Pertenezco a una generación puente entre dos concepciones antagónicas sobre la gestión de la economía familiar. Sólo puedo hablar desde el ámbito de mi origen: el de un pueblo pequeño, habitado por familias agrarias en su mayor parte.
La generación de mis padres se guió, sin libros y sin manuales de supervivencia, por unas pautas mantenidas durante muchos siglos, algo que opera en favor de su idoneidad y que serían como las columnas que sustentan el edificio de una existencia acertada.
Una de ellas es la austeridad. No confundir con la mezquindad, el racanear o escatimar. La austeridad entendida como exclusión de lo superfluo, de lo innecesario, de la mala calidad. Como aplicación en cada gasto de los principios de la mesura, la proporción y la economía. Todos hemos conocido a personas austeras cuyos rostros emanaban felicidad. Ejercitar la austeridad no equivale a pasar por privaciones o a conformarse con cualquier cosa, ni tampoco en renunciar a las celebraciones especiales, por ejemplo.
Otra columna del edificio es la del ahorro. El ahorro es una de las consecuencias de una economía familiar planificada con sensatez y responsabilidad. Y su finalidad es la previsión y el progreso. Dado que los tiempos pueden cambiar a peor, como vemos en la realidad, es en estos casos cuando las familias ahorradoras pueden hacer frente a circunstancias adversas. Y contar con este respaldo es algo que proporciona tranquilidad, seguridad y confianza. Y por tanto, felicidad.
Otra columna representa el concepto de transmitir a los hijos algunos recursos para que emprendan una vida mejor. No como única finalidad de las dos pautas anteriores sino como complemento. Hasta el S.XXI, cada nueva generación, debido a esta pauta, podía vivir un poco mejor que la anterior. Y esto se vio que era bueno.
En apoyo de lo antedicho, podríamos mencionar también aquella antigua norma que establecía: Nadie puede comprometer a los que están por venir. Hoy nos reímos de esta antigualla: la deuda de España se sitúa en estos momentos en 1.613.043 millones. Esta cifra supone que la deuda alcanzó el 108,9% del PIB. Estos datos implican que todos los españoles deberíamos trabajar y producir durante más de un año sin percibir ninguna remuneración. Y, además, supone asimismo que cada español que nazca, mientras no se pague esa cantidad, tiene adjudicada una deuda individual de 33.760 euros desde el minuto uno de su existencia. O sea, como en Noruega, pero a la inversa. Los niños ya no vienen con un pan bajo el brazo.
Desde la segunda mitad del S.XX se han producido cambios que han trastocado muchos cimientos, y de entre ellos, los del comportamiento social e individual. La economía empresarial es la que gobierna el mundo. Y las personas hemos pasado de ser ciudadanos, a ser meros consumidores. Y así somos tratados por las instituciones, por las empresas y, lo que es peor, entre nosotros mismos. Hemos aprendido a etiquetarnos en tiempo real en función de nuestro poder adquisitivo. Concepto que también nace en el periodo antedicho. Cuando nos presentan a alguien, el cerebro procesa en fracciones de segundo una serie de datos para averiguar el estatus económico de los que saludamos, con el fin de adoptar un tratamiento en función del resultado de esa clasificación.
Estos cambios producen muchas teorías en muchos ámbitos. Una de ellas es la de que un capitalismo descontrolado destruye las certezas y el sentido de comunidad. Sin embargo se ha presentado otra que se impone con fuerza es la que sintetiza este mensaje, que ya opera como una consigna: Si al morirte te ha sobrado dinero, eso es que has hecho mal las cuentas.
Un breve análisis de esta sencilla frase nos lleva a la conclusión de que se trata de otra vuelta de tuerca del capitalismo consumista.
Y cada vez más personas lo dan como certero, válido y asumible y, en consecuencia, se ponen manos a la obra. De forma colateral y tal vez como consecuencia de este vendaval, también se comprueba que la profesión de psicólogo está alcanzando un éxito profesional sin precedentes en nuestro país. Y aparecen trastornos como el FOMO, por ejemplo. Nunca se registraron tantos problemas de salud mental como en nuestros días.
Eduard Vieta, Jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Clinic de Barcelona, concluye tras una exposición de motivos: vivimos mejor, pero estamos peor.
En relación con la austeridad antedicha y las celebraciones, llevamos varias décadas con un superávit de festividades profanas que ha alcanzado ya una considerable inflación. Celebramos cualquier cosa, lo cual no está mal, pero ¿cómo? No se puede celebrar de forma discreta, ni en la propia casa, porque eso no transciende al exterior, porque en ese caso los celebrantes bajan muchos puntos en la citada clasificación social. Hay que ir a establecimientos cuanto más caros, más lejanos y famosos mejor. Y hay que contarlo en las redes y a los allegados, por supuesto. Todo ello para subir de rango en el catálogo social. Despedidas de soltero en Londres, en París… Vivimos en una pasarela.
El mundo al revés
En cuanto al segundo punto, el ahorro, desde hace décadas los bancos no sólo no quieren tus ahorros, sino que a veces te penalizan por confiárselos. Las entidades financieras lo que quieren, y a ello te incitan, es que les pidas préstamos, o sea, a vivir por encima de tus posibilidades. Asimismo, pagar al contado ha sido hasta hoy, una práctica de la se obtenía algún beneficio, como el de un precio inferior. Hoy te penalizan. Sin embargo, te bajan el precio inicial si suscribes un préstamo con su entidad.
Como si hubieran tocado a rebato, a los tradicionales acumuladores de objetos y brillos se han unido hordas de coleccionistas de viajes (más bien de postales mal enfocadas), de gourmets (que mitifican una tortilla de patatas), de enólogos sobrevenidos que imparten sabiduría sobre cepas y “caldos”.
Como me dice una amiga, como ahora todo el mundo sabe de todo, a los demás nos toca callar.
Surge un sinfín de consideraciones respecto a este nuevo capitalismo de satisfacción instantánea y exhibidora. De entre ellas quiero apuntar la que sigue. Nos han inoculado un sentimiento de necesidad artificioso y perverso. Una breve reflexión sobre cuánto necesitamos y cuánto consumimos nos lleva al abismo. Pero nadie nos advierte que este aumento exponencial y taimado de las necesidades creadas tiene mucho que ver con el deterioro del planeta. Miramos para otra parte.
Volvemos a la sentencia sobre las cuentas bien hechas, que ya opera como un mantra en la sociedad actual.
Afirma Robert Musil en su obra El Hombre sin atributos: El capitalismo, como organización del egoísmo según la jerarquía de las fuerzas adquisitivas, es el orden más perfecto y más humano. Hoy, a cada momento, se palpa el acierto del enunciado de esta frase. El egoísmo y la exhibición como nutrientes principales de nuestra actividad social.
Si los de mi generación, para “actualizarse” y evitar que les llamen tontos, tienen que cumplir esta consigna en todos sus términos, supondría que tienen que liquidar todo el patrimonio acumulado, incluido el heredado, en poco tiempo de vida. Y eso es precisamente lo que le interesa al mundo de la codicia empresarial. Y eso es lo que busca. En ese mundo cada uno vale lo que alcance su ejercicio de gasto.
Yo no sé cómo se puede parar esto, si es que se puede y si es que hay alguien que quiera pararlo. Los psiquiatras y psicólogos pueden resolver casos individuales, pero esta perversión social, más bien una pandemia, necesitará de remedios que, por ahora, no se vislumbran.