La divisoria entre peronistas y todos los demás caracteriza al marco político de Argentina. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Sergio Massa, candidato oficialista con perfil moderado y trayectoria camaleónica, superó el 36 por ciento de los sufragios. El extravagante y ultraliberal –en lo económico- Javier Milei, quien se reivindica “outsider” frente a la “casta”, también compite en la segunda vuelta, con 30 por ciento de votos cosechados por La Libertad Avanza, cuyo lema de campaña es “nuestro tiempo llegó”. Victoria Villarruel, su compañera de “ticket” como candidata a la vicepresidencia, se ha destacado por cierta condescendencia respecto a la dictadura militar (1976-83). Desde un perfil de derecha radical, en la calidad de polemista en televisión que le ha dado a conocer, Milei, incluso, ha arremetido varias veces contra el Papa Francisco por considerarle izquierdista.
Juntos por el Cambio (JxC), coalición centrista, armada frente al kirchnerismo, con el 24 por ciento de los apoyos en las urnas, ha quedado fuera. Una vez conocidos los resultados, su líder, Patricia Bullrich, bajo los auspicios del expresidente Macri, fundador del PRO –centro derecha- y enemistado con Massa, se apresuró a pedir el voto para Milei, quien, según ella, representaría el cambio, los valores republicanos y un capitalismo de reglas, frente a lo que perciben como una erosión de la democracia si el peronismo con vena autoritaria continúa en el poder. Sin embargo, remarcó las diferencias respecto a Milei en dos ámbitos: defensa de educación pública y derechos humanos. En el contexto de JxC, se ha abierto una brecha, en tanto la histórica Unión Cívica Radical –centro- y la Coalición Cívica –centro-izquierda- no pedirán el voto para La Libertad avanza. Gerardo Morales, líder del primer partido, se ha mostrado muy crítico con Macri y Bullrich en lo que percibe como guiño a la ultraderecha.
Los personalismos son muy importantes en la política argentina; y, tras el apoyo de Macri al candidato de La Libertad Avanza debe considerarse su enemistad con Massa. Si en el primer debate de la presidenciales, Milei llamaba “montonera asesina” a Bullrich, ambos escenificaban una reconciliación de cara al “ballottage” –segundo vuelta- en directo televisivo.
Si el presidente Alberto Fernández, con vitola de títere de Cristina Fernández de Kirchner –vicepresidenta-, está desaparecido de la campaña, Sergio Massa, superministro de Economía desde hace quince meses, intenta distanciarse de su gobierno para cortejar a peronistas “no K” y no peronistas. A priori, plantea un ejecutivo de unidad nacional, abierto a terceros, para cerrar la grieta. Su lema de campaña transmite la idea de regeneración: “viene la Argentina que estábamos esperando”. ¿Resulta creíble? Se trata de un gran estratega, a pesar de balance paupérrimo, al servicio de la reelección, como gestor. La tasa de inflación supera el 140 por ciento; mientras, el 40 por ciento de la población se encuentra bajo la línea de la pobreza.
La monetización del déficit presupuestario es herramienta populista, con uso tan abusivo por el kirchnerismo que, hace años, condujo a la dimisión de cierto presidente del Banco Central, renuente a entrar en el juego. La financiación del gasto vía emisiones de dinero –darle a la maquinita de hacer billetes- promueve incremento permanente de las expectativas de inflación, internalizadas por los sindicatos, peronistas y muy poderosos. Círculo vicioso, reflejado en la caída del peso frente al dólar “blue” –mercado negro-.
Desde su atalaya, Massa no ha cesado de bombear recursos para reactivar una coyuntura económica que, a raíz de la pandemia, debió hacer frente a confinamiento prolongadísimo. La multiplicación de subsidios, canalizados hacia amplios sectores de la ciudadanía, ayuda a preservar el “statu quo”. Pescadilla que se muerde la cola: la transferencia de renta queda neutralizada por aumento de precios y merma del poder adquisitivo. Sin embargo, ante la campaña, ahora Massa aboga por el orden fiscal.
Javier Milei es entusiasta del legado de Milton Friedman, líder de la Escuela Monetarista de Chicago. La propuesta estrella del candidato consiste en la dolarización, con clausura incluida del Banco Central. Algo así como “muerto el perro se acabó la rabia”. Desde este enfoque, la causa principal de la inflación desaparecería, una vez perdida la soberanía en política monetaria. Argentina mantuvo un tipo de cambio fijo -1 peso / 1 dólar- durante el plan de convertibilidad (1991-2001), regla “friedmanita”; pero, no se dolarizó porque, entre otras razones, las reservas en divisas eran insuficientes para cubrir la totalidad de la oferta monetaria. Algo que, ahora, también ocurriría.
