Fachada Los Quintos. Sergio Plaza Cerezo.
Fachada Los Quintos. Sergio Plaza Cerezo.

En la cotidianeidad de las mañanas de julio, por cierta circunstancia inductora de preocupación, se impuso una rutina: el desplazamiento hasta la zona de Conde de Sepúlveda. A pesar de alagar el trayecto, solía optar por la circunvalación vía Cuesta de los Hoyos, tal vez en busca de relajo a través del paisaje. En aquel día de la marmota, pensaba que Segovia era asimilable a Rarotonga. El tamaño reducido explica que diéramos hasta ocho veces la vuelta a la isla principal de las Cook. Verdor, campos de fútbol, ensayos para bailes polinésicos y parada en tiendas de conveniencia. Aquel ambiente recordaba a la serie de televisión “Doctor en Alaska”, donde, en medio de la nada, podías encontrarte a cualquier vecino en un restaurante sofisticado, más propio de Nueva York. Los agentes de viajes que nos vendieron, un día por la mañana, unos pasajes para desplazarnos en avioneta hasta el atolón de Aitutaki compartían mesa aledaña al llegar a cenar en “Chez Alberto”, referencia gastronómica de “Raro” –nombre asignado por los nativos a su terruño-. En aquel confín del Pacífico, extrañados ante la ausencia de aparato de televisión en el hotel, nos confirmaron la carencia de emisiones. Qué maravilla.

En esos días de la marmota, descubrimos un oasis en Segovia: bar Los Quintos. El rito del desayuno devino en costumbre; y nos apenó el cierre por vacaciones. La Diligencia 35, otro enclave especial, tomaría el relevo; pero, en menos que canta un gallo, pudimos volver a Los Quintos. Vocablo de uso frecuente. Si tantos refieren “ese es quinto mío”, el “El Adelantado” ha editado miles de fotografías de almuerzos anuales de los quintos de cada pueblo.

Un local profundo hacia el interior, sin que dicha disposición suponga estrechez, dentro de perímetro rectangular. Una techumbre con ligera inclinación a dos aguas, recubierta de madera al igual que las paredes, nos transporta a Escandinavia. Parece una casita sueca. Decorado perfecto para la conversación en la que salen a relucir los demonios familiares, eje de la trama de “Laponia”, obra de teatro que sigue en cartel, protagonizada por dos actores de raza, ya veteranos. Iñaki Miramón y Amparo Larrañaga hacen de cuñado y hermana de una española casada con finlandés. Fotos antiguas de Segovia se superponen sobre algunos tramos de la madera. Montaña multicolor con cajas de botellas: Alhambra, Mahou, Victoria, Damm, Coca Cola. Anuncios publicitarios, desde una actuación musical en Nava de la Asunción a un taller de escritura creativa. Y sello global -“coffee shop”- arqueado en cartelón trasero.

En la parte central, detrás de la barra, se lee “Los Quintos”, inscripción sobre mueble blanco. Copas enormes debajo; y batallón de botellas en estantes laterales, flanqueando la denominación del establecimiento. Visibles Bacardí, Brugal, Barceló. Se ha disparado el consumo de ron caribeño con apellido catalán en los últimos veinte años, frente a la España previa del brandy Soberano. Todo en torno al nombre rotulado, “sancta sanctorum” del templo hostelero, incluidos cuatro grifos de diseño de cerveza Alhambra.

El dinamismo de la vía pública donde se encuentra Los Quintos –calle del Conde de Sepúlveda- explica la diversidad de la clientela. La administración actual alcanza los siete años, si bien este bar registra una antigüedad mucho mayor. El regente, Enrique, confiesa que las cosas han ido mejor de lo imaginado cuando inauguró el local. Se trata de un muchacho segoviano de 35 años que, siempre, desde niño, quiso tener un bar. En tanto enfrente se ubica La Diligencia 35, pregunto por la rivalidad, máxime cuando el otro establecimiento, ubicado en acera más comercial, registra exitazo con sus 16 tipos de desayunos, promocionados por doble cartelón fotográfico en fachada. Además de referirme la buena relación con los vecinos en esta geopolítica del ocio, el jefe dirá: “mejor estamos los dos, porque, si no, la calle se muere”. En efecto, los fenómenos de concentración minorista activan imán, beneficioso para todos los participantes del gremio. Cuestión de economías de aglomeración: rivalidad y cooperación en juego donde todos ganan. Los bares del entorno conforman red. Un señor mayor pregunta por teléfono: “¿dónde andáis, hijos?”. Y, al escuchar Jeslu, “allá vamos en un rato” pronuncia el parroquiano. En otro momento, mientan a uno que “pasa la tarde en el Caballo Blanco”. Las rondas de bares son habituales en la mitad norte de España; por el contrario, se bebe hasta las trancas, sin cambiar de bar, en muchos países de Latinoamérica.

