El COVID del 19 y la gripe del 18

Ni soy médico ni pretendo serlo. Tampoco negacionista y pienso ponerme la vacuna en cuanto me llamen para hacerlo. Como soy académico, y para seguir la broma de algunos colegas, procuraré ponerme la de Oxford por si sirve para el currículo. No pretendo tampoco proclamar profecías sobre el COVID y su fin (o el nuestro) basándome en la historia de la gripe. Ni siquiera me parece que la historia sea maestra de la vida en el sentido en que lo dice la mayoría de la gente. Por si fuera poco pienso que la historia no se repite; aunque es una verdad patente que el que no sabe historia no sabe nada.

Pretendo hacer solo algunas consideraciones para que cada quien saque sus conclusiones: no sobre el fin del COVID, sino sobre las paradojas paralelas que nos ofrece la vida a unos cien años de distancia. Lo primero es el nombre, no del COVID, sino de la gripe de 1918. Mira que podía haberse llamado así, sin ofender a nadie; pero nada quisieron ponerla un apellido de origen. Y decidieron llamarla “Gripe Española”. El origen de aquella gripe nadie sabe muy bien cuál fue. La ciencia no daba entonces para tanto al parecer. Se duda, dicen los libros, si su origen fue Kansas (Fort Riley). Como siempre, otros afirman que empezó en China.

El motivo del apellido español fue muy parecido al que ahora nos impide llamar al COVID chino: la corrección política de los bienpensantes. Esto confirma un asunto que no tiene nada que ver ni con el COVID, ni con la gripe: que siempre hay gentes que por ayudar a no se sabe quién prefieren mentir o no decir la verdad. Debe de ser por no ofender a alguien peligroso y lo hacen a otro que no te pueda hacer nada. En fin: cobardes y embusteros ha habido siempre en la historia.
En 1918, el haber atribuido la gripe a un país que hubiera participado en la Gran Guerra podría haber supuesto la petición de reparaciones por parte del resto: es lo que se hizo en Versalles: pasar la factura del conflicto a Alemania. Por eso endilgar la gripe a España, que había sido neutral y no pintaba mucho en aquel orden internacional, facilitaba mucho las cosas.

Otro aspecto de interés: la gripe, el virus aviar H1N1 (con 25 mutaciones durante sus años de espléndido dominio), pasó de las aves al ser humano. Ya se ve que su origen fue más modesto que el del COVID; un murciélago tiene siempre su toque vampírico que literariamente da para muchísimo más que una gallina. Pero el modesto virus de la gripe se llevó por delante, según cálculos solventes, a unos cincuenta millones de personas en todo el mundo: en la guerra mundial recién terminada “solo” habían muerto veinte millones incluyendo militares y civiles. En España hubo 8 millones de contagiados y 300.000 muertos. Estamos, gracias a Dios, muy lejos de esas cifras en nuestra versión “covídica” actual.

Curiosamente también hay paralelismos, aunque divergentes entre los dos virus si se atiende a la edad preferente de los casos graves y mortales. La gripe antigua se cebó en la gente joven. Una especie de maldición pareció seguir a quienes habían salvado la vida del horror de las trincheras durante la guerra. En países como Francia, el mordisco de la muerte en estas generaciones (los jóvenes que acudieron como soldados a la guerra y los que murieron luego de gripe) se notó con claridad en su pirámide de población hasta dos generaciones después: los muertos, no solo murieron, sino que tampoco pudieron tener hijos, ni nietos… y así sucesivamente.

Nuestro COVID se ceba con los ancianos o con quienes padecen ya alguna limitación de salud respiratoria, hipertensión, o claro, obesidad: es malo estar gordo. Con una buena dosis de humor negro demográfico se podría decir que ambas pandemias intentaron equilibrar las respectivas pirámides de población: entonces “sobraban” jóvenes; ahora es muy alto el porcentaje de población anciana. Quizá alguno de nuestros videntes con programas de televisión de gran audiencia pueda explicarnos este hecho tan sorprendente: ¿habrá una guadaña guiada por la mano invisible del liberalismo? Aquí hay carnaza para los visionarios de la conspiración internacional: ¡ánimo!

Pero lo más interesante de la gripe del 18 fue su desaparición. Por decirlo rápidamente: se realizaron montones de vacunas que hoy sabemos que no sirvieron absolutamente para nada (en el estado actual de nuestros conocimientos). Uno podría preguntarse como un historiador está tan seguro de eso. Ahí va la respuesta avalada por médicos: por aquel entonces solo se conocían vacunas realmente eficaces contra la viruela, la rubeola, la fiebre tifoidea, el cólera y la peste. Los científicos de la época elaboraron una: de Haemophilus influenza, que es una bacteria y no un virus (que es el transmisor de la gripe como ahora ya sabemos hasta los más ignorantes). De hecho la primera vacuna eficaz y de aplicación general contra el virus de la gripe se inventó en 1945. Para entonces la gripe ya era lo que es hoy: una enfermedad “molesta” que puede llevar a la tumba a personas con otras patologías de base, pero que nadie se toma como una epidemia peligrosa.

¿Qué pasó? No hay forma de saberlo con certeza. La gripe se fue como llegó: sin que sepamos exactamente los motivos (o el motivo). Quizá los anglosajones que confiaron tanto en la inmunidad de rebaño en la primera ola del COVID no hicieron mas que dejarse llevar por los expertos… de la gripe ¿Qué nos pasará? ¿terminaremos igual? ¿Las vacunas tendrán la misma efectividad 25 años después? ¿O antes?

Y para cerrar: ¿quién sabía algo de la gripe de 1918 antes del COVID? Contesto: a nivel general nadie. Ni aparece en los libros de historia contemporánea de secundaria, ni de bachillerato… ni de la universidad ¿Cómo ha podido olvidar la gente un proceso que ocasionó casi el triple de muertes que la primera guerra mundial en la mitad de tiempo? ¿Nos olvidaremos nosotros igual y para las próximas elecciones de finales del 23 será de mal gusto hablar de la pandemia? En fin: lo del principio, el que no sabe historia, no sabe nada; pero un síntoma de estar “gagá” es no recordar lo que ha ocurrido hace nada.