El debate electoral se celebró en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, edificio icónico, parecido al Partenón, que remite al esplendor de antaño. No obstante, tras haber impartido cursos, puedo contarles algo del interior, decadente, donde resulta una odisea subir a la última planta si se prescinde del ascensor. Argentina garantiza gratuidad de las universidades públicas, pero ocurren estas cosas.
Fortalezas y debilidades de los postulantes resultaron visibles. Milei se presentó como el economista llegado para derrotar a la inflación; pero apenas jugó dicha baza argumental en el primer bloque del debate, dedicado a economía. Por el contrario, desde papeles invertidos, se encontró acorralado, a la defensiva, como si ya fuera un presidente quemado, frente al hábil Sergio Massa, quien no se vio obligado a rendir cuantas por su fracaso ante inflación de tres dígitos. El líder peronista de Unión por la Patria ha basado su campaña en un mensaje: el miedo a Milei, quien vendría con la motosierra para eliminar todos los subsidios. La publicidad electoral enfatiza la posible escalada en tarifas de servicios como el transporte público. Moraleja: Massa transmite aquello de “mejor lo malo conocido”.
Milei se vio desbordado ante interrogatorio inesperado, emplazado por el contrincante a responder “sí / no”, como en examen de “test”. En el momento clave del debate, Massa le interrogó sobre la posible eliminación de los subsidios; y, Milei se mostró confuso.
Massa también inquirió sobre si su adversario impondría el pago de arancel o matrícula en las universidades públicas; y Milei lanzó un dardo al denunciar la amplitud del fracaso escolar en niveles educativos previos, exponente de la baja calidad del sistema. En el marco teórico, el líder de La Libertad Avanza defiende el llamado “cheque escolar”, otra medida cuyo padre intelectual fue Milton Friedman, consistente en otorgar dinero del erario público a las familias para que puedan elegir un centro privado de su elección. No obstante, Milei reconoció que, en un país federal, las competencias del gobierno son limitadas frente a las provincias.
Sergio Massa miraba a las cámaras –al contrario que su rival-; y trataba de proyectar templanza, imagen presidenciable del conocedor de los mecanismos del Estado, con amplio repertorio de medidas a aplicar, frente a un “amateur”. Por el contrario, Milei recordaba a esos profesores despistados que, en clase, no conectan con los alumnos. Refirió hasta la saciedad su condición de economista; y ese tono resultó cargante. Lo mismo respecto al toque historicista que, si bien encandila a los argentinos, pareció excesivo. Las muestras de erudición académica no venían a cuento: por ejemplo, cuando, al debatir sobre inseguridad ciudadana, problema clave, citó a Gary Becker, correligionario de Friedman. En país que idolatra al Psicoanálisis, Massa dejó caer cierto vínculo juvenil, frustrado, de Milei con el Banco Central, institución poco simpática para el economista autodefinido como libertario. ¿Un golpe bajo?
En la última parte del debate, hubo más equilibrio en las intervenciones; pero, ya era tarde. En general, los televidentes percibimos que Massa había preparado este encuentro a fondo; mientras, su antagonista improvisó en mayor grado, lo cual también supone un gancho para ciertos votantes. Milei criticó la “tiranía de las mayorías” y el amiguismo en la relación con los empresarios, cuales rasgos del oficialismo. El candidato peronista afeó la admiración del rival por Margaret Thatcher, primera ministra de la Gran Bretaña durante la guerra de Malvinas. Y también exigió a Milei que pidiera perdón al Papa Francisco por los insultos proferidos.
Massa no aprovechó la baza de criticar el polémico planteamiento “trumpista” de Milei, consistente en liberalizar la posesión de armas de fuego. Los epígonos de Friedman conforman una especie de religión, cuyo primer mandamiento es el imperialismo de Economía y mercados, capaces de explicar cualquier fenómeno social. Desde dicho enfoque, el líder tan polémico de La Libertad Avanza llega a defender que las personas puedan vender sus órganos.
Massa aludió a sus orígenes italianos –padre y abuelos-; e hizo alarde de ciertos rasgos atribuidos en el imaginario colectivo a los “tanos”: astucia, teatralización, gesticulación. Me llamaron la atención ciertas miradas risueñas, irónicas, como quien tiene a un chalado enfrente, tras algunas intervenciones de Milei.
Nada está decidido; y el peso de los debates electorales es relativo. Milei cerrará campaña en Córdoba, granero de votos. El gobernador Schiaretti, candidato en la primera vuelta de las presidenciales, obtuvo un 29 por ciento de los sufragios en la provincia –frente a un siete por ciento a escala nacional-. Se trata de un peronista enfrentado al kirchnerismo.
El pensador argentino Juan José Sebreli, hombre sabio y equilibrado, muy crítico con el peronismo, considera que Massa es un tipo siniestro: “quiere estar en todo, lo agarra todo”. Por su parte, plantea que Milei es “peligrosísimo”. Desde una especie de hipnosis colectiva, atrae a los jóvenes por una razón: estos no están interesados en la política.
Pobre Argentina.