a medirlo todo y después a exagerarlo. Y por supuesto a compararlo indefinidamente para al final llegar a la conclusión de que pasa lo que tiene que pasar: que es lo que siempre ha pasado (un poco más o un poco menos). Pero lanzada la alerta, consecuentemente, alertamos al paisano, el cual, como es normal, anda poco avisado y las primeras alertas se las cree pero cuando es cosa de todos los días afloja la vigilancia. Y así pasa que cuando viene algo gordo el paisano mencionado piensa que la cosa no será para tanto, como pasaba en el cuento y de vez en cuando era de verdad de la buena, y se lía. Al que le escribe, particularmente, y lo digo con humildad, le confunde tanta alerta para al final concluir que en El Espinar se prevén 30 grados a final de julio o menos 7 grados en Cuéllar a mediados de enero. Ya verán Vds. como pasará el invierno con su colección de alertas y vendrá la primavera con sus florecillas y demás y será el polen lo que vendrá con alarma. Y las lluvias de abril, y las fogatas de San Juan…
Me preocupa que con tanta alarma y tanto colorín estemos en severo riesgo de perder dichos y refranes de enorme precisión como el que relaciona el frío con la altura de vuelo del grajo. Y tantos otros.
Esta tendencia a la hipérbole lo inunda todo; el lenguaje hablado también. Son tiempos, en los que se escuchan barbaridades y perogrulladas aumentadas a todo pasto. Es cuestión de encender la tele y se escuchan las explicaciones o las afirmaciones más disparatadas sin que salte ninguna alarma. La Tierra es plana, a la Luna no hemos ido, el Covid no existe o incluso se promete que el recibo de la luz bajará… y la cosa sigue con iglesias maradonianas y demás. Todas estas cosas no se miden; algunas por su originalidad se instalan en el lenguaje informal cambiando el candelero por el candelabro, por ejemplo. Y pensé, con tanto avance científico, si habrá alguien trabajando en un ‘Tontógrafo’ que tirando de alguna clase de logaritmo creado por dos chavales de California (porque suelen ser dos y de California) sea capaz de medir el nivel del dislate y les aplique también un color. Por alguna razón esto no interesa y no se desarrolla. Alguno podría estar en alerta casi permanente.