
Con motivo de su viaje a Canadá, las imágenes del Papa Francisco en silla de ruedas, a causa de un dolor fuerte en una rodilla que le impide caminar con normalidad, están dando la vuelta al mundo y mucho que hablar. Nos recuerda José Mª Marín, en un artículo en Religión Digital (17 de junio de 2022) sacerdote y teólogo, experto vivencial en el acompañamiento de personas con discapacidad con quienes convive cada día, que “se tendrá que ir acostumbrando hasta conseguir convivir pacíficamente con la fragilidad corporal que le espera y con la dependencia que, con toda probabilidad irá a más, como es natural. La fragilidad es esencial a toda la existencia y más a la de todos los seres vivos cuando van pasando los años”.
Toda persona necesita un tiempo para interiorizar y asumir cualquier nueva situación que de alguna manera trastoca su vida, por eso en el inicio de este proceso que está viviendo, se le puede escapar, aunque sea Papa, alguna frase desafortunada como la que dijo en una audiencia con peregrinos eslovacos el 30 de abril de 2022: “esta vez debo obedecer al médico… os saludaré aquí sentado. Es una humillación, pero la ofrezco por vuestro País”, pero es comprensible.
“Es mucho lo que se espera del Papa, afirma el autor, también y especialmente en esta dimensión personal, que ayude a superar en la Iglesia el dolorismo y paternalismo en la relación con las personas enfermas o con discapacidad, sin escucharlas tantas veces y ofreciéndoles una atención pastoral casi exclusivamente sacramental. Afortunadamente el Sínodo está cambiando las cosas, se ha consultado a las personas con discapacidad, sus asociaciones y Movimientos eclesiales han participado… con él se está abriendo un horizonte de normalización muy interesante”.
“Al Papa le toca ahora compartir la experiencia de millones de personas, creyentes y no creyentes, de todos los continentes. Personas que hacen frente a sus limitaciones, al dolor y la dependencia, potenciando sus posibilidades y aprendiendo cada día a convivir pacíficamente con la fragilidad corporal, sorteando las barreras arquitectónicas y sanando las heridas del alma provocadas por la indiferencia y la falta de sensibilidad.
No parece muy oportuno considerar la discapacidad como una “humillación”, ni tampoco como “sacrifico que ofrecer” por alguien o por algo. Expresiones muy extendidas y repetidas en el ámbito clerical y el laicado en general, pero que hoy molestan a muchos y contradicen algunas evidencias. Así, con movilidad reducida, el Papa con su testimonio personal de fragilidad, no puede, en ningún modo sentirse humillado por usar una silla de ruedas para trasladarse. Es, por el contrario, una persona con discapacidad privilegiada.
Millones de hermanos suyos, con limitaciones físicas mucho más importantes, no disponen de los recursos sanitarios y las ayudas técnicas que necesitan. Miles las personas, con una importante discapacidad, no dispondrán nunca de una silla de ruedas, ni de asistentes personales que les atiendan cada instante y en cada necesidad, ni dispondrán de hospitales, ni de asistencia médica. Francisco tendrá la oportunidad de comprobarlo si finalmente puede viajar a la República Democrática del Congo.
La naturaleza y la enfermedad no humillan, son lo que son: limitaciones propias de la existencia humana. Humillan las personas y las instituciones. Aceptar la existencia tangible, asumir las discapacidades y la enfermedad como consecuencias inevitables de la finitud del ser humano y de la creación entera es un desafío personal y colectivo que abre la puerta a enormes posibilidades para hacernos más personas y más humanos.
Los verdaderamente humillados son los seres humanos a los que se violenta con nuestras injusticias y desigualdades. Miles de jóvenes mutilados, heridos o asesinados en todas las guerras y en todas las vallas con concertinas sienten profundamente humillada su dignidad. Como lo sienten también los sin tierra, sin pan, sin techo, sin trabajo, obligados a vivir en las periferias físicas y existenciales que inundan este Planeta.
Una inmovilidad física, atendida con todos los recursos de los que disponen los países enriquecidos, no puede humillar a nadie; y mucho menos a quienes estamos llamados a reconocer en todo y en cada persona el amor que Dios nos tiene, por encima de cualquier otra circunstancia”. (continuará)