Chiquilladas

Si hay algo que suena mal en los tiempos que corren es lo de resolver las cosas con autoridad. Existe toda una fraseología con saetas tan célebres como directas del tipo de “aquí hace falta mano dura”. Otra memorable y que supongo que a muchos de nosotros nos han dicho es la de “palo y tentetieso”. O el insustituible “esto lo arreglaba yo en quince días…, si me dejaran”. Ahora da como miedito ponerse en ese plan y todo viene de la resaca de haber tenido una dictadura que todavía se hace notar y lo que suene a autoritario mejor bajarlo dos octavas y dejarlo en “seria advertencia” y menos si puede ser. Especialmente si hablamos de gente joven o colectivos otrora maltratados o no reconocidos. Ahora bien, el resultado de no poner orden aunque sea de tarde en tarde se deja ver, por desgracia. Y quizá hay que plantearse que al igual que ocurre con todo el resto del mundo con el que nos comparamos, hay situaciones que simplemente se resuelven, por el bien de todos. Sin más.

Por poner algún ejemplo, hubo un tiempo en que alguno consideró como chiquillada a la Kale Borroka. Hasta que dejó de considerarse como tal y se actuó.

Tampoco se anda con paños calientes Hacienda. Se paga lo que hay que pagar y si no se paga cuando toca se acaba pagando y con recargos o multas. O al menos es así para los que nos movemos en la economía normalita. Y debe ser así, porque si no esto sería el pito del sereno con los impuestos; es un hecho que la Agencia Tributaria se impone y no se la salta nadie.

Del mismo modo, un gobierno socialista allá por 2006 se propuso bajar de forma drástica el número de muertes en la carretera cada año ya que había llegado a cifras insoportables (ninguna muerte en carretera es soportable para nadie, pero siempre será mejor menos que más). Aunque ya no lo recordemos en 2006 murieron 4,100 personas y se redujo hasta 1,700 en 2019, con bajadas importantes en los primeros años. Tal desplome en la siniestralidad tuvo un efecto positivo hasta en los precios de las pólizas de seguro de coche.

Acabada la fiesta vuelve cada mochuelo a su olivo y si ha habido contagio, se reparte por casa

El método para conseguir bajar los siniestros no fue revolucionario; lo primero copiar de Francia el carné por puntos y más o menos en las mismas fechas empezó una política de dureza implacable con los infractores a base de multas potentes o considerar delito a los que se pasaban de velocidad o los que adelantaban en prohibido, por supuesto conducir bajo el efecto de drogas y alcohol, campañas publicitarias con imágenes durísimas, la reconvención social de esas actuaciones… El final de ese trabajo, y como conclusión, es que todos sabemos que puedes tener severo castigo si transgredes las normas de una forma u otra incluyendo el paso por prisión, en la cual ya han pasado temporadas unos cuantos. En resumen, se arregló el problema a base de mano dura, no de tutoriales o solucionar el problema “por la vía del diálogo”.

En estos días en los que tenemos la pandemia desbocada y nuevas cepas aparecen en diferentes países, se siente un pulso claro de Natura contra los paisanos del mundo en donde la madre naturaleza no quiere dejar que la enfermedad acabe fácilmente; quizá nos hemos pasado de listos. En los últimos 100 años no se había visto a “la de la guadaña” trabajando tan de firme para llevarse a todos los que pueda. Con este panorama no se puede entender que cada fin de semana, en cualquier región de España, la policía encuentre fiestas con la gente arracimada, sin mascarillas y repartiendo a diestro y siniestro los virus que alguno pueda llevar encima. Acabada la fiesta vuelve cada mochuelo a su olivo y si ha habido contagio, se reparte por casa. Y encima, ya en el colmo, se enfrentan a la policía en una especie de absurda insurrección libertaria con tufillo nostálgico.

Por alguna razón, esta actitud parece ser vista con una cierta benevolencia por parte de la autoridad (la cual cumple órdenes). Son, de nuevo, chiquilladas. Solo que no lo son. Con la claridad que tenemos de que esas reuniones son malísimas para los que están y para los que no están, sorprende que la tele, cuando nos da imágenes y relatos, no acompañe los reportes con las multas (y los importes) que han caído a asistentes y a organizadores. Y si han cometido delito a qué penas se enfrentan. Y eso es porque no está claro que va a pasar con los infractores; o a lo mejor sí está claro. Si esta información estuviera más clara muchos pensarían la que les puede caer, visto que el hecho de contagiarse ellos o contagiar a otros no parece importarles demasiado. Y además se lo contarían a otros que no andan muy interesados en las noticias en general. Cabe la posibilidad de que algunos piensen (o pensemos) que después de esas intervenciones policiales no pasa nada o pasa poco y sea incluso acicate para los descerebrados; porque hasta ahora lo que se viene observando es que conforme las cifras empeoran más fiestas hay cada semana.

Lo de la libertad es una cosa muy seria, tanto como que hay defender la libertad de los que no quieren morir por “chiquilladas”.