El voto vasco y las víctimas

A casi nadie le preocupa la pérdida de la memoria reciente en el País Vasco. La desmemoria voluntaria y activa de la gran mayoría de los ciudadanos vascos hacia ETA y sus crímenes, sea cual sea su espectro político y sus valores o sus sentimientos religiosos, con mínimas excepciones. Lo prueban las encuestas que sitúan a Bildu como el partido más votado, por encima, incluso, del PNV. La educación y la religión, no sólo aquí, pero sobre todo aquí, son una de las claves para interpretar lo que está pasando. También la dejadez de los Gobiernos del PSOY del PP a cambio de los votos vascos. Con menor intensidad que en Cataluña, los nacionalistas vascos fijaron sus prioridades: mantener el cupo vasco, la excepcionalidad constitucional, sacar todo lo posible de los Gobiernos centrales y controlar la educación como arma identitaria para el control ideológico. El PNV pensó que su liderazgo era eterno, como el mismo Dios, y durante décadas dejó que unos extremistas sin conciencia movieran el árbol mientras ellos se encargaban de recoger los frutos. Y, mientras tanto, educaban en las ikastolas a los niños, encaminándolos hacia el orgullo de la patria vasca. Todavía lo siguen haciendo. Pero Bildu les ganó la batalla.

El sentimiento religioso es el otro frente. ETA nació en la sacristía de algunas parroquias y una no pequeña parte del clero vasco, incluso algunos obispos, durante demasiado tiempo estuvieron más cerca de comprender a los asesinos que de acompañar a las víctimas. También los ciudadanos vascos, muchos, prefirieron mirar hacia otra parte como si el problema no fuera con ellos. Muchos entierros de las víctimas de ETA se tuvieron que hacer a escondidas y sacándoles de la iglesia por la puerta de atrás. Hoy Bildu está más cerca de ser la fuerza mayoritaria en el País Vasco.

En 1985, el 85 por ciento de los ciudadanos vascos se declaraban católicos. Hoy, apenas superan el 46 por ciento, según la última encuesta del CIS y, por primera vez son mayoría los no creyentes. La secularización es un fenómeno imparable, especialmente en las zonas más euskaldunes. A pesar de eso, un veinte por ciento de los votantes de Bildu se declaran católicos, casi un 8 por ciento practicantes. En el caso del PNV la cifra supera el cincuenta por ciento, mientras que esas cifras son muy inferiores en el caso del PSOE y el PP. Así que la religión sigue teniendo peso, a pesar de todo, en la vida vasca y en el voto de sus ciudadanos. Bildu está tapando los crímenes de ETA con las banderas del feminismo, el ecologismo, la vivienda o las ayudas sociales. También lo hace en el Congreso de los Diputados. El PNV se desangra, lastrado por su permanencia en el poder. Pero los votantes católicos de unos y de otros deberían saber que su Dios no puede ser nunca el Dios de los asesinos, sino, como dice José Antonio Pagola, “el Dios de las víctimas* Son muchas las que siguen sufriendo hoy, maltratadas por la vida o crucificadas injustamente”. En el País Vasco, sin duda. Todavía hay mucho silencio impuesto, mucho miedo latente, mucho dolor vivo. El 21 A, cada voto es una respuesta a esas preguntas, a esas realidades. Cada voto importa. Cada voto es un voto de esperanza o de dolor. Un voto por la esperanza o a favor de lo que mata y deshumaniza.