
Son siempre estas fechas de mirada larga hacia atrás. Recuerdos variados, los que no están, repaso de fotos… He de reconocer, y lo hago a la gente joven que tengo en casa, que la vida era antes algo menos compleja. No diría que más fácil pero sí más predecible.
También eran sencillas las vacaciones y las escapadas. En cada casa se hacía lo que se podía o lo que cada uno se podía permitir, pero siempre eran paraísos cercanos. O paraísos perdidos en muchos casos porque en donde fueron los mejores momentos ahora hay una urbanización o una depuradora de aguas.
Antes de la pandemia en ese proceso de aceleración de la historia que vivíamos (y que lo más seguro que volverá porque nunca aprendemos) el que les escribe estuvo en alguna conversación en la que alguno ya decía (y no del todo en broma) que estaba ahorrando para comprar billete y montarse en el cohete ese que te da unas cuantas vueltas a la Tierra. Y vuelta a casa. Y yo pensé según le escuchaba, que al paso que va la cosa acabarán haciéndose ahí pedidas de mano o será premio por las buenas notas o vaya Vd a saber.
Pero ahora y con todas las bofetadas que nos ha dado este año da la impresión de que el tiempo ha retrocedido, vamos hacia atrás a minutos ya vividos y que todo tiempo pasado lo mismo no fue mejor pero no estaba tan mal.
Cada año (o dos veces al año) nos tocaba inexorablemente la acampada en la Cañada Real Soriana Occidental a la altura de Ortigosa del Monte. De esto hace ya un ratito —por no revelar las décadas transcurridas— . Y la recuerdo como la gran la aventura de nuestras vidas. Era despedida de verano en los primeros días de Septiembre y luego estaba la más dura: la de Semana Santa. Esas semanas santas igual de santas que de frías. La duración solo venía limitada por lo que durara el dinero o la comida, si bien en al menos dos de ellas, en medio de la noche, cayó nevada segoviana y apenas pudimos recoger lo que estaba dentro o muy alrededor de la tienda de campaña y penosamente ir caminando a la estación de tren. Todo lo que quedaba debajo de la nieve, ahí se quedaba. Por cierto, si alguien encontró platos, vasos, sartenes, etc, hace unos 40 años que sepa que se lo regalamos. Ya los hemos repuesto.
Hoy, como ayer, recorro la cañada. Ya no se acampa, por supuesto, y nos llegamos desde Ortigosa hasta Revenga pasando por las orillas del pantano. Caminas por allí, incluso en soledad y se percibe que vas en el medio del torrente —que lo fue— de animales y personas. Es como esos olores de la memoria antigua tales como el fuego o la tierra mojada que se reconocen y siempre reconfortan.
En estos últimos meses se ha recuperado la memoria de las Cañadas Reales pero lamentablemente con un uso pervertido, ya que se ocupan estos caminos por los que en busca de una vida mejor acaban instalándose donde pueden. La prosperidad no se desparrama por el mundo; al contrario parece concentrarse en no tantas ciudades, las cuales atraen a los que buscan salir adelante y salir de una vida que nadie querría.
Y se han ido instalando en una de estas cañadas: la Real Galiana a la altura de Madrid. Algunos viviendo ya hace décadas por lo visto pagan hasta impuestos, recibos de luz, etc. Otros por supuesto, nada.
Es cierto que ocurren otros fenómenos en esa cañada a los que no es necesario ni referirse y que necesitan de vigilancia para que no se extiendan más.
Y aquí se crea una tremenda incoherencia jurídica ya que las cañadas son desde su origen inalienables, imprescriptibles e inembargables. Aquí sería necesaria una acción política para dar una salida a esta situación que de no solventarse pueda dar lugar a un entendimiento equivocado del asentamiento, ya que nunca generará un derecho sobre quien lo habita.
De todos modos, no deja de ser irónico que, habiendo sido la lana (merina) un gran negocio en el pasado, tanto como que se consideraba la mejor lana y España “lideró” ese mercado durante tres siglos, ahora no se trabaje como merece. De hecho, esa lana es patrimonio nuestro puesto que aunque el origen de esa oveja pudiera ser de Asia Menor lo cierto es que la variedad de pastos, precisamente por la trashumancia, dio lugar a una raza y a una lana muy valorada. Tanto valor tuvo que se castigaba con pena de muerte sacar estas ovejas del territorio, lo cual hizo que de todos modos salieran vía robo, claro. Y en esos robos tomaron parte franceses, alemanes, etc.
En estos días es Australia quien controla ese mercado mundial de lana merina haciendo exportación, como producto de lujo que es, a todos los países desarrollados. Es una industria, la de la lana, en la que Segovia tuvo mucho que decir tiempo atrás. Quizá el segundo mejor monumento de El Espinar sea la Casa del Esquileo la cual apenas sujeta sus muros en una decadencia imparable. Me pregunto si para una sociedad que busca lo sostenible, la recuperación de espacios que han quedado baldíos, repoblación de aldeas y pedanías no tendría una oportunidad este producto y su elaboración. Otros parece que lo han visto. No parece que hubiera que hacer grandes inversiones, ya que de momento, la red de “autopistas” ahí sigue, cruzando España de sur a norte. Son cañadas reales, además de reales.