Terraza Los Quintos. Sergio Plaza Cerezo.
Terraza Los Quintos. Sergio Plaza Cerezo.

Sí; ley universal de la concentración minorista. En la calle Blanca de Silos de nuestra ciudad hay zapaterías; mientras, las boutiques especializadas en vestidos de novia configuran agrupamiento en los alrededores de una universidad femenina de Seúl, cuyo campus tiene arquitectura neogótica que delata influencia estadounidense. Cuántas estudiantes de Bachillerato lo visitan, con anhelo de llegar a cursar estudios superiores en aquella institución; pero, la mayoría no alcanzará la nota de corte.

La mejor barrita de pan con tomate de Segovia se sirve en Los Quintos; y el cliente recibe una botella de aceite de oliva de gran calidad para que eche lo que estime necesario. Algo exquisito. Los murcianos emigrados a Murcia promocionaron este consumo de pura dieta mediterránea. Me acuerdo de un profesor excéntrico que, a pesar de dicha procedencia geográfica, abogaba por los copos de cereal para el desayuno de los españoles. En el Pan de Azúcar de Río de Janeiro, me encontré al político y jurista Oscar Alzaga; y, al referirle que teníamos un amigo en común, me corrigió. “Dirá usted nuestro germanófilo amigo”.

Me encanta la costumbre segoviana de tapa con el café; algo inexistente en Madrid. Si pedimos un segundo café con leche, casi capuchino gracias a la espuma obtenida por la máquina recién adquirida, se puede acompañar con huevos estrellados, galácticos. En un pizarrín, dibujos animados: una especie de señor Don vaso promociona el café para llevar; y, exclama “100 por cien natural”. Tendencia global, nacida en Seattle de la mano de Starbucks, extendida hasta todos esos “coffee & bakery” que inundan Madrid.

En Segovia hay una amplia comunidad de vecinos originarios de Serranillos: uno de ellos en El Chorrillo, restaurante emblemático de Palazuelos de Eresma. Y su paisano Lucio, conocido por haber popularizado los huevos rotos, también pasó por esta ciudad, antes de establecerse en Madrid. En sus restaurantes, siempre hay famosos. Cuando visité Casa Lucio, Piqueras, presentador de telediarios, estaba en la mesa de al lado; y, mientras cenábamos en El Landó, llegó el Conde Lecquio, camino de un reservado.

El desayuno de Los Quintos casi es un “brunch” si se combina con los huevos estrellados. Nunca faltan los huevos –en especial los benedictine- en este tipo de convite, con nombre que expresa el poder blando anglosajón. En pizarra, se lee “almuerzos en Los Quintos”, término propio de Castilla para esos desayunos tardíos. Los “brunch” proliferan por doquier en Madrid. Antes estaban Oliver, los grandes hoteles y poco más. Desde los sectores más acomodados, este hábito nutricio se ha ido ampliando hacia la clase media más urbanita.

Los desayunos con huevos, puntal de la cocina mexicana. El Cardenal, establecimiento con ascensor y varias plantas, es, junto con La Hostería de Santo Domingo, el restaurante clásico de toda la vida en la Ciudad de México. Se lo recomiendo; y, no se conformen con comida o cena. Hay que visitarlo también por la mañana, imprescindible. Entre las numerosas especialidades, me decanté por los huevos a la veracruzana. Exquisitos. Los huevos con nopales en una cafetería emblemática de la calle cinco de mayo, fundada por descendientes de emigrantes leoneses, también me parecieron espléndidos. Si los huevos a la ranchera ya están por toda la Villa y Corte, el bar hondureño de Ezequiel González ofrece a los segovianos algo más exótico: el desayuno catracho, a base de huevos y chicharrones. No lo he probado todavía.

