El libro y la era digital

Ana G. Novak

No es ningún secreto que la llamada era digital es un fenómeno que, salvo si nos cae encima un pulso electromagnético repentino, ha venido para quedarse.

La cultura en general, y el mundo editorial en particular, han ido adaptándose a este nuevo paradigma como han podido. Pero hasta hace bien poco había cierta resistencia cuando la estrella y centro de todo el negocio era un elemento analógico que poco tenía que ver con el universo de ceros y unos: el libro.

Aunque el ebook existe desde hace años, en nuestro país continúa consumiéndose un porcentaje mucho más elevado de libros en papel: portadas cada vez más trabajadas, colecciones de preciosos lomos y ese olor que, hoy por hoy, lo digital no es capaz de reproducir. Pensar en el libro como un preciado objeto en su versión tangible, mantuvo la errónea inercia de un sector que continuaba pensando que lo online no estaba hecho para ellos.

Pero llegó la pandemia, y la transformación digital de este sector se convirtió en una realidad forzosa. Los lectores no podían desplazarse a las librerías ni las bibliotecas y los lanzamientos se congelaron. Y sucedió que, junto a los confinamientos, la población redescubrió el placer de la lectura, y los grupos editoriales se dieron cuenta de que estaban vendiendo más que los últimos años. Con objeto de que esa tendencia no muriera, se percataron de que no podían esperar a que los lectores acudieran a las librerías para ver sus espacios en mesas destacadas y expositores, o las campañas en circuitos de autobuses y mobiliario urbano con lo último del autor superventas de turno.

Entonces, gracias a una imposición de salud pública, entendieron que lo digital no solo no había llegado para matar al libro, sino que si integraban en sus estrategias las herramientas online, aumentarían sus ventas.

Gracias al impulso de las redes sociales y el marketing digital aplicado al sector, nacieron lectores que antes no sabían que lo eran, se comenzó a hablar el idioma de las nuevas generaciones, que se incorporaron como consumidores de la más diversa oferta editorial y, por si eso fuera poco, los lectores habituales empezaron a tener más información, referencias y plataformas donde escoger sus próximas lecturas en librerías. Ellas también comenzaron a crear webs con tienda para vender los libros que antes solo compraba, por proximidad, el que se desplazaba a sus instalaciones. Todo esto abrió un universo enorme de posibilidades.

La maquinaria, que antes giraba como el molino de agua de un río con caudal generoso, se convirtió en un torrente de información que integrar en un plan mucho más grande, donde lo digital (redes sociales y marketing online) y lo analógico (libros y librerías) han de ir cogidos de la mano en total armonía.

Pero el mundo del libro no solo lo forman grandes grupos y comercios de venta de cultura. Hay muchos otros actores del sector que se han tenido que poner al día con lo digital. Los escritores más madrugadores, que se pusieron manos a la obra para crear su marca de autor a través de sus webs, blogs y perfiles sociales, van con ventaja. Las nuevas editoriales que han logrado un nutrido grupo de seguidores en redes sociales con sus contenidos cercanos y de nicho, cuentan con una base de lectores fieles a los que dirigir sus lanzamientos.

Algunos pensarán que me he dejado una parte importante del mundo del libro, quizás la, en apariencia, más perjudicada por el desuso analógico: las bibliotecas.

Estos centros de sabiduría han visto cómo sus usuarios se han ido reduciendo. Con internet y su fuente inagotable de datos ya no es necesario acudir a las bases físicas de conocimiento, los ebooks (y sobre todo su piratería), propiciaron un acceso más barato a la literatura, por lo que los préstamos también descendieron. Y eso solo mencionando un par de palos en sus ruedas.

Pero las bibliotecas —y sus maravillosos trabajadores— en lugar de bajar los brazos y aceptar de forma estoica su declive, se subieron al carro digital y adaptaron las nuevas tecnologías a lo que tenían que ofrecer, que era muchísimo.

Podría hablar de los centros de grandes ciudades como ejemplo de esto, pero me voy a detener en algunos que, con el viento en contra, construyeron velas que ahora les sirven de impulso.

Lugares como la Biblioteca pública de Segovia, que en Instagram tiene más de 1.400 publicaciones y cuenta con aún más seguidores. O la Biblioteca Municipal Menéndez Pidal, de San Rafael, en cuya página de Facebook nos informa de las novedades de libros, además de ilustrar sus actividades y compartir las de la vecina Biblioteca Municipal de El Espinar. Además, anuncian los accesos al fondo local, organizan un club de lectura e interactúan con los usuarios, respondiendo a sus dudas y facilitando un perfil ameno en el que disfrutar curioseando.

Y todo esto comentando solo un par de ejemplos, porque muchos otros centros hacen cosas parecidas y propician una red de colaboración bibliófila y digital en la que el usuario y lector es el mayor beneficiado. Un gran ejemplo de esto es la web Pregunte: las bibliotecas responden, un servicio de información cooperativo atendido mediante turnos diarios por más de 40 bibliotecas de toda España.

No se trata de abandonar el libro como medio de divulgación o disfrute, ni de sustituir el papel por las pantallas —o auriculares en el caso de los audiolibros—, sino de aprovechar las nuevas tecnologías para llegar a lugares donde antes ni soñábamos con alcanzar, llamar la atención de lectores potenciales que no nos hubieran visitado, leído o conocido porque las barreras del mundo físico lo impedían. También se trata de abrazar los formatos digitales, que traen nuevos lectores que disfrutan con ellos y que, con el antiguo modelo, no se habrían acercado a esas páginas e historias.

Todo amante de los libros y el conocimiento debería realizar una reflexión: si el mundo editorial, tan marcado por la tendencia analógica en torno a un bien tan preciado como el libro, ha sabido ser resiliente ante los cambios que se imponían a su alrededor y salir reforzado, cualquiera podrá hacerlo.

Por mi parte, estoy deseando ver qué nos aguarda a la vuelta de la esquina, ya sea aquí o en una librería o biblioteca del metaverso.