Julio Montero – Muchos modos de ser listo; mil maneras de hacer tonterías

Psicólogos, y expertos en docencia a todos los niveles insisten en que hay muchos modos de ser inteligente. Existen, es seguro, inteligencias múltiples. De modo paralelo habría que insistir igualmente en que hay muchos modos de ser tonto. Tiene gracia que no exista en español un nombre común, un sustantivo, contrario a “la inteligencia”. Nuestra lengua, nuestra cultura, no ha sido capaz de denominar el centro de operaciones de la estupidez, que se limita a la inteligencia misma pero en dosis mínimas. Las tonterías y las agudezas se producen en el mismo sitio: todo depende de cómo trabaje nuestra inteligencia; porque la falta de inteligencia es sólo eso: una ausencia que no puede operar.

Ni siquiera los neomarxistas, especialistas en encontrar nuevos polos dialécticos de contradicción para enfrentarlos de manera necesaria y absoluta (ideologías distintas, razas distintas, sexos distintos, animales distintos.. y lo que te rondaré morena), se han atrevido a presentar una disyuntiva de oposición radical entre listos y tontos. Y eso que es fácil de entender y está a la vuelta de la esquina en cualquier conversación, incluso en las no inclusivas, como se demuestra en la Sexta.

Hay que reconocer que es verdad: el mundo no se divide en inteligentes e idiotas. Los esencialismos que se concretaban en el aforismo: “el obrar sigue al ser”, hay que tomárselos con cuidado. No hay personas tan inteligentes como para que cualquiera de sus actos pueda ser calificado de sagaz, adecuado, razonable, listo, ingenioso, talentoso, docto, instruido, entendido, etc. Ni siquiera solo de enterado. La persona más inteligente es capaz de hacer tonterías. Por lo menos algunas, a lo largo de su vida. En realidad, las estupideces son los actos más fáciles de cometer, basta con no poner la atención suficiente, sea la persona tan lista como se quisiere.

Parece que las tonterías, por tanto, pueden ser tan diversas como las inteligencias, que serían sus centros de origen. Y cualquiera tiene al alcance de su mano actos carentes de concepción espacial (decir cosas en el lugar inadecuado: por ejemplo, “lo de VOX no es para tanto” en el palacio de La Moncloa); de habilidad social (soltarlas ante quien no debe: por ejemplo, “se nos ha ido la mano en el algoritmo” ante Tezanos); de cálculo numérico (tomar más copas de las que se debiera), de soltura lingüística (emplear el masculino como genérico ante personas de la tribu inclusiva que tengan algún tipo de poder); de control corporal (intentar un ejercicio que realizábamos con soltura a los 25 años cuando pasamos los sesenta); de coherencia con la naturaleza (decir que los zorros huelen muy mal ante uno del partido animalista y no te digo afirmar que los toros son una manifestación cultural, en el mismo ambiente)…

Las posibilidades de hacer tonterías son mucho mayores que las de realizar actos plenos de inteligencia. Es muy difícil mantener la atención, los llamados cinco sentidos, mientras se hace una cosa. Ya decía un amigo que era muy difícil hacer bien solo una cosa a la vez. Y ahora presumimos de hacer varias, en realidad de cometerlas.

Si se formulara de manera matemática el campo total de las tonterías posibles podría afirmarse (sin ánimo de exactitud total) que resultaría el producto de las formas de ser inteligente (que cada vez son más según los psicólogos) multiplicado por las posibilidades de actuar de manera no plena en cada una de ella, multiplicado además por el número de habitantes del planeta a lo largo de los tiempos. No es extraño que la Biblia afirme con un tino que nadie discute (ni los ateos más acérrimos) que “es infinito el número de los necios.” En realidad la infinitud corresponde a los actos poco, o casi nada, o nada, inteligentes. Los tontos, desde le punto de vista matemático solo son incontables. No están tan mal las cosas. Pero eso son matices de especialistas. Para la gente normal no hay demasiadas diferencias entre lo incontable y lo infinito: se nos escapa la cifra igual.

Pero lo importante de todo esto es que no hay tontos radicales. No hay nadie con inteligencia cero, ni siquiera con tan poca inteligencia como para hacer solo tonterías. En fin: que todo tiene remedio. Cerremos el año con una consideración animante.

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Julio Montero es Catedrático de Universidad.