¿Dónde está la sociedad civil?

No pongan demasiadas esperanzas en que los políticos vayan a solucionar sus problemas. Me refiero a los problemas de los ciudadanos, no los de los políticos, que en eso algunos sí que trabajan intensamente. Los que llegaron para acabar con ‘la casta’ se convirtieron en casta selecta en pocos meses y lo primero que han logrado es multiplicar sus ingresos y sus privilegios. Hay, incluso una ministra recién llegada, ya nueva lideresa de Podemos, que defiende que Puigdemont vuelva a España como un líder injustamente perseguido y no como un ‘presunto’ delincuente fugado que debe ser puesto a disposición de la Justicia. Hay dos varas de medir. La que les mide a ellos y la que mide a todos los ciudadanos. No esperen tampoco que los sindicatos estén en primera línea de la defensa de los trabajadores sin empleo, de los jóvenes con contratos precarios, en paro o de quienes siguen en ERTE y están más cerca de un ERE que de la vuelta al trabajo que tenían. Ahora están muy preocupados en apoyar al Gobierno en el asunto de los indultos, que, como se sabe, es el principal problema laboral del país. Si hubiera un Gobierno de derechas, no duden ustedes que estarían tomando las calles para protestar. Su silencio es ensordecedor. Quienes venían para acabar con la desigualdad, la han aumentado por su incapacidad para gestionar. No, ni los partidos ni los sindicatos van a solucionar nuestros problemas.

Los partidos tienen que ser un instrumento de participación, no el monopolio de la política.

Los problemas de este país lo tienen que resolver los ciudadanos de a pie. La dificultad está en que los partidos —los de derechas y los de izquierdas— se han adueñado de todo el espectro político y social y han desarmado a la sociedad civil. No es un asunto de ahora, porque ya Ortega hablaba de la ‘España invertebrada’. La educación debería ser el arma para construir esa sociedad civil vertebrada, formada, crítica, con liderazgos fuertes, pero desde la LOGSE socialista, la educación ha ido rebajando los niveles de exigencia y formando ciudadanos acríticos, manejables. En algunos lugares, como Cataluña, la educación ha sido el principal banderín de enganche de los independentistas y los distintos Gobiernos han mirado para otro lado. ¿Dónde están los líderes que deberían estar formando las Universidades? ¿Dónde están los líderes con valores morales y éticos que deberían formar las escuelas y las Universidades católicas? ¿Dónde están los intelectuales que influyen y son respetados? ¿Dónde están los Colegios Profesionales y otras entidades que deberían estar levantando el nivel del debate, del diálogo y de los consensos? ¿Dónde está esa mitad de Cataluña que no comparte las propuestas de independencia? España tiene un grave problema de liderazgo en la política –no llegan los mejores ni los más preparados ni los más respetados sino los que hacen ‘la carrera’ en cada partido, con disciplina y obediencia al líder– y también en la vida social. Una falta de liderazgo que no favorece, salvo en casos extremos, la presión, la respuesta o la modulación de las actuaciones de quienes ostentan el casi absoluto poder político.

Yo no sé si es posible un mundo más justo, más libre, con menos desigualdades, pero estoy convencido de que si se puede lo tiene que hacer una sociedad civil organizada, vertebrada, que exija ser escuchada por los partidos, que no sea su mera correa de transmisión, que tenga capacidad para llevar al debate político la voz de la calle, los verdaderos problemas de los ciudadanos, sus exigencias, una solidaridad real, una lucha contra la injusticia y la desigualdad. Los partidos tienen que ser un instrumento de participación, no el monopolio de la política.