
Me disponía a escribir el artículo de este domingo, cuando me ha llegado otro de José María Marín Sevilla, teólogo, buen amigo, hombre de recia fe, comprometido por la causa del Evangelio de Jesús. En lo que escribe, invita a interiorizar personalmente y como Iglesia en el mundo y momento actual, el lugar del Sacramento de la Eucaristía. Debido al espacio, transcribo algunos extractos de este artículo. No tengo inconveniente en hacérselo llegar íntegro a quien lo desee.
“Celebrar el Corpus Christi, en el seno de la cultura actual nos lleva de la mano a realizar una profunda reflexión si queremos que el sacramento de la Eucaristía no sea solo un rito vacío e irrelevante, no para la sociedad que ya lo es, sino para la inmensa mayoría de los bautizados”.
Nos acerca un dato sociológico incontestable: “Mirar la realidad es siempre un primer paso para saber dónde ir y hacia dónde encaminar nuestros pasos. La Fundación SM presentó que en su momento el Informe “Jóvenes españoles entre dos siglos (1984-2017)”, puso sobre la mesa que la religión sigue ocupando uno de los últimos lugares en la escala de valoración de las cosas importantes para los jóvenes (16%). Y que, aunque, un 40% se define como católico, un gran porcentaje de ellos no se identifican con la institución eclesial, ni con las prácticas religiosas –entre ellas la Eucaristía- y mucho menos con la moral católica. ¿Importa esto?, creo que sí, y mucho”.
Y hace esta reflexión: “Es necesario que, laicos, curas, teólogos, pastoralistas y especialmente los obispos tomemos muy en serio ¿qué nos está pasando cuando vemos lo que pasa y seguimos como si nada pasase? Si esperamos a que las cosas cambien con reformas litúrgicas venidas de Roma, o de las Conferencias Episcopales, el futuro quizá sea incluso peor”, para afirmar que “comulgar con Cristo tiene muy poco que ver con nuestras comuniones diarias, dominicales o las normalizadas Primeras Comuniones” Y nos invita a “convertirnos en lo que comulgamos. Necesitamos discernir profundamente, acerca de dónde, cómo y para qué celebramos la Eucaristía”.
“El dónde porque el templo, el altar, los vasos y ornamentos sagrados son ya un primer obstáculo. Más que a reconocer a Jesús en su gesto de servicio y entrega, nos traslada a los palacios de los poderosos, sus banquetes y su vanidad.
El cómo es importante. Las fórmulas litúrgicas, la preocupación doctrinal y la rutina no son tampoco los mejores compañeros para el que busca encontrarse con Dios porque éste, como afirma el Evangelio, se da a conocer con palabras sencillas a los sencillos, y gusta de ocultarse a los poderosos.
Profundizar en el para qué, quizá sea lo más importante y lo más coherente. Aquí es donde el suspenso de nuestras misas es mayor. Para “cumplir” con los mandamientos de la Iglesia, aunque la mayor de las veces lo hagamos dejando de lado el único Mandamiento de Cristo: “amaos como yo os he amado”. Es evidente que la obligación de la misa y las procesiones multitudinarias exponiendo el pan consagrado en carrozas y custodias de oro y piedras preciosas no parece ser la verdadera finalidad del sacramento del Amor. Ni mucho ni nada tiene que ver con la Memoria del Crucificado por su opción por los pobres y su oposición a la religión de su tiempo”.
“Tenemos que discernir y transformar nuestra fe y nuestra relación con la Eucaristía hasta despojarla de lo accesorio para encontrar su verdadero sentido y su fuerza transformadora en nuestro tiempo y cultura. Reconocer la evidencia de los hechos y armarse de valor (el que procede del Espíritu de Jesús). Solo así podemos empezar a caminar en buena dirección. Primeros pasos sencillos, espontáneos y que tendrán que ser, necesariamente, atrevidos y concretos hasta configurar un estilo nuevo de ser Iglesia desde la cercanía a los pobres y descartados”.
“La fiesta del Corpus Christi nos ofrece cada año un nuevo desafío. El signo del amor de Dios, el cuerpo que alimenta nuestra fe, no tendrá la eficacia sacramental que le suponemos, si no conducen al compromiso personal por la justicia, trabajando al mismo tiempo por la conversión personal, social y estructural. Un Corpus Christi sin escuchar la voz de los pobres es una gravísima profanación de la voluntad de Dios».