LULA, BOLSONARO Y LOS DOS BRASILES

Luiz Inázio Lula da Silva será el primer presidente en iniciar un tercer mandato tras el retorno de la democracia a Brasil. Un político de raza que entra en la leyenda: su próxima llegada al Palacio de Planalto se producirá tras travesía en el desierto, con casi dos años en prisión por cargos de corrupción, sobreseídos en última instancia por los tribunales. En la noche electoral, su discurso llamó a la unidad; y abogó por “restablecer el alma del país”. Lula proclamó que “no existen dos Brasiles”; pero, en realidad, sí se registra dicha brecha. Los resultados ajustados de los comicios 50.9 por ciento de votos para Lula por 49.1 por ciento de Bolsonaro- dejan entrever fractura triple: étnica y de clases sociales; territorial y religiosa.

El líder del Partido de los Trabajadores (PT), tras varias derrotas previas, consiguió vencer en 2002. El obrero metalúrgico, sindicalista de izquierdas influido por la Teología de la Liberación, moderó su discurso; y eligió a un empresario liberal como candidato a la vicepresidencia. A pesar de ello, los mercados fueron en su contra: las encuestas previsoras de triunfo se vieron acompañadas por elevación de la prima de riesgo de los bonos brasileños. En contexto de bonanza económica, auspiciado por el precio elevado de las materias primas, el presidente completó dos mandatos: políticas sociales de corte socialdemócrata compatibles con buena gestión macroeconómica. Aquellos mismos mercados desconfiados le despidieron con aplausos. La llamada “clase C” configuró legado: clase media-baja emergente, salida de la favela. En 2011, se veían turistas de nuevo cuño por las calles de Montevideo: afrobrasileños que hacían su primer viaje al extranjero más cercano.
Brasil alardea de tolerancia y mestizaje –“mixtura”-. En cierto café emblemático de la calle Oscar Freire, milla de oro del barrio de Jardins en Sao Paulo, llamaba la atención la familiaridad en el trato de los clientes de clase alta con los camareros, los cuales se abrazaban entre ellos de forma efusiva al cambiar de turno. En el ensayo clásico “Casa-grande y Senzala”, el antropólogo Gilberto Freyre explicaba la integración de los antiguos esclavos del servicio doméstico en las familias patriarcales de los hacendados. Brasil es país donde simpatía y cercanía se imponen; pero, las diferencias sociales, correlato de las étnicas, están marcadas.

El Brasil criollo, mestizo y afrodescendiente de los portugueses nace en el Nordeste, la zona con menor renta per cápita, objeto de las políticas regionales aplicadas desde Brasilia. Se trata del feudo electoral de Lula, capaz de imponerse con rotundidad, sí o sí: un 72 por ciento de los sufragios en Bahía, frente a casi el 67 por ciento en el estado vecino de Pernambuco; pero el apoyo cae al 56 por ciento en la gran ciudad de Recife, más diversa.

Siendo muy niño, como tantos paisanos, Lula emigró con su madre y hermanos a Sao Paulo. La familia procedía del Sertao –Interior nordestino-, área semidesértica cuya pobreza era extrema “Vidas secas” (1938), de Graciliano Ramos, novela y clásico del celuloide (1963), refleja dicho atraso. Región objeto de culto para el Novo Cinema Brasileiro en los años sesenta.
A pesar del vínculo del PT con Porto Alegre, metrópoli donde gana Lula –un 53.5 de votos-, el presidente Jair Bolsonaro, ubicado en la extrema derecha, gana con contundencia en los estados meridionales: Santa Catarina -69.3 por ciento de los votos-; Paraná -62.4 por ciento-; y Río Grande do Sul -56,4 por ciento-. Una zona de antigua colonización italiana –reflejada en la película “El cuarteto”- y alemana, con Blumenau, urbe festejante de la Oktoberfest.

A finales del siglo XIX, mi bisabuelo manchego no se decidió a emigrar a Sao Paulo; pero muchos españoles sí lo hicieron. Lo mismo que tantos europeos, de forma especial los italianos –como los antepasados de Bolsonaro-, que dejaron impronta en la lengua portuguesa hablada en este estado, donde se ha impuesto el candidato derechista con un 55.2 por ciento de los sufragios-. En la capital económica del país, con tradición sindical y receptora de sucesivas oleadas de inmigración nordestina, arribadas en origen a las favelas, los términos se invierten –Lula obtiene 53.5 por ciento de votos-. Bolsonaro también gana en el estado de Río de Janeiro -56.5 por ciento-, dentro del sudeste, eje del país.

