
Una de las posibles — agradables— actividades de fin de semana por estas tierras de El Espinar es acercarse a comprar el periódico andando, cuando van llegando esos días agradables. Para los que vivimos en La Estación de El Espinar es una hora más o menos ir y volver desde San Rafael. Si además cae un café (o café con churros) en uno de los cuatro o cinco sitios clásicos la cosa se alarga un poco, pero merece muchísimo la pena.
En estos días confusos que nos ha tocado vivir esta gestión de la prensa hay que hacerla rápido y exponiéndonos lo menos posible, tanto por nosotros como por los demás, así que voy en coche, solo y con la mascarilla.
El último día fui especialmente temprano. Entre tanta lluvia en el último mes la jornada arrancaba con sol y nubes, tibia, muy agradable. Tan agradable que conducía despacio. No molestaba a nadie porque nadie había en la carretera. NI por delante, ni por detrás, ni de frente.
Al doblar una curva, todavía en la Estación, cruzó la carretera con un trote ligero, confiado, un lobo (o loba). Nunca hasta la fecha los había visto tan abajo, ni tan cerca. Seguro que era un lobo porque soy de esa generación que vió muchas veces El Hombre y la Tierra del inolvidable Félix Rodriguez de la Fuente, y aunque no soy naturalista me siento capaz de apreciar la diferencia de un lobo con cualquier perro. Tan tranquilo pasó por delante, “tan a lo suyo”, tan indiferente de que llegaba un humano que me alegró. Cada uno en su espacio y sin molestarnos. Y tuve, por un instante, la misma sensación que cuando dos vecinos de un pueblo grande se cruzan, no se saludan porque no se conocen, pero “su cara me suena”. Por cierto, mi tranquilidad era también porque estaba dentro de mi vehículo. Si me hubiera encontrado al lobo él caminando y yo también, habría sido algo más inquietante para mí, como pueden entender.
Y es que uno de las pocas cosas buenas que nos ha traído esta pandemia ha sido la de empezar a trata con estos “nuevos vecinos”. Vemos cada semana más y más rapaces volando por encima de nosotros, corzos en Segovia, el lobo por aquí fugazmente, etc. Están ampliando espacios, los mismos espacios que quizá les hemos hurtado y ya ni nos acordábamos que estas tierras de falda de monte son de todos, también de ellos.
Por cierto, no quiero entrar en el debate de si a favor o en contra del lobo, debate que me excede y al que solo asisto como espectador. Solo pretendo contar que tuve este encuentro otrora imposible y que ahora, estando los humanos confinados, Natura aparece y reclama un sitio que le corresponde. Algún día todo este tiempo tremendo que estamos viviendo pasará y a ver cómo nos organizamos, los vecinos y los “nuevos vecinos”.