Pedro Álvarez de Frutos – Conllevar o conjugar

Estos términos utilizaron José Ortega y Gasset y Manuel Azaña, respectivamente, para referirse a la posible solución de la cuestión catalana durante los debates de la Constitución de la Segunda República. Para Ortega, el problema no tenía solución y lo único que se podía hacer era conllevarlo, es decir, sufrir soportar las impertinencias o el genio de alguien, según el Diccionario de la RAE. En este caso de los catalanes para con los españoles y viceversa. Manuel Azaña utilizó el término conjugar, es decir, combinar varias cosas entre sí, según el mismo diccionario, y, por tanto, unir cosas diversas, de manera que formen un compuesto (primera acepción de combinar) o traer a identidad de fines (tercera acepción).

En aquellos años la “solución” consistió en no soportar por más tiempo las veleidades autonomistas o separatistas catalanas, junto a otros problemas sin solucionar de amplia raigambre en España, y terminó en un golpe de Estado seguido de una guerra civil y una dictadura de cuarenta años.

Con la aprobación de la Constitución de 1978 creímos haber solucionado el problema. Primero, porque el reconocimiento de la autonomía de Cataluña fue anterior a la Constitución; segundo, porque en el referéndum constitucional participó el 67,1% de los españoles, pero la participación en Cataluña fue 8 décimas superior; además, el 87,9% de los españoles votamos a favor de la Constitución, pero los catalanes la aprobaron con un 90,5%. Al año siguiente, los catalanes votaron su Estatuto con el mismo entusiasmo. Finalmente, el sistema de comunidades autónomas, casi federal, en el que las llamadas históricas accedían por una vía más rápida, Art. 151, y con más competencias parecía asegurar el éxito. A pesar de ello, como se evidencia hoy, el problema no está resuelto. Un conjunto de errores políticos muy repartidos han conducido a la división de la sociedad catalana, al encarcelamiento y espera de sentencia de los líderes separatistas acusados de rebelión y sedición y a que España, en consecuencia, tenga un serio problema.

Todos los episodios respecto de la cuestión catalana durante los siglos XX y XXI tienen un denominador común: se han producido cuando España padecía una crisis. Maciá y Cambó pidieron la autonomía y un referéndum en el segundo decenio del siglo XX cuando España estaba noqueada por la pérdida de Cuba y la guerra en Marruecos, entre otros acontecimientos y problemas. Macià proclamó el Estado Catalán en abril de 1931 cuando acababa de proclamarse la Segunda República. Companys se alzó contra el Gobierno de la República y proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal Española aprovechando la huelga revolucionaria de octubre de 1934; y Puigdemónt y Junqueras durante los acontecimientos de los años 2016 y 2017 precedidos de la crisis económica, que comenzó en 2008, y el desprestigio del PP por sus numerosos casos de corrupción, partido del Gobierno en ese momento.

¿Tiene solución este conflicto político? Si la tiene será difícil. Partida la sociedad catalana en dos mitades, costará mucho tiempo volver a unirla, si es que los independentistas algún día se deciden a ello, y desde el punto de vista político la solución tampoco parece fácil porque los partidos nacionalistas separatistas catalanes están enrocados en la celebración de un referéndum de difícil o imposible encaje en la Constitución porque “la soberanía nacional reside en el pueblo español” (Art.1.2) y porque la derecha española, estimulada por los sucesos del Cataluña, está en la petición permanente de volver a aplicar el artículo 155. Sólo nos queda, por tanto, que alguno de los nacionalismos modifique su postura, revisar el Estado de las Autonomías, volver al estatuto censurado por el Tribunal Constitucional con las modificaciones oportunas y modificar la Constitución si fuera necesario, como así parece.

¿Nos conllevamos o intentamos tener una identidad de fines? Ambas actitudes. Separatistas o secesionistas catalanes habrá siempre, me temo. El problema con Cataluña ha existido siempre. Antes y después de la Unión Dinástica realizada por los RR.CC y con todas las formas de Estado de España, luego habrá que conllevarlo. Pero a primera vista, sufrirnos o soportarnos no parece una opción que tenga más futuro que el aguante de unos y otros. conjugar y unir lo diverso y atraer al mismo fin parece tener más futuro. Y ese fin no puede ser otro que construir un país con futuro en el que quepamos todos y podamos sentirnos cómodos con las leyes que nos proporcionemos. Nada une más que “la alegría de proyectar y la seriedad del hacer” , decía Ortega en el mismo discurso. Este fue el espíritu de la Transición, y aquella actitud nos aportó un largo periodo de paz y de progreso, de incremento de los derechos sociales, del nivel de vida y de estabilidad.

Ahora, con una economía más desarrollada, con una renta mucho más alta, una mayor cobertura social y una Constitución que ha dado muy buen resultado durante más de cuarenta años, los partidos de ámbito nacional deberían manejar un proyecto común de país para España que ofrecer también a Cataluña y, siguiendo a Ortega, reducir unos y otros el problema con Cataluña “a términos de posibilidad … restar del problema total aquella porción de él que es insoluble, y venir a la concordia en lo demás. Lo insoluble es cuanto significa amenaza … para disociar la convivencia entre Cataluña y España”. La raíz de nuestra convivencia es la unidad de la soberanía. Ningún Gobierno negociará la unidad de España.

¿Importa qué y cuántos poderes se otorgan a Cataluña? Naturalmente, pero mucho más importa que quede claro que los otorgan las Cortes españolas que representan la soberanía y también importa y mucho que hay dos millones de catalanes que en la últimas elecciones votaron por partidos separatistas. Este es el verdadero problema catalán.

Al tiempo, y tan importante como lo anterior es que los partidos separatistas tengan lealtad constitucional en todos su ámbitos, desde la forma de Estado pasando por la soberanía hasta el uso de las competencias autonómicas, y el respeto para los otros dos millones de catalanes que se sienten bien siendo catalanes y españoles, ¿o ya no es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña? Y, por contra, ¿sólo son verdaderos catalanes, buenos catalanes, catalanes como Dios manda aquellos que votan separatista? Es una exigencia a la que ningún gobierno puede renunciar.