Interior Los Quintos. Sergio Plaza Cerezo.
Interior Los Quintos. Sergio Plaza Cerezo.

Los Quintos viene a ser el bar del instituto. El local se encuentra a rebosar en torno a las 11.30, una vez iniciado el periodo lectivo. Profesores, personal no docente y, menor medida, estudiantes. Seis adolescentes comparten la mesa más grande. Una quiere Cola Cao; pero, otra prefiere Nesquik. Alguien comenta que, desde la cuarentena, le gusta menos salir. El curso acaba de empezar; pero, ya esperan la llegada de San Frutos, así como las fiestas del Cristo del Mercado. Un pueblo de origen, Martín Miguel, sale a relucir, así como el gusto por las charangas, como la de Muñopedro. El examen de Sociales del curso pasado es recordado. Como las chicas de Séul, también ellas tendrán sus expectativas universitarias. Otros ya las cumplieron: “así que has terminado Veterinaria”, le dicen a un joven. Una de las alumnas del instituto habla de su prima; otra mañana, un cliente adulto cita al “espabilado de mi primo”.

Sustituciones, “mates”, son vocablos sueltos que escucho; mientras, se comenta la llegada inminente de un grupo de estudiantes franceses. “¿Son veinte?”, preguntan. El regente ha estado de baja por paternidad; y, recién reincorporado, llega su esposa con el carrito. Ambos salen a la terraza para que los profesores conozcan a la beba.

Los mecánicos de Segocar toman café, al igual que el personal sanitario de clínicas y mutuas próximas. Un jubilado, lector del ejemplar disponible de este diario, nos habla con orgullo sobre su única nieta: estudia con beca en el IE; además, acaba de regresar de un intercambio en Australia. Padres con hijos menores de edad llegan los sábados y domingos por la mañana. Una niña de tres años inquiere por lo que escribe el señor que toma notas de pie. Y, respondo que preparo un reportaje para “El Adelantado”. Su madre es cordial; y, hace reflexiones interesantes sobre la evolución de la zona del Paseo Nuevo. Me cuenta cómo las aperturas de bares en el local contiguo de la acera acaban en cierres. Mónica comenta que el bar tiene sus habitués. Se trata de su bar; y solo visita los establecimientos vecinos en ocasiones contadas. Un treintañero zaragozano, residente en San Lorenzo, se suma a la conversación. Paseante con niños pequeños por toda la ciudad, durante los fines de semana, le gusta conocer bares nuevos. En los recorridos, ha llegado hasta la librería Cambra, ahora cerrada.

En papel colgado, se informa sobre la prohibición de jugar a las cartas a partir de las 19.30 horas. La búsqueda de equilibrio, vía arbitraje intergeneracional, en establecimiento muy concurrido a horas varias. En cuanto a banda sonora, suenan desde “la chica de ayer” o una versión nueva de “la vie en rose” (domingo matinal), hasta música de rock duro, en medio del ajetreo mañanero de una jornada laborable. Por la noche llegan jóvenes a cenar sándwiches y hamburguesas. Ello se incentiva; y, consta en pizarrón. Por una parte, los “superjueves”: promoción de copas económicas, correspondientes a marcas como Arehucas o Dyc. Por otro lado, los “martes locos”, jarras de cerveza más baratas. Los economistas lo llamamos elasticidad-precio de la demanda –o, en qué grado aumenta la demanda al bajar los precios-.

Helio es hombre de confianza del jefe. Si estuviéramos en un “western”, sería el ayudante del sheriff. “El de Carbonero” dice un cliente; y el segundo de a bordo, risueño, le da la mano. “Te creía en las fiestas de Carbonero”, le dicen con sorna; pero, “todavía no son”, remarca el paisano, con acento característico, pausado. El hombre es muy serio; y, ahí radica su gracia. La naturalidad con la que comenta que se va a las fiestas de Gomezserracín “¿Pueden entrar perros?”, preguntan. “Más que las personas”, respuesta con sentido del humor muy fino. Un muchacho muy simpático siempre va acompañado por un galgo enano, galgo italiano me dice. Son uña y carne; van juntos al trabajo; y, el perro ha viajado hasta en barco.

