Finito

Finito fue uno de los personajes segovianos de la mitad del siglo pasado más simpático, amable, buen profesional, cariñoso y a la vez el más juerguista y «traca» que he conocido. Su nombre era Emiliano Matesanz Garrido y en su juventud había tenido veleidades taurinas por afinidad con un hermano que fue torero; esa vocación la abandonó para dedicarse plenamente a la hostelería, pero era tal su afición por la fiesta nacional que en llegando la feria de Sevilla, la de San Isidro u otra feria de postín, sin encomendarse a dios ni a la diablo, allí se dirigía, desapareciendo de Segovia y no volviendo a aparecer hasta pasados diez o quince días. Por si fuera poco esta inclinación a la tauromaquia la completaba con su afición al cante jondo y al baile flamenco distinguiéndose por ejecutar bien esas canciones y taconeando con muy buenas maneras, totalmente como si fuera un profesional. En cuanto a su forma de vestir siempre iba trajeado con auténtica pulcritud.

Tal era su obsesión por los toros que llegó a vender joyas, prendas, mantones de Manila y el ajuar de su santa mujer, llamada Vicenta San José Fuentetaja, para irse de cuchipanda a las más diversas ferias. A su regreso después de la bronca de rigor por su mal comportamiento, la Vicenta le acogía con cariño por el acendrado amor que le tenía y porque el carácter de Emiliano era de una ternura irresistible que se hacía querer.

Por otra parte cuando desaparecía de Segovia, era Vicenta la que se quedaba a cargo del establecimiento que por entonces regentara Finito. Vivían en la casa grande de la calle Caño Grande y siendo Finito un manirroto a veces fueron tan dramáticas las penurias que pasaron que eran los vecinos los que tenían que proporcionar comida a Vicenta para su subsistencia.

En finito se daban las más peregrinas contradicciones que le afectaron, por otra parte no solo era espléndido sino que incluso era caritativo lo que hacían de él un hombre bueno, esto dio ocasión a que muchas veces le engañaran.

Durante la Guerra Civil, un panadero le embarcó para traer de estraperlo una camioneta de trigo para repartirse los beneficios al cincuenta por ciento. Finito hizo todo el trabajo de cargar y jugarse el bigote pero hubo suerte y la operación salió bien. A la hora de repartir las ganancias, el panadero se quedó con los beneficios y Emiliano se quedó «in albis», lo curioso del caso es que siguieron siendo amigos.

Por esta época en cierta ocasión se agenció un par de soldados y una camioneta del ejército para ir a un pueblo a por patatas que estaban racionadas y por tanto era estraperlo sancionado gravemente. Al regreso pararon en un bar de carretera a tomar un café. Al salir del bar Finito ve que una pareja de la Guardia civil está husmeando el camión que llevaba el contrabando. Al verles se sorprendió pero rápidamente reacciono llegando a ellos y diciéndoles: ¡Pero hombre de dios, como se les ocurre a ustedes fumar al lado de un camión cargado de pólvora! La pareja con la cabeza gacha se retiró avergonzada y Finito salió de allí incólume como alma que lleva el diablo.

Con su simpatía y buen hacer no le faltaba nunca algún bar que regentar pero por mucho dinero que ganara todo lo despilfarraba. La Vicenta lo soportaba y lo sufrió con paciencia franciscana durante su matrimonio con Finito.

Claro que muchas veces se encontraba en paro forzoso. Como en el fondo era buen trabajador y mejor profesional, en los veranos se recorría muchos pueblos que estuvieran en fiestas, como Cuellar, Sepúlveda, Cantalejo, etc. y si caías por allí no era raro encontrártele trabajando en cualquier ambigú improvisado.

En la última parte de su vida algo sentó la cabeza y regentó sucesivamente la cantina del regimiento, el bar-restaurante del Palacio de Riofrío y el Bar Correos, éste con un socio que se llamaba Victoriano Villar. Funcionó muy bien este bar y recuerdo que por la década de los 60 haber celebrado varias veladas en este bar con Maximiliano Fernández García (antes de ser alcalde), Cirilo Rodríguez García (antes de ser periodista) que eran dos buenos contertulios y mi persona a las que se unía Finito que con su gracia y simpatía animaba la reunión.

Primero falleció Villar, después Emiliano y por ultimo Vicenta, quedando el negocio a cargo de los hijos de Villar ya que el matrimonio de Finito no tuvo hijos ni herederos.