En el contexto de la inseguridad ciudadana latinoamericana, Bolsonaro, defensor del libre acceso a las armas de fuego, priorizaba una agenda de orden y seguridad, atractiva para amplios estratos acomodados. Cual remedo conspirativo de Donald Trump, el primer presidente no reelecto enrareció la campaña con sospechas infundadas de fraude posible al contar votos. Algunos factores han granjeado el odio en muchos segmentos hacia este candidato: la amenaza velada de un golpe de estado, desde la nostalgia no escondida del excapitán respecto a la dictadura militar; la pésima gestión de la pandemia –con 685 mil muertos-; y su negacionismo ante el drama de la deforestación amazónica, agravado durante su mandato. Bolsonaro ha tardado casi 48 horas en reconocer, de soslayo, su derrota.

El fraccionamiento del sistema político brasileño, con varios partidos importantes de centro en un parlamento donde el PT resulta minoritario, favorece las coaliciones, máxime cuando había un granero de votos anti-Bolsonaro. Así, como en su primer mandato, el vicepresidente será un político de centro-derecha: Gerardo Alckmin, gestor eficiente. Si la minoría sirio-libanesa destaca en todos los ámbitos, este mandatario ha entrado en la boleta de Lula vía mediación de Fernando Haddad, segundo hombre fuerte del PT, otro “turco”. De forma paradójica –o, no tanto-, Alckmin fue el contrincante de Lula en las elecciones presidenciales de 2006.

A pesar del discurso liberal en lo económico, el presidente saliente ha multiplicado el gasto público en la recta final, con objeto de propiciar la reelección: subsidios para familias de bajos ingresos; y reducción en el precio de los carburantes. Los camioneros han torpedeado la victoria de Lula con bloqueo de carreteras. La edificación de Brasilia por el Brasil desarrollista tiene prolongación en la extensión del cultivo de la soja, más al interior de la capital federal. En su epicentro, estado de Mato Grosso, Bolsonaro ha cosechado casi dos terceras partes del voto; mientras, la agroindustria ha sido fuente de donaciones para la campaña.

El aumento de la pobreza está asociado a inflación y consecuencias del covid-19. La agenda de Lula priorizará las políticas de gasto social, desde subsidios para los más necesitados hasta la construcción de viviendas dignas. El presidente electo querría subir los impuestos a los ricos. Su compromiso con la sostenibilidad de la Amazonía ha quedado remarcado; mientras, madereros, ganaderos y mineros apoyaban a Bolsonaro. El candidato derrotado sobrepasa el 61 por ciento de votos en la ciudad de Manaos, base colonizadora; pero Lula alcanza el 51 por ciento del total en el conjunto estatal de Amazonas.

Las encuestas que pronosticaban victoria de Lula por mayoría absoluta en primera vuelta fallaron. Una razón estriba en la infravaloración de cierto segmento de votantes. El ascenso de las iglesias evangélicas brasileñas, proyectadas incluso en países vecinos, resulta imparable entre los estratos humildes de la sociedad. Uno de los principales canales nacionales de televisión tiene dicha adscripción. Los feligreses ya representan el treinta por ciento de la población; y en torno a las dos terceras partes de estos electores podrían haberse decantado por Bolsonaro, cuyo lema de campaña calcaba al de la italiana Giorgia Meloni: “Dios, patria, familia y libertad”, con discurso ultraconservador en temas como los derechos del colectivo LGTB. En los últimos días de campaña, Lula se ha visto forzado a enfatizar su rechazo personal al aborto para ganar terreno entre los evangélicos. Si las denominaciones pentecostales están obsesionadas con el maligno, el exsindicalista ha debido desmentir un supuesto pacto con el diablo, bulo propagado por Internet. Surrealista. ¿Patria? la campaña populista del candidato de derecha radical se ha apropiado de la camiseta amarilla de la “canarinha”.

En 2007, mi familia y yo visitamos Rocinha, favela antigua, consolidada, ubicada en las alturas de la playa de Sao Conrado, barrio exclusivo de Río de janeiro donde muchos astros del fútbol carioca tienen apartamentos. Lugar vibrante con comercios y moto-taxis, cuyos “becos” –o callejones ascendentes- recorrimos en compañía de un guía comunitario, tras llegar en jeep. La “clase C” se ha gestado en sitios así. En la campaña electoral, las cámaras de Euronews se adentraron por aquel barrio; y entrevistaron a dos personas de 35-40 años. Una mujer recordaba con cariño el tiempo de Lula: la mejora de la educación pública; el televisor más moderno que compró su familia; y los automóviles adquiridos a crédito de sus vecinos. Por el contrario, un hombre –evangélico- prefería a Bolsonaro por su supuesta defensa de la familia.