Interior Los Quintos. Sergio Plaza Cerezo.
Interior Los Quintos. Sergio Plaza Cerezo.

El tiempo transcurre; y Helio pasa el día libre en las fiestas de Carbonero el Mayor (CEM). El tiempo sigue avanzando; y Helio ya volvió, como los pastores que llegaban de la Extremadura. “¿Dónde prefieres vivir?”, inquiero, dando a elegir entre ciudad y pueblo. “En Segovia, porque hay más cosas”, escucho en boca del mozo. No pudo expresarlo con mayor claridad. Me dejo olvidado un libro en la mesa. Regreso preocupado; pero, cuando llego, Helio me lo entrega. No hay dos sin tres: Florencio, el librero de Cambra; Helio, el camarero de Los Quintos. ¿Quién será el próximo personaje de CEM con el que me tope?

En el establecimiento trabajan varias empleadas. Una joven del Este, llegada a Segovia de niña, es muy servicial. “¿Qué te sientes, más búlgara o española?”. “Aquí se está mejor”, responde con diplomacia. Llega un joven latino con gorra de béisbol; busca empleo. Y el jefe le pide el teléfono, por si fuera menester más adelante. Las estadísticas dicen que hay escasez de mano de obra en hostelería.

En la terraza, gorriones entrañables, ávidos de miguillas de pan. Algún espabilado emprende el vuelo con un trozo enorme; una pareja podría disputarse cualquier pedazo en particular “sokatira”. Arrojamos más alimento, para evitar conflicto y proteger a los más débiles. La misma competencia darwiniana que en la vida humana. Mi cabeza vuela al templo jainista de la calle principal de la vieja Delhi: aquel hospital donde auxilian a los pájaros accidentados.

A raíz de nuestra desgracia familiar, Dani dijo que vendría; y, ha venido. “Palabra de vasco”, se dice en Argentina. Quedamos en Los Quintos. Gran viajero, acaba de pasar tres meses en Chile; y, a raíz de hablarle hace muchos años de Aitutaki, se obsesionó con el atolón. Amaya, su mujer, no lo entendió hasta que arribaron al paraíso. En el vestíbulo del hotel de Aitutaki, durante un día de lluvia, una gataza parda saltó al regazo de mi hermano. ¿Una señal?

Recordamos a Iñaki Miramón, vecino de la familia Sampedro Laburu en su segunda residencia de Castro Urdiales. Cuando salías a la calle en la mañana de un día nublado de verano, frente a los montes vecinos, aquel olor suave a humedad, sensación imborrable. El padre del actor, pluriempleado, vendía libros; y, los premios Goncourt de nuestra biblioteca son legado.

Dani, mi hermano y yo conseguimos el milagro: entradas para ver el triunfo del Athletic de Bilbao frente al Barcelona de Maradona en la final de Copa de 1984. Aquel día, compramos felicidad a largo plazo, tras presenciar el encuentro en Grada de Preferencia del Santiago Bernabéu. Conversamos en Los Quintos sobre Robert Navarro. A punto de vestir rojiblanco, le fichó la Real Sociedad. Siendo niño, en la casa de Burlada de su abuela, Aurita Juárez, nacida y criada en La Granja, prima carnal muy simpática de mi madre, probé mi primer arroz a la cubana. Aquel molde perfecto al volcar el cuenco. Nunca este plato volvió a saberme tan rico.

En el segundo día del reencuentro, volvemos a Los Quintos para el “hamaiketako” –aperitivo de las once-. “¿Sabes una cosa? Estos huevos están de muerte”, dijo nuestro amigo. El hijo de Daniel y Tere, que permanecen en nuestro recuerdo, vuelve a Vitoria. Y asumirá desviarse para conducir, en su coche, a una pasajera hasta cierto pueblo perdido del Nordeste Segoviano. Le gusta llevar gente cuando viaja; algo posible gracias a la aplicación BlaBlaCar. Hizo autostop de joven; y, agradecido, quiere devolver lo recibido a la sociedad.