Comprar el Futuro

Somos sociedad en permanente alerta. Cuando no es alerta roja de calor, es alerta amarilla de lluvias o hay alerta porque hay medusas en la playa (de momento a salvo en Segovia) y con ello se consigue que quede diluido el aviso de cambio de paradigma en lo económico y social que se avecina. Este cambio de modelo no viene con gran aspaviento ni con cartas que llevan balas dentro. Pero hay señales evidentes.

Por un lado, los modelos de comercio basados en el “online” que venían dando fuerte han acelerado su implantación debido a la pandemia. En todo lo que tenga que ver con la alimentación se habla de que se ha adelantado hasta 10 años. Y en otros sectores del consumo se habla de un acelerón de cinco años o más. Pocos hay en que la pandemia haya tenido un movimiento de involución.

Por otro lado, nos acercamos a una salida de crisis que tendrá como bueno un cierto optimismo “gastador” por cuanto es bueno que el dinero real o prestado por gigantes bancos públicos circule; pero tendrá como malo que se van a acrecentar las diferencias entre ricos y pobres y entre los medio ricos y los medio pobres. Para no entrar en polémica decidan Vds. donde nos situamos nosotros como país, como región y como segovianos.

Nuestro querido mundo Occidental ha vivido con altibajos un periodo de prosperidad sostenida durante varias décadas. Se puede fijar el comienzo en el fin de la 2ª Guerra Mundial en donde una Europa arrasada pasó años primero reconstruyendo y después organizando un sistema empresarial, social y de consumo. Todo ello requería ingentes masas de trabajadores a cualquier nivel: los que pensaban, los que organizaban, los que operaban, etc. Incluso hacía falta mano de obra de fuera para atender el trabajo en cadena de las fábricas. El modelo generaba un incremento en la renta per cápita de los ciudadanos, que al final hizo necesario exportar el sistema a otros países en una búsqueda indisimulada de precio de mano de obra más reducida que mantuviera el ciclo.

Uno de los efectos visibles de esa prosperidad de las familias en toda Europa fue que se pudo soñar con montar en un ascensor social a los hijos como era la universidad y soñar a su vez con que “su vida fuera mejor que la nuestra”. Es verdadera historia reciente de Europa y España el ver como el hijo del obrero iba a la universidad y había salida laboral para el titulado (no para todos los que salían, pero si para bastantes). La irrupción de multinacionales en un país —particularmente como el nuestro— atraídas por una población que entraba en el consumo al disponer de renta para ello, también demandaba para toda clase de trabajos gente cualificada. De alguna manera el futuro se podía comprar a base de diplomas.

A la vez muchos países tejieron y crearon, tanto en empresa pública como privada, el valioso intangible de las patentes y de los registros de marca con lo que da igual donde fabriques: la propiedad es tuya y lo será siempre. Y el talento para el manejo y crecimiento de esas marcas y patentes se podía contratar y retener. El sistema se podía perpetuar.

Tenemos tecnología y talento local pero no podemos compararnos con los de siempre. Los mejores de los nuestros, aquí formados, han de marchar fuera a vender su talento

España y con el “que inventen otros” ha perdido mucho tiempo y nuestro PIB sufre por ello dada la marcha de lo fabril a lugares más económicos. No hacemos todo el I+D que corresponde a nuestro lugar en el mundo. Tenemos tecnología y talento local pero no podemos compararnos con los de siempre. Los mejores de los nuestros, aquí formados, han de marchar fuera a vender su talento.

El reto por delante parece que debe ser tomar uno de los dos caminos: inversión decidida y subvencionada en I+D+I, muy superior a la actual, para intentar salvar ese hueco y que nuestro país eche mano de talento interno y hasta externo para manejar nueva tecnología, nuevos formatos de negocio, etc. o, por el contrario, entregarnos a ofrecer la mejor versión de nosotros mismos en los sectores que conocemos. Bien sea turismo, alimentación por agricultura y ganadería. Y, por supuesto, mano de obra excelentísima y muy bien formada que le evite la tentación al “el de la patente” de llevarse su fábrica, por ejemplo de coches a otro lugar con una promesa de lo mismo pero más barato.

Estar a medio gas en todo o poner un poquito de dinero en toda cosa nueva que aparece puede ser popular a la corta, pero no resuelve la inquietud de asegurar un futuro para los locales.