El alcalde, su señora y el oficial que la cortejaba

‘Si no quieres repetir el pasado, estúdialo’. Barruch de Spinoza, filósofo holandés, 1655.

Déjame que te cuente. Los que hoy se insertan de aquí ‘pa’ abajo son dos sucesos, ‘cosas de la vida’, ocurridos en la ciudad en la mitad del siglo XVIII.

Pistoletazo contra el alcalde

Aquel sucedido fue la comidilla de la ciudad durante mucho tiempo. No hubo nadie, calle Real ‘pa’ arriba, calle Real ‘pa’ abajo, que no encontrará ocasión, o sin ella, para el chismorreo. Lean.

Hete aquí. Siendo a 20 de mayo de 1768, ya caída la tarde, un oficial de artillería tiró un pistoletazo al alcalde mayor Melchor Jacob de Ortiz y Rejano. Lo hizo dentro de la propia casa del regidor. Las postas (1) disparadas pasaron por ‘cima’ de la cabeza, siendo sus heridas –parte oficial-, ‘sin peligro de muerte’.

Causa motivo y razón de tales hechos. Siguiendo los cánones de la protección de datos de entonces, que era como tener un tío en Alcalá porque no había ná, parece ser, que lo era, que a la mujer del alcalde le gustaba el cortejo del dicho oficial. El alcalde, su marido, la reprendía diciéndola que no le gustaban esas cosas, ni que fuera con él a los paseos.

La mujer le contó, punto por punto, al amigo, pretendiente, o lo que fuere, lo dicho por su esposo y este quiso matar –porque a matar tiró-, al alcalde, haciéndolo a boca de cañón. Si falló fue, se dijo entonces, porque la ‘Divinidad le guardó’.

Del final de la historia contamos que al oficial lo mandaron a otro destino fuera de la ciudad, mientras que el alcalde y señora quedáronse dentro de la zona amurallada, donde pese a mirarse, no se veían,
¡Anda que no!

Historia espeluznante

10 de octubre de 1762. Siendo aproximadamente las 9.30 de la noche, se juntaron en la plaza del ‘Azovejo’ un calesero (2) y un soldado de ‘a caballo’. Ambos fueron directos al comercio de pastelería que había en el nº 3 de la referida plaza y pidieron el mismo plato, tajadillas, que pasaron ‘pa dentro’ envueltas en tinto de la casa. El vino debió hacer el efecto contrario a cuando se bebe poco y por ‘quítame allá esas pajas’ (3) comenzaron con insultos de ataque/defensa.

El calesero, cuando llegó el momento –que se veía venir–, de apretar los puños, se dio cuenta, tarde ya, de que su ‘amigo’ no había soltado la espada de la mano y la comenzaba a mover con soltura, adiestrado como estaba, dando cuchilladas al ‘oponente’ por todo el cuerpo hasta que lo dejó en el suelo ‘hecho una criba’.

Cuando el soldado consideró que ya le había pinchado bastante le dio la espalda y se marchó. Lo consideró muerto. El calesero –tal cual-, se revolcaba en su propia sangre y allí, sin auxilio de nadie, permaneció vivo hasta el día siguiente. A las 6 de la mañana le dieron la unción/ungir (4), sobre el polvoriento suelo de la plaza. Después de ello, cogieron al moribundo y se lo llevaron al hospital en angarillas lugar donde falleció muy pocas horas después.

Colorario: La noche estaba oscura, ¿nadie lo vio, nadie quiso socorrerlo? La vida, amigo, la vida.

En la posada (5) donde había pasado la noche, el soldado respondía a las preguntas de un oficial de su regimiento. La espada estaba aún ensangrentada. El oficial le ordenó que no abandonara el lugar. Unas horas después le sacaron preso y soldados de su misma unidad le llevaron al cuartel para ser castigado.

Se desconoció entonces cuál fue el castigo. Pero conociendo la rectitud del ejército, ayer y hoy, muy probablemente acabara con sus días en una celda de castigo.

El filósofo lo dejó escrito… bueno ¿y qué? Siglos después Julio Iglesias puso música a ‘la vida sigue igual’, y no hace falta ser un lince… ibérico, para comprobar que el paso del tiempo no incorporó goma de borrar.


(1) Arma ‘maldita’ que utiliza la fuerza del aire comprimido, en contraposición a las armas de fuego.

(2) Hombre que tiene como oficio conducir calesas (RAE)

(3) Cosa de poca importancia, sin fundamento o razón.

(4) Acción de hacer la señal de la cruz con aceite bendecido sobre el cuerpo de una persona.

(5) Probablemente Los Vizcaínos que regentaba Úrsula Salván, también escribana de número de la Ciudad.