Geografía madre de la historia

A decir de muchos la geografía es madre de la historia y los asentamientos, comportamientos y migraciones humanas vienen explicados por la dureza o amabilidad del terreno y así ha sido durante milenios. Esto cambió a partir de la revolución industrial del siglo XIX ya que los mismos comportamientos humanos venían dados por la cercanía a las fábricas.

El hecho es que, para un lado o para otro, pero el humano se mueve. La historia de la humanidad es un relato de viajes y migraciones desde un origen hasta un destino donde se pueda vivir y construir un futuro. Y esto nada tiene que ver ni con lenguas, ni con religiones ni con nacionalismos.

Una decisión personalísima hace días abrió frontera y provocó entrada en tromba de personas en la ciudad de Ceuta. Porque Ceuta es Europa, clave del asunto. Y de Europa se cuentan muchas cosas, algunas demasiado buenas, lo que genera el interés, a veces suicida, de llegar, asentarse y prosperar.

Si dejamos de lado la evidente maniobra política merece la pena pensar (quizá temer) qué es lo que está pasando y va a pasar. “In illo tempore” la cosa era encontrar caza, frutos que comer y clima benigno, lo que generó un centro del mundo con costa en el Mediterráneo y en el Adriático; esto atrajo a personal de todo lugar. Y eso duró milenios. Siglos más tarde, esa tierra fértil, ese clima agradable, dejó de ser suficiente y la prosperidad estaba asociada a lo fabril y la capacidad de organización e, irónicamente, países receptores de gentes durante siglos eran emisores de mano de obra para esas fábricas del norte de Europa. Ayudó bastante en el “empuje hacia el norte” la pérdida de colonias, gestiones desastrosas de los gobiernos, organizaciones de los países muy apolilladas que tendían a perpetuar regímenes obsoletos o una concentración de la riqueza en muy pocas manos.

Por lo que difícil es pensar que haya alguien que se pueda considerar genuino “producto nacional bruto” en este sentido de la palabra y sin ofender. Todos venimos ya muy movidos ancestralmente. Y muy mezclados. Por lo que una defensa demasiado a ultranza de los de “aquí” y los de “allí” puede ser sencillamente un anacronismo.

Vivimos ahora en una penúltima revolución industrial que, de nuevo, ignora los climas y los accidentes del terreno; tiene que ver con la concentración de talento el cual genera riqueza y es comprensible (es instintivo) que el humano quiera competir y conseguir un pedacito de esa opulencia que puede verse por internet desde cualquier punto del planeta.

La solución no va a ser subir los vallados ni amontonar soldados en la frontera. Tampoco parece ser que haya planes para industrializar vastas regiones de África y de América Central para fijar población. Es más, parece que el único “negocio” que se deja ver es la compra de materias primas por la adquisición de minas y hectáreas de terrenos por parte de naciones y empresas que luego procesan en sus países lo extraído. Ese sistema genera para los locales unos ingresos muy a corto plazo con salarios miserables. Queda también abandonada la funesta idea de intervenir en los gobiernos (aunque sea con ambición paternalista).

La geografía que encuentran estas personas allí donde nacen es hostil, más hostil cada vez por el cambio climático, por lo que cabe esperar, lo enseña así la historia, que se vayan y busquen lo que les falta.

Posiblemente haya alguna solución que al que escribe se le escapa y me conforta pensar que en nuestra potente Europa ya están pensando en ello. Se está viendo claramente.

Y ante alguna ambición lunática que pueda aparecer de quien merece más o menos dejó escrito Francisco Brines (q.e.p.d.): “Somos el misterio que existe entre dos nadas”.