Cara de cabreo

No hacen falta grandes conocimientos en politología para saber que nuestros políticos, en cuanto alcanzan una mínima visibilidad en los medios se les asesora sobre cómo presentarse a las audiencias. Qué decir, cómo decirlo. Y respecto a la puesta en escena cada vez es más evidente que se invierte bastante tiempo y recursos. Baste ver la última recepción “de las banderas” en Madrid.

En este sentido, es curioso cómo de un tiempo a esta parte – ya lleva años la cosa – el político no puede hablar en soledad ante un micrófono. Es decir, no se puede ver una pared, una cortina o un cuadro de esos de caza. Están rodeados de partidarios. Además, están los que además asienten a lo que dice el entrevistado/a. Es de suponer que el mensaje que se pretender mandar a las audiencias es que hay unidad, consistencia, respaldo, si bien, ahora como nunca, se ven fisuras en los partidos, hay libre pensadores, rupturas de coaliciones, encuentros y desencuentros. Pero el caso es que ni uno solo sale sin estar bien custodiado. Y si se trata de plano largo, es decir, la cámara lejana y el protagonista en un escenario, aquí también docenas de partidarios están por detrás apoyando al orador – oradora. Se supone quienes que aspiran a algo en el partido son más participativos, aplauden, ríen, etc. Hay otros que están algo más pasivos. Quizá tenían otros planes para ese día festivo.

Esta omnipresencia es consecuencia directa del disparatado número de políticos que disfrutamos y que nos hacen la vida cada vez más fácil y más sencilla. Y cuando digo que “cada día más” me refiero a que los nombramientos con poco ruido pero buen sueldo no cesan. Incluso en los días del confinamiento más duro (allá por Abril y Mayo del presente) se produjeron creaciones de direcciones generales en los ministerios de Seguridad Social, Educación, Consumo, Transición Ecológica… Y a todos esos en algún momento habrá que darle su tiempo en los medios, claro. Sin embargo lo que no se ha visto (o conocido) es dotación de presupuestos extraordinarios para investigación de la enfermedad, salvo el dinero que haya costado el asesoramiento que hizo el comité de expertos al Ministerio de Sanidad. Tengo entendido que fue un coste escaso, nulo de hecho.

Y esa omnipresencia se traduce en que tienen (o tienen que tener) una opinión sobre cualquier cosa. Y es algo que se puede entender cuando su opinión se ciñe a un ámbito de su competencia, si bien la falta de preparación en las funciones que desempeñan les lleva a tener que hacer desmentidos poco rato después. Este es un mal extendido, todo sea dicho, entre los celtíberos, y cuando dices no tener opinión sobre algo alguno te mira raro. Y es curioso cómo algunos ministros y ministerios, que están a hora a medio gas o en horas bajas por la emergencia nacional e internacional, se ponen a opinar de lo que no es su materia con comentarios exactamente igual de imprudentes que desafortunados. Por ejemplo hablar de la Corona, y de la conveniencia o no de los viajes agendados.

En estos tiempos de tanta inquietud, no sé que pensaran Vds, parece que oír a técnicos y médicos a uno le alivia un poco, da la impresión de que estamos en buenas manos (si les hacemos caso). En todo caso, se echa un poco más de tiempo de éstos y menos de los otros.

La omnipresencia va acompañada de un lenguaje gestual muy poderoso en cierta ala política. Asistimos una vuelta a los clásicos: la Cara de Cabreo. Sonrío por dentro cuando veo esa cara de cabreo que le ponen al presentador/a del programa en cuestión, o al diputado de unos metros más allá, o con la que miran a la cámara. Se pretende reflejar la indignación por la perenne injusticia con el pueblo y unirlo a esa superioridad moral que siempre parece ir ligada “a los suyos”.

Se convierte lo que empieza en charla, en un discurso y luego acaba en arenga. La tecnología ahora permite ahora hablar a las audiencias con tranquilidad y ponderación y colocar bien el mensaje, pero esa cara de enfado permanente, literalmente regañando a los del banco de enfrente y cuando el tiempo y circunstancia acompañan arengando “a grito pelao” me recuerda a líderes de hace décadas con opiniones políticas en principio diferentes a las que pretenden mantener estos y que llevaron a guerras devastadoras con millones de muertos aquí al lado, en Europa. Nadie piensa en que la sangre llegue al río, ni ganas que hay, pero el que suscribe ignora por qué lo que pretende ser progresista se tiene que defender con unas formas tan desfasadas.