¿Mascotas o hijos?

Como aparece en las estadísticas, el número de hijos de los españoles no asegura el mantenimiento de la especie en nuestro país. De hecho, en España hay seis millones de niños menores de 14 años mientras que el número de mascotas (registradas) asciende a los 13 millones. En Estados Unidos, el número de mascotas supera ya los 300 millones, compuestas principalmente por perros, gatos y peces seguidas de pájaros, pequeños mamíferos y reptiles.

Paseando por la calle Zorrilla de Segovia, por poner un ejemplo, este fenómeno creciente ha alterado ya la textura misma del pasaje urbano: en el barrio, el paseo rutinario con el perro para sus necesidades sustituye al de un carrito del bebe o con un niño andante cogido de la mano.

El diálogo con los vecinos del barrio no se desarrolla por pararse a hablar a propósito del hijo paseado, sino que la conversación en la calle ahora es “hablar a propósito de la mascota, que se convierte en un nuevo nudo de relaciones de proximidad”. Los parques infantiles se convierten cada año más en parques de animales donde la mascota encuentra su necesario esparcimiento fuera de casa.

Temerosos, rehusamos incluso tocar al niño paseado, por la censura social que nos impone la extensión de la pederastia. En cambio, acariciamos amistosamente al perro del vecino con que nos topamos, arropado con ropa de terciopelo, deshaciéndonos en elogios ante su presencia mientras ignoramos a un bebé si pasea a nuestro lado. Me vienen a la mente aquellos versos de Unamuno “Si la sal de la infancia pierde el alma, ¿quién nos la salará?”

La desaparición de hijos parece haber activado un mecanismo de sustitución en favor del animal doméstico, nos dice Ignacio García de Leániz en su libro “La extinción de los hijos”. La famosa frase de Lord Bayron, “cuanto más conozco a los hombres, mas quiero a mi perro”, que tanta fortuna está teniendo en la sociedad actual, lleva consigo una nueva forma de misantropía aceptada por las nuevas generaciones. Hoy la mascota es un ser en ventaja frente a lo humano.

Ante ello surge una pregunta, si nos ceñimos al creciente número de hogares sin hijos pero con mascotas: ¿qué significa este fenómeno sustitutivo por el que el hijo posible se ve desplazado por un animal doméstico real? ¿qué supone vivir con un animal de compañía en lugar de con un hijo y cómo afecta esto a nuestra vida humana?

Frente a la superioridad instintiva de la mascota, el niño aparece como un ser de carencias y de una gran debilidad instintiva: los órganos especializados de los animales superan con crece cada uno de los nuestros. Lo observamos en nuestras mascotas: al poco de nacer, sin infancia propiamente dicha, el animal está adaptado al mundo. En cambio, el niño-hijo aparece un ser desvalido por excelencia.

La sustitución de la mascota por el hijo introduce al hombre en un mundo de comodidad suprema: la principal radica que respecto a la mascota podemos decir que somos “dueños” e incluso lo llevamos atado o esclavizado; sin embargo, respecto al hijo, no. La diferencia es abismal: al hijo le engendramos, lo consideramos algo mío y mucho de su madre hay en él. En cambio, la mascota se adquiere o compra sin llevar en su corporeidad nada de mí.

La negación de la descendencia, el no tener hijos, viene a ser en el fondo la evitación del rostro propio en el otro y del semblante único y nuevo que lleva el hijo desde su nacimiento como imagen y reflejo nuestro. Como dice Levinás, “evitar al hijo nos libera de la responsabilidad” y nos convierte en indiferentes.

Sin hijos, salvo los pocos que eligen no tenerlos por razones trascendentes, perdemos la perspectiva de futuro: normalmente la mascota no nos sobrevive. Los hijos en cambio Si y en esta sobrevivencia se hace realidad el verso de Horacio “no moriré del todo”, En la existencia futura de mis hijos hay, literalmente hablando, mucho mío y de mi ADN y por eso como dice el mismo Horacio “gran parte de mi escapará a la muerte”. El hombre y la mujer, sigue diciendo el autor latino, sin hijos parecen afirmar “todo muere con nosotros”.
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(*) Profesor emérito.