
Esta tierra a la que la mayoría (todavía) llamamos España ya debía apuntar maneras tiempo atrás cuando Tito Livio sentenció “Ágil, belicoso, inquieto. Hispania es distinta de Itálica, más dispuesta para la guerra a causa de lo áspero del terreno y del genio de los hombres”. Muchas otras frases célebres aluden al arranque, al cabreo del español que saca adelante aventuras heroicas, a veces imposibles. Y si no que se lo digan a los hermanos Bonaparte los cuales al cartearse venían a concluir que no iban a poder con nosotros.
Mucho esfuerzo por tanto, pero a veces no bien rentabilizado. Echando un vistazo al pasado siglo XX se ve que ya arrancó mal (desastre del 98). España, con un deje romántico por el pasado esplendor mantenía con gran esfuerzo y pocas tropas la posesión colonial en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Ahí es nada. Dificilísimo de controlar por la distancia. Entramos en una guerra inexplicable con Estados Unidos y de un golpe perdimos las tres. Y con esa pérdida comenzamos arrastrar un tiempo largo de depresión económica y social, de fatalismo, y en donde la monarquía reinante cayó para dar entrada a una dictadura de corta duración, después dos gobiernos republicanos, una guerra civil devastadora y como final de esta confrontación un tiempo de autarquía y aislamiento internacional hasta bien entrados los años 60. Por cierto, no olvidemos que esos años también tuvieron su pandemia allá por 1918 y se llevó por delante a millones.
En paralelo, países cercanos en la distancia conocían también tiempos muy convulsos, incluyendo ni más ni menos que las dos guerras mundiales, en donde España como nación no participó, pero que fue aprovechado por esas naciones para reorganizarse, económica y políticamente, dar un final provechoso – para ellos – de la independencia de las colonias y aprovechar todos los empujes que pudieran llegar. Entre otros el famoso Plan Marshall al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Esa inyección económica así como el dinamismo interno levantó a una Europa completamente devastada.
Como resultado de lo anterior, y también una siembra de tiempo atrás, surgieron periodos mantenidos de prosperidad que dieron lugar a la creación de compañías en todos los sectores, de las cuales muchas hoy subsisten y algunas son simplemente gigantescas y con presencia mundial. El catálogo cubre a empresas automovilísticas, laboratorios farmacéuticos, aeronáuticas, etc.
El hecho es que España no estuvo en esos “empujones”. Quedamos hasta bien entrados los años 50 del pasado siglo como una sociedad marcadamente agrícola y lo que es peor, aislada. Con la apertura al exterior y la llegada de la democracia dimos un fuerte estirón económico pero las grandes corporaciones ya estaban hechas y ocuparon / ocupan los nichos de mercado.
A fecha de hoy, los que nos gobiernan se dan cuenta de cuán importante sería poder contar en España con más compañías grandes de capital español (aunque tengan implantación mundial) para dar algo de más estabilidad a la siempre inquieta economía española.
Y aquí aparece la palabra mágica. Desde la pasada crisis, la del 2008, y con renovado vigor ahora, no hay día que no aparezca en mensajes de políticos, ni en las tertulias que comentan los mensajes de los políticos, la palabrita: los emprendedores. La solución a todos los males económicos y sociales que nos asolan tiene una solución: los emprendedores.
Y a partir de ahí, qué curioso, la clase dirigente se lanza a comentar que “están a punto” de sacar el paquete de medidas que lanzará a los ciudadanos del país “por la senda del emprendimiento”. Los que no tienen la suerte de estar en la clase dirigente, pero anhelan estarlo, dicen que por ahí no se va, que ese no es el camino y que lo bueno llegará con ellos y que será el paraíso para los emprendedores.
El que escribe, después de muchos años trabajando en empresa privada pelea con una micropyme desde hace como doce años y con verdadero desdén observo la distancia que existe entre lo que se dice y lo que se hace. Todo sea dicho, que el verdadero empresario lo que quiere no es tanto: que le dejen tranquilo trabajar, que no le agobien a impuestos, que no cambian las regulaciones cada dos por tres y también por qué no decirlo, un cierto reconocimiento.
Con todo y a pesar del áspero camino que ha tenido el crear empresa en España algunos fueron capaces con inteligencia y audacia de crear empresa, trabajo y hasta exportación. Uno de ellos, segoviano de pura cepa: Don Nicomedes García. Le conocí por sus obras, en este caso el whisky, que siempre bebo con moderación huelga decir, y que va mejorando según van lanzando productos los actuales dueños. No hace mucho pude visitar la fábrica (visita muy agradable gracias al contenido del recorrido y la persona que nos guió) y nos enteramos de la multitud de negocios que emprendió, casi todos exitosos y que incluían compañías de transporte de viajeros, agencia de publicidad, etc. Y cientos de empleos, claro. Admirable.
En otro país Don Nicomedes sería una leyenda y se le estudiaría en las escuelas de Negocios. Y su reconocimiento sería más amplio que el que actualmente tiene que se limita a Valverde del Majano, donde nació. Sagaz y visionario las compañías por él creadas han ido cambiando de manos por compras de multinacionales cada vez más grandes.
Tenemos otros ejemplos notables de empresarios o emprendedores en nuestra provincia y por supuesto en España, que llevan adelante sus empresas y soportan los “zascas” de un segmento no pequeño de nuestra clase política y que les dirige frases despectivas, algunas injuriosas, y que quien las lanza no sabe lo que es una empresa porque ni siquiera ha trabajado realmente en ninguna, ni como empleado ni como empresario.
Si queremos emprendimiento aparte de un clima estable para los negocios en lo social y político tengamos respeto hacia el empresario honrado, hablemos de su labor, que se incorporen al selecto grupo de los modelos sociales a imitar por parte de la juventud. Nos va mucho en ello.