Es la democracia, estúpido

Óscar Puente, el alcalde de Valladolid, es uno de los políticos más ventajistas que hay en la política española. Fue él quien mantuvo el “no es no” de los socialistas al Gobierno de Rajoy. Ahora, cuando le va en el envite su puesto en un año y dos meses, aboga por la abstención del PSOE en la investidura de Fernández Mañueco para evitar el acuerdo PP-Vox. No le importa poner en un brete a su partido, que se encuentra de repente con la pelota en su tejado; no le importa desdecirse en su posición política; no le importa tomar el pelo a los votantes; él es un político en el sentido más descarnado de la palabra: si no te gustan mis principios los cambio por otros; claro está siempre que reciba de la apuesta un beneficio personal.

Veamos, no obstante, el escenario que propone Puente. Por jugar un rato, ¿les parece?: el PSOE se abstiene y Mañueco accede a la presidencia. Y, ¿luego? ¿Seguirán en el mismo parecer los socialistas a la hora de aprobar los presupuestos del 2022? Es decir, te aúpo, cabreo a tus posibles aliados y después te dejo caer. Porque de comprometerse a un acuerdo de legislatura no hablaba el ínclito Puente. En fin.

Es el signo de los tiempos: la ocurrencia, el cortoplacismo, los intereses partidistas y aun personales, los prejuicios ideológicos. O la confusión del ser con el deber ser. Este periódico, como ustedes son testigos, recoge con gusto diversas y diferentes posturas sobre la salida a este túnel coyuntural que vive hoy día Castilla y León. Pero como director de un periódico de Segovia con 120 años a la espalda –el periódico, no yo- no puedo por menos de sorprenderme del análisis de algunos de mis colegas, que confunden el deber ser con el ser; su gusto personal con la lógica de los hechos; que siguen con sus prejuicios a flor de piel. ¿Nos hemos olvidado de cómo el líder de Podemos, Pablo Iglesias, denostaba a un periodista en una rueda de prensa y señalaba con el dedo a un medio digital como partícipe de las cloacas del Estado? ¿O su despecho frente a la Constitución; la solicitud de nacionalización de los bancos; los ataques desaforados contra Amancio Ortega? Hoy están en los gobiernos, y un personaje tan peculiar como el alcalde de Cádiz, Kichi, hasta se mira con gracia. Mi pregunta sigue siendo la misma. ¿Qué hacemos con los depositarios del 17% de los votos de Castilla y León? ¿Arrinconarlos como apestados? ¿No convocar elecciones en los próximos años para que no se evidencie la realidad social? Es la grandeza de la democracia: en su concepción no caben grietas, ni paréntesis ni puntos suspensivos. Somos muy estrictos, muy presentistas con el pasado; nos la cogemos con papel de fumar con el lenguaje inclusivo, con los pespuntes de la moral en los conceptos de género, de inmigración ilegal; incluso con aquellos –independentistas- que no solo quieren romper el orden constitucional sino también el social. Poco se dice de la imagen de una presidenta del Parlament –investigada por corrupción- interrumpiendo la convivencia al unirse a un convoy que cortaba la circulación en una calle de Barcelona. Vemos cómo los portavoces políticos de los antiguos terroristas hoy forman parte “de la mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno”, pero no queremos, no vemos bien, nos chirría, que el 17% del apoyo popular se evidencie en las instituciones. Y hablamos de un partido constitucional. ¿Qué harían nuestros prescriptores de la realidad si Vox un día alcanza el 53% de los votos populares?

La soberanía reside en el pueblo. ¿Es tan difícil de asumir?

Si se quiere combatir a Vox, hágase con sus presupuestos ideológicos, con sus políticas, con sus programas, no con sus votos, no con el apoyo popular. La soberanía reside en el pueblo. ¿Es tan difícil de asumir? En una democracia parlamentaria, en una moral democrática –perdónenme, me vengo arriba-, los prejuicios, los actos de fe, valen poco. Es la razón la que impera. La razón democrática que se residencia en las instituciones. No respetar las instituciones que estructuran nuestra sociedad y de las que nos hemos dotado libremente, eso sí es ir contra la democracia, contra el sistema de valores que vio a la luz en España en 1812 y que desgraciadamente ha conocido muchos paréntesis en nuestra historia durante dos siglos. ¿Qué se teme? Una democracia madura es capaz de devorar con el tiempo incluso a aquellos que actúan contra ella. Me horroriza más el ventajismo personal, el chalaneo, los cordones sanitarios en la política, la ausencia de consenso institucional que el respeto a la decisión del pueblo.

Pero dicho esto, Vox tiene que decidir si se margina o se suma a los principios generales que rigen en la España de hoy; entre ellos, el imprescindible e irrenunciable de la igualdad de género y la no discriminación por razón de raza o ideología; si es capaz de asumir las diferencias culturales de las distintas comunidades que enriquecen la idea histórica de Nación; que una sociedad adquiere sentido con la protección de quien menos tiene, con independencia de dónde proceda, y que esto no es caridad sino deber moral. España es un Estado social y democrático de derecho. Y no es un simple lema, son principios básicos constitucionales.

Aquí no sobra nadie. Si quieres, bienvenido al proyecto común, respeta las reglas

Termino con Blas de Otero. “De aquí no se va nadie. Nadie”. Y, con permiso, lo complemento: Aquí no sobra nadie. Si quieres, bienvenido al proyecto común, respeta las reglas, sé consciente de que en las formas se contiene el fondo, tolera aunque no compartas las posiciones de los demás: las abstracciones suelen conducir a los prejuicios o a la demagogia populista. Parafraseo a Bill Clinton: en esto consiste la democracia, estúpido.