Carlitos

No recuerdo el día en el que conocí a Carlos Villagrán, capitán del BM Nava, pero sí que las primeras conversaciones las tuvimos vía telefónica hace cerca de dos décadas. Contactaba con frecuencia con él para hablar de la actualidad del equipo y me transmitía una pasión por el balonmano tan sana como adictiva. Nunca me puso excusas o evitó preguntas incómodas. Nunca.
Un día cogió el teléfono su madre, no sé si para conocer al que llamaba a su hijo tantas veces – siempre a la hora de comer – o para hacerme ver con su simpatía que ya solo me faltaba ir a su casa para almorzar.
Con el paso de los años he seguido el día a día del club unas veces desde la trinchera del periodista y otras como mero aficionado. He sufrido, llorado y reído en función de los avatares deportivos de la entidad y hasta he escrito un libro sobre su historia. Pero por encima de todo he visto crecer en lo deportivo hasta la élite mundial a un amigo. Solo por eso ya me salió a cuenta formarme para ser periodista.
La Leyenda – le llamo así ahora que se retira para hacerle rabiar – es un deportista vocacional en lucha constante por superarse y con una calidad humana casi sobrenatural. Pensarán que soy parcial y que mi criterio no es válido para juzgarlo, pero Carlitos también tiene sus cosas. Y es que ahora que ya no hay teléfonos fijos, cuesta un mundo dar con él. Si lo convocan para los Hispanos no lo localizan. Al menos devuelve las llamadas, aunque sea una semana después.
Sander Sagosen, Pérez de Vargas… podría citar a una docena de jugadores que me maravillan, pero mi favorito es el gran Carlitos Villagrán.