El miércoles, el patio de la Casa de Abraham Senneor, tuvo algo de patio de juego, pues Charo Pita, aunque prometió una sesión de amor, muerte y erotismo, desarrolló un tratamiento de rejuvenecimiento y llevó al público algunas de las mejores técnicas que se utilizan en la narración oral familiar. Este cambio de perspectiva descolocó a parte de los escuchadores habituales del Festival de Segovia, pero, sin embargo, contó con el beneplácito de la mayoría del público, que entró en el juego que proponía la narradora gallega sin demasiados prejuicios. Lo mismo contestaba a todas las preguntas que se iban haciendo a lo largo de los cuentos, que ponía su granito de arena en la construcción del zumbacuento (invento de Pita) al final del espectáculo, ya fuera sonorizándola con ruidos animalescos o dando la palmada en el momento exacto para marcar el ritmo de divertida y desenfada canción tradicional que Pita recitaba/cantaba zumbeando.
Charo Pita contó cinco cuentos de diferente procedencia (Países Bajos, Oriente, Escocia e incluso dos de su propia imaginación) para ir tocando esos temas que eran los hilos conductores de la contada. Con “Ceferino” indagó en el tema de la muerte y protagonizó una asombrosa trasformación física en una vieja prehistórica que resultó ser la vida, pero una vida un tanto peligrosa. En el cuento “María de Madeira”, habló de perseguir los sueños, para volver a tocar la muerte como un motivo accesorio en una peculiar versión del muy castizo cuento “Los tres huevos fritos” que cruzó con otro cuento del folclórico personaje oriental Nasrudín, donde destacó de nuevo con alguna estampa como la del marido serrando la rama del árbol sobre la que estaba. El tono cambió con el cuento escocés de la Selkie (foca en el mar y hermosa mujer de larga cabellera negra y ojos profundos en la tierra) que le permitió irse adentrando en el amor y muy levemente en el terreno del erotismo, tema que llegó a su plenitud con la historia del muchacho que tanto disfrutaba de los higos (otra creación de la propia Pita).
Si en algo destaca Pita es el dominio de la voz, ese timbre perfecto que puede escucharse a gran distancia y que puede modular para crear esos personajes que no paran de hablar entre sí, haciendo que sus cuentos casi tengan más de dialogados que narrados. En esa misma creación de los personajes, también es parte fundamental ese dominio del cuerpo -de movimiento seguro y gesto exacto- que está presente en todo momento pues cuando narra mece, marca el ritmo y parece arrullar al público con sus brazos. Con todo, posiblemente, lo más relevante en esta narradora norteña, sea su energía y su capacidad para arrastrar al público a su terreno -esa narración que se suele asociar más con el concepto de cuentacuentos- situándolo donde ella quiere tenerlo y así divertirse ella misma al tiempo que divierte a los demás con esos cuentos que tanto le gusta.
Charo Pita representa un modo de contar muy diferente al que está acostumbrado el patio más cuentero de la judería, pero dentro de esta forma de contar es uno de los referentes para escuchadores y para otros profesionales. Porque hay que recordar que la narración oral es un amplio campo de fronteras a veces poco difusas donde hay tantas formas de narrar como narradores.
Esta noche, por ser la de la Luna Llena, la sesión del Festival de Narradores Orales se multiplica por tres (qué sería de la literatura oral sin el tres), y es pequeño milagro correrá a cargo de José Luis Gutiérrez “Guti” quien lleva en sí voces, cuentos y canciones para todas las lunas llenas del año.