
Con dolor y fatiga andamos tras este tiempo turbio y tantas malas noticias. Muertos, enfermos, familias confinadas, ERTE, tensión en los mercados… No sigo. El ‘bicho’ se cuela por todos los sitios.
Si les parece lo dejamos un poco de lado que ya volverá, no hay duda, y podríamos pensar en otras cosas, también sobrevenidas y que algo mejores son.
Salvo que vivan ustedes en aldea remota, montaraz y despejada, sin contaminación alguna, no me digan que no han notado en este mayo, una vez nos permiten asomarnos a las calles, que estos días segovianos de sol y azul son algo diferentes.
Y no es por la emoción primera de salir atropelladamente a la calle, no es esa pasión de converso que todo lo exagera y que hace que nos lancemos a la vida dispuestos a sorber los vientos y empaparnos de sol. Es que es diferente. Es más sol, más luz y más azul. Está todo más claro.
Es un sol de cuando éramos niños y de mayo (les aporto que el que escribe anda más cercano a los 60 que a los 50), de cuando jugábamos en los portales de nuestras casas, las madres en las casas vigilaban más con el oído que con la vista, y eran un poco madres de todos y como tales cuidaban de todos y también regañaban a todos. Un sol que todavía aguantaba arriba para cuando nos llamaban de vuelta a casa, deberes, cena, y a la cama. La merienda, que fue de bocadillo, también en la calle.
Ese sol de mayo que picaba en la cabeza, el sol de domingo de comuniones y zapatos que apretaban. Ese sol de calor al sol y frío en la sombra.
“Estos días azules y este sol de la infancia”, escribió Machado en un pedazo de papel y guardó en el abrigo. Lo hizo ligero de equipaje, como él escribía, y cargado de melancolía, recién llegado al destierro. Falleció a los pocos días y encontró el escrito su hermano Manuel días después. Gracias don Antonio, por dejarlo escrito tan breve e intenso. Eran otras épocas, y el tiempo era más claro, también la memoria. No sabemos cuánto durará ahora este momento pero aquí está.
Los humanos hemos parado nuestro mundo. Ahora no hay aviones, pocos coches y las fábricas trabajan lo que pueden. Hasta hay largos ratos con un silencio que se escucha. Estamos dejando hacer a la Naturaleza lo que sabe hacer, y lo hace con un poco menos de agobio. Y, claro, lo hace bien.
El equilibrio es difícil y el barullo habrá de volver antes o después y con él todas las rutinas conocidas, y seguro que será el mejor mundo de los posibles, pero hoy por hoy, y mientras respetemos al medio ambiente seguro que tendremos el regalo de más días como estos últimos.