
Pasada la virgen de Agosto, por estas tierras, Agosto y sus calores empiezan a encogerse. Y comienza una brisilla, la mayoría de los días, que despeja mucho la cabeza y nos recuerda que se acercan ya los días de labor y que habrá que volver a la faena. Las grandes acacias se mueven, cuentan su verano y empiezan a soltar hoja.
Los días se acortan, y por la noche son menos los valientes que no se echan algo encima para estar en la terraza. Algún incauto que se le olvida, quiere volver pronto a casa. Ya sé que no es como antaño. Estos calores no son normales, y los inviernos “no son para nada como lo de antes”. Por aquí, por la Estación de El Espinar todavía se recuerda lo de “aquí solo hay dos estaciones, la del tren y el invierno”.
Por cierto, esta brisilla tan nuestra debería tener algún nombre como pasa con otros vientos autonómicos (¿todavía se puede decir regionales?).
Estos finales de Agosto son un poco como de fin de año, de cierre de ciclo, nuevos retos, promesas, nuevos afanes, el final de esos amores juveniles eternos que duran un par de semanas, también la consolidación de rupturas más duras, un curso nuevo que comienza.
Pero este año es, ha sido, será diferente. Saludamos al que conocemos, nos pone cara rara porque no conoce, bajamos el embozo y entonces sí se produce un saludo difícil de calificar (de codo o de nada) y que no invita a contar las novedades, las confidencias, así de primeras. Luego, y sin acercarnos del todo nos ponemos un poco al día, pero el rato a veces es forzado, también depende de lo que te cuenten o donde han estado, pero muchas veces queda la conversación cortada un poco bruscamente y un “ya nos veremos”. Hay miedo.
No ha habido fiestas, ni algodón de azúcar. Ni coches de choque, ni fuegos artificiales y tampoco ha habido orquestas. Lo siento por mí, por los de mi pueblo y también por los de las orquestas, que preparan inversión y repertorio cada verano y éste lo van a pasar en blanco. Tampoco ha habido procesiones con lanzamiento de cohete y toque de dulzaina y tamboril.
Y además este Agosto, en una provincia como la nuestra que sabe festejar, con la falta de jolgorio ha sido un Agosto en silencio. Quizá por eso he escuchado más a las acacias del jardín, a los pinos del monte cercano, los olmos también tienen su son propio. Si no fuera por el daño económico que ha hecho esta pandemia tampoco puedo decir que haya sido desagradable. Tampoco hemos tenido FEMUKA. La noche del viernes, por suerte, esa brisa me trajo agradable música de Brass Band. Era nuestro querido Puntillo Canalla, de El Espinar, alma entre otros de FEMUKA, que se reunían delante de su local de ensayos. Después de semanas se reunían a ensayar y fuí para allá como el que sigue al flautista de Hamelin. Lo dieron todo y fue una sesión maravillosa. Desde la puesta de sol hasta bien entrada la noche. Me permitieron ser espectador (estaba yo solo) y hasta me invitaron a una cerveza. Algo bueno (buenísimo) que hemos sacado de este tiempo desquiciado.
Y las tertulias… en versión comida verano o cena en terraza de bar, en la que tantas veces se ha arreglado el país, o el consabido “si me dejan a mí esto lo arreglo en 15 dias” cuando los vapores del alcohol vagan libres. Es por estas fechas cuando los temas comenzaban a virar hacia “lo que me espera cuando vuelva” o todo lo que hay que preparar para el nuevo curso.
Pues esas tertulias no han sido las tertulias de este verano. Ni la tertulias, ni las charlas de pié, ni los encuentros en la calle, ni haciendo cola en la tienda.
Limitados los aforos y embozados la mayoría del tiempo hemos hablado de la pandemia y de salud del cuerpo y de la economía. El que escribe sigue en el más absoluto desconcierto y me limito a seguir instrucciones del equipo de expertos, aunque no haya equipo de expertos. Afortunadamente, como en el fútbol, siempre hay alguno alrededor capaz de explicar y predecir lo que ha pasado y lo que se nos echa encima. Me alivia mucho escucharles y comprobar la base científica de sus postulados.
No le demos más vueltas, creo que somos conscientes de que estamos en un tiempo impredecible. Lo que no tenía que haber pasado ha pasado y dos veces, una en la pandemia de marzo, que se consiguió controlar a base de encierro y ruina económica y ahora en verano, cuando ya no iba a pasar vuelve a ocurrir y no cesa. Y lo impredecible inquieta mucho al humano que se pasa la vida intentando asegurar las cosas, muchas veces vana ilusión. ¿Qué va a pasar con los colegios, entre tantas cosas?
Y vemos a estos políticos que tantas fatigas pasaron hasta conseguir el poder, que tan intensamente se abrazaron al conseguirlo, con una sensación de “no saber para donde tirar” que no fomenta la tranquilidad. Los ministros de áreas clave, desaparecidos, también en silencio.
Nunca tendremos un Agosto con tanto silencio, con tantas cosas retenidas. Espero.