Gentrificación en la calle Gascos de Segovia

Un titular resume el trauma urbanístico sufrido por Gascos en el inicio de la década del sesenta: la calle robada. Esta rúa antiquísima de Segovia, con trazado medieval, quedó arruinada, tras actuación faraónica con gusto estético dudoso para alumbrar la Plaza Oriental.

Según consta en documento, una pavimentación fue acometida durante la época de los Reyes Católicos ¿Los cantos rodados que componían la calzada cuando yo era niño databan de aquel tiempo? Los surcos eran aprovechados para juego de navegación con cáscaras de nuez cuales barquitos, ante cualquier lluvia estival. La leyenda del Cristo de los Gascones tiene sustrato real. Las ciudades de la Extremadura castellana echaron a andar cuales enclaves rodeados por entorno campesino. Las minorías étnicas fueron germen de vida urbana y génesis de la futura burguesía: judíos y francos, también llamados gascos o gascones por su procedencia regional.

La calle Gascos arrancaba a escasos metros de los arcos del acueducto romano, como prolongación natural de la calle Real en un eje vivo; mientras el callejón adyacente encandilaba a los pintores. En su “Guía de Segovia”, el Marqués de Lozoya añoraba el carácter pintoresco del conjunto derruido. ¿Por qué la piqueta impuso su ley? La dictadura negaba el derecho a la ciudad; y primaba el desarrollismo, como en la China actual que no impide la destrucción de los “hutong” de Beijing. Se trataba de dar fluidez al tráfico viario que cruzaba el monumento.

La actuación referida atentó contra el principio de equidad intergeneracional: destrucción del paisaje urbano y merma en calidad de vida de los vecinos, aterrados ante su hundimiento orográfico de un día para otro. Las malas decisiones pueden amargar la vida a generaciones venideras. Desde niño, aprendí a detestar esas malditas escaleras, obstáculo insufrible para mis abuelos en su vejez. Una frontera erecta para deshacer la ciudad.

Mi abuelo era propietario de un edificio de arquitectura tradicional segoviana, que aparece en varias postales de las primeras décadas del siglo XX –antigua Gascos 11. El premio a la rehabilitación del inmueble fue su expropiación apenas unos años después, con indemnización paupérrima incluida. De forma proporcional, los inquilinos salieron más beneficiados bajo el paternalismo franquista. En la Guerra Civil, cuando sonaban las alarmas que anticipaban los bombardeos, todos se encaminaban al refugio, situado en una especie de covacha que todavía permanece. Sin embargo, mi bisabuela Elena Santiuste García, cincuentona por aquel tiempo, nunca abandonó la casa solar, cual suerte de “nobleza obliga”. Algunas informaciones han referido hechos similares en la Ucrania invadida por los rusos. Lo que no consiguieron las bombas, fue logrado por munícipes hacedores de distopía.

En la ciudad sudafricana de Kimberley, que fue “boomtown”, existe un gran agujero, donde bien parece que cayó un meteorito. En realidad, se trata del yacimiento exhausto de diamantes más grande del mundo. Una crónica reciente de “El Adelantado” refiere el “fondo de saco” de Gascos, auténtico monumento a la fealdad aledaño a la Plaza de Artillería. Se pretende edificar un equipamiento público; pero “aunque la mona se vista de seda, de mona se queda”. Cuando yo tenía cinco o seis años de edad, mi abuelo me contaba que, como antiguo propietario expropiado, le correspondía una parte del solar-foso. Cuántas veces me lo repitió. ¿Otro engaño propalado por el Ayuntamiento de la época?

Si dirigiera mi octavo curso sobre Urbanismo en la Escuela Complutense Latinoamericana, Gascos sería estudio de caso. La gentrificación consiste en un proceso de transformación de barrios cercanos al centro de la ciudad, que incluye la expulsión de la población tradicional, sustituida por residentes con mayor poder adquisitivo. Factores de oferta y demanda se solapan. Planes de ordenación urbana, inversiones en infraestructuras y otras actuaciones públicas arbitran el “big bang”, cual pista que posibilite el aterrizaje de los constructores privados. El objetivo consiste en aumentar la rentabilidad del suelo edificable, fundida con la existencia de casas antiguas no reformadas. En paralelo, aparecen los “pioneros” llegados a inmuebles desvalorizados con rentas bajas para inquilinos. Artistas y artesanos suelen ser colectivo participante: un pintor abandonó su taller en Gascos por el confinamiento pandémico; pero, unos jóvenes productores de vino han tomado el relevo. Los estudiantes del IE completan el “combo”; y, una bandera pirata simboliza la conquista del territorio comanche. Gascos, tan cerca del Acueducto, ya tiene toque “fashion”. ¿Llegará un restaurante de sushi?

Las medidas para inducir una gentrificación de manual en la calle Gascos de Segovia se iniciaron vía PEAHIS, con área de regeneración urbana que habilita edificación de viviendas de lujo. La caja de Pandora se abrió con la urbanización primigenia en la finca de mi abuelo –propiedad malvendida en 1989 que ocupaba más de media calle- en los inicios de los años noventa. Se abrió la brecha entre la acera “rica” y la vereda “pobre”.

Las inversiones públicas en infraestructuras auspician la revalorización del suelo urbano. El ascensor que salva el desnivel ha llegado demasiado tarde, dentro de una operación al servicio de vecinos futuros. Como colofón, el Gobierno Municipal pretende construir un “Centro de Divulgación del Acueducto y de la Cultura del Agua”, para aumentar el glamour del entorno. Los “centros de interpretación” me parecen algo banal, máxime si llevan nombres tan largos.

¿Saben una cosa? El edificio frente a las escaleras que será demolido me gusta. Su aire “kitsch” lo hace atractivo en emplazamiento surrealista. Chapuza es término con difícil traducción a otros idiomas; y eso fue la reforma de la actual Plaza de Artillería. El gran hoyo debería preservarse como memoria histórica de un desatino, igual que no fue derribado el único edificio superviviente de Hiroshima.

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(*) Profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid