Anoche mientras dormía soñé, bendita ilusión, que de las urnas salían no gatos como aquel día sino la mejor solución. Sin embargo no fue así, pues mientras dormíamos anoche, de las urnas lo que iban saliendo eran las voluntades de los españoles en una consulta más (que no será la última en ese indeciso proceso hacia la gobernabilidad del país) de las que estamos padeciendo por la falta de pasión nacional y el exceso de protagonismo personal o ideológico a ultranza de los líderes de las formaciones políticas (con minúscula). Y en esta mañana que se abre cuando cojan ustedes los periódicos, se habrá diseñado un horizonte tan impreciso seguramente (ojalá me equivoque) como el que se derivó en las pasadas de abril de las que no floreció ninguna esperanza.
Aun sin saber –lógicamente- el resultado de la consulta cuando estoy escribiendo “La calle” de hoy intuyo que, visto lo visto, no va a diferir mucho de la otra. Partiendo de que el debate del pasado dia 4 sirvió de muy poco –por lo insulso- para hacer pendular el voto de una inmensa mayoría estaba decidido de antemano, en consecuencia habrá salido lo que había. Más o menos. Quizá menos –ya veremos hoy- por el incremento de la abstención, fruto de la decepción generada por las posturas acérrimas de la tropa política y volverán a repartirse la tarta con lo que haya, aunque a decir verdad en un marco de lamentable descrédito donde desgraciadamente pueda construirse un Estado bien diferente –según- si de los pactos que se avecinan y del trapicheo del voto no prevaleciera más un sentido de Estado que de conformación interesada y partidista.
Influirán en ese futuro puzzle situaciones estancadas de mucho calado que habrá que afrontar en todo caso: reconducir y aliviar las posiciones de odio y rencores olvidados y aflorados intensamente ahora después de muchos años de cierta conciliación y serenidad de ánimo a raíz de la contumaz inhumación de Franco, cuyo reposo eterno en el Valle de los Caidos traía sin cuidado a la casi totalidad de los españoles. Sujetar esas iras de las que el presidente en funciones Sánchez, por más que diga, no le han propiciado ni la gloria ni la rentabilidad en sufragios que esperaba, le va a ser nada fácil. Como no va a ser fácil reconducir el enfrentamiento, la división, la violencia y el miedo desatado en Cataluña, fruto de esa obnibilación independentista y útopica de unos pocos que por sus posturas intransigentes y revolucionarias como las del CDR con la complacencia institucional se han ganado el repudio de los españoles moderados. Como va a ser también muy difícil hacer frente a los planteamientos seguramente de los vascos, los gallegos, los valencianos, los mallorquines,etc. que esperan sagaz y calladamente el resultado del pulso de los independentistas catalanes con el Estado.
Eso sin tener en cuenta las dificultades que pudiera encontrar un Gobierno débil e hipotecado con la reposición de la credibilidad erosionada del Poder Judicial y la consecuente reacción respecto a los prófugos y el futuro de los políticos presos al albur de las competencias de que hoy dispone en esa materia la Generalitat, cuyas cabezas visibles –Torrent y Torrá- mantienen –como se sabe- un empecinado pulso con el Estado frente al que se han declarado abierta y contumazmente partidarios de declarar la república catalana. Y de especial atención igualmente a la aplicación del orden en el descrédito de la Universidad española (léase la ocupación de las catalanas por los extremistas radicales) o el “negocio” en cuanto a la expedición de ciertas titulaciones o plagios.
Y la búsqueda de soluciones en el campo de la inmigración ilegal de franca afrenta al Estado que, si bien solidario con el problema no puede caer en la debilidad del “café para todos”.
Y no digamos nada de la supervivencia o no del estado de las Autonomías, hoy francamente cuestionada.
Por eso digo que del resultado que hoy veamos de la consulta con que acaba la noche más larga (y por las cuestiones pendientes enumeradas y otras) España se enfrenta a un régimen político incierto y a un sistema de gobernabilidad que según los datos y los pactos ni va a ser unánime ni va a dejar contentos a todos.
En consecuencia, lo que los españoles pedimos es que en las partes prevalezca el sentido de Estado y de responsabilidad para la construcción de un Gobierno estable y fuerte.