
Imagínense que un artefacto bélico produjera en España 230 muertos. La conmoción sería impresionante. Pues son las anteriores las tristes cifras que arrojó hace veinticuatro horas la maldita pandemia en nuestro país. Es lógico que ante ese panorama sea preciso adoptar medidas excepcionales, que salvaguarden la economía pero ante todo la salud. Es ilícito el planteamiento salud o economía. Va todo unido. Está científicamente probada la relación entre decesos y bajada del PIB de un país. La peor manera de atajar la catástrofe económica es permitiendo una catástrofe sanitaria.
El Gobierno de Castilla y León ha actuado con diligencia en el planteamiento del toque de queda, que entró en vigor anoche hasta las seis de la mañana. Ya adelantamos desde este periódico que no era necesario la declaración de un Estado de Alarma, y los servicios jurídicos de la Junta así lo han entendido. No obstante, el Gobierno lo proclamará hoy. Tiene un efecto positivo: la unificación de criterios entre autonomías y la no supeditación a la aprobación de una autoridad judicial.
Pero todo el proceso tan alarmante que supone un estado excepcional se hubiera evitado si el Gobierno hubiera emprendido, como se comprometió Sánchez con Ciudadanos y con el resto del país en el mes de mayo, una minúscula reforma de la Ley Orgánica 3/1986 de Medidas Especiales de Salud Pública. Los buenos datos médicos tras el confinamiento relajó al Ejecutivo, no solo en materia legislativa, también en los protocolos educativos y universitarios. Por no citar los económicos. Probablemente el sobrecoste de la pandemia para las arcas públicas no suba más allá de 30.000 millones de euros por el momento, pero el futuro tiene un color sombrío, y todavía no se conoce ningún plan de recuperación a medio plazo. La ministra Calviño mal disimula haber caído en un sopor tras frustrarse su ‘salida’ para recalar en la presidencia del Eurogrupo, y parece haberse unido al carro de otros ministros atacados por súbita indolencia o cuanto menos por notoria inactividad.
Es ahora momento, más que nunca, de volver a insistir en la responsabilidad institucional. Pero también en la ciudadana. Ayer hizo un día fantástico. La Alameda estaba plagada de paseantes. Desgraciadamente, muchos sin mascarillas. Las concentraciones, como la de la noche pasada, justo cuando empezaba el toque de queda y en las inmediaciones del acueducto, solo son demostración de la irresponsabilidad de algunos; muy pocos, bien es verdad. Como las posiciones negacionistas que solo producen vergüenza ajena. Pero si el toque de queda se limita a la calle, y se trasladan las reuniones al interior de las casas hasta la hora de su levantamiento, nada se habrá conseguido. El riesgo de colapso de hospitales y de UCI es hoy más que evidente. El alcance de las consecuencias que el coronavirus está dejando en aquellos pacientes que han superado la enfermedad sigue siendo una incógnita, pero lo que es palpable es que existen, y afectan a cualquier edad y condición; es decir, sin patologías previas. No caben medias tintas en esta cuestión. O se asume como reto colectivo la lucha contra la pandemia o el fracaso sanitario, y por ende económico, será más que una amenaza.