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Félix Albo, el de la picaresca catártica

El martes por la noche, mientras España se enfrentaba a Francia en la semifinal de la Eurocopa, en el patio de la Casa de Abraham Senneor también había fútbol. En este caso de fútbol siete, aunque el equipo del que Félix Albo cantaba las gestas solo tenía cinco integrantes, y aún así, era un gran equipo: el Valenciano, el Johny, el Rulo, el Flaco y el Chino conseguían acogotar a sus rivales (en sentido figurado y en sentido literal) de modo que estuvieron a punto de hacerse con la liga infantil de Alcalá de Henares en un año cualquiera de los ochenta. El Johny, el Rulo, el Flaco y el Chino son, junto el propio Albo (el Valenciano), los singulares personajes del último espectáculo de Félix Albo: Faros. Fuimos náufragos. En esta nueva trama, el narrador mediterráneo narra en primera persona su supuesta participación en un proyecto piloto (dentro de un piso piloto) para chavales medicados e institucionalizados (en este caso tutelados por la administración y por un educador social) por diversas circunstancias y que vivirán todo tipo de situaciones al margen de la ley, de lo socialmente admitido y de la normalidad.

Félix Albo recurre a la técnica de la narrativa picaresca de utilizar el punto de vista de un niño de mirada inocente para destapar las vergüenzas de nuestra sociedad en lo que al cuidado de los más vulnerables se refiere. Este primer paso en la enunciación le permite jugar con los dobles sentido y la polisemia, dos recursos de los que es maestro, como el hecho de dejar comida y bebida al “camello” que iba a llevar la “hierbabuena” para elaborar el menú que permitiría mostrar el éxito del proyecto de integración social de estos menores a las instituciones que lo apoyaban (Guardia Civil, Iglesia y Asuntos sociales de la Comunidad de Madrid). Pero esta vez, va más allá y estos equívocos lingüísticos los lleva al inglés que está aprendiendo el educador social y que practica cada vez que pregunta a los chicos “on-de-vas”. Y todavía va más allá, porque hace de los gestos asociados a los distintos personajes, como el movimiento circular de brazos del educador social para indicar a los muchachos que ellos mismos deben buscar sus propios recursos o el las bofetadas del Chino como comunicación interpersonal en lo bueno y en lo malo, otro lenguaje de equívocos que además dota de ritmo a la contada.

La trama surrealista adulterada por el sentido literal que el “yo niño” interpreta de las expresiones figuradas, unida a esa capacidad de generar risas desde el primer momento de la actuación con los ejercicios de disociación iniciales que rompieron la barrera entre narrador y público, colocaron a los escuchadores al límite de la lágrima -paso siguiente tras las carcajada desencajadora- y justo ahí, Félix Albo frenó en seco y sacó el espejo crítico y la razón social a la que siempre envuelve su ternura. Frente al espejo, el público se dio cuenta de que aquello de lo que hablaba el valenciano no tenía gracia, que, de hecho, era uno de los mayores fracasos de nuestra sociedad: denominar a los niños como menores, y más que protegerlos, condenarlos.

Tras este mamporro contra la realidad, el escuchador,  cual nuevo lector del Lazarillo de Tormes, puede quedarse con las anécdotas, los chistes o la crítica al poder, pero también puede ir más allá, puede reflexionar sobre quiénes somos y qué hacemos como sociedad, incluso puede emocionarse y soltar una lagrimilla, esta vez de compasión, por esas infancias truncadas y perdidas en un mar de escombros que esperan un faro que les indique el camino hacia el hogar.

Visto así, no es de extrañar que la emoción embargase a Félix Albo tras recibir los aplausos y el reconocimiento del patio (no tan lleno por cuestiones futboleras). No es de extrañar, porque lo que ocurrió el martes fue una auténtica catarsis colectiva que demostró por qué es importante la Literatura, en este caso, la Literatura oral.

En cuanto a la sesión de hoy, esta tiene algo de remembranza, ya que fue precisamente Quico Cadaval quien abrió la primera sesión de la primera edición del Festival de Narradores Orales, cuando hasta había sitio si se llegaba tarde y las sillas tan solo ocupaban un tercio del patio.

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