Juan de Montoya – Antonio Machado y su obra en Segovia

Magnífica idea la que ha tenido la recientemente premiada Librería Cervantes, de instalar una efigie de Don Antonio Machado a un lado del escaparate, recordando el lugar en el que se paraba con harta frecuencia el poeta, para conocer las novedades literarias. El motivo no ha sido otro que conmemorar el centenario de su llegada a Segovia. Trece años de estancia, desde 1919 a 1932, que le dejaron grabada en su memoria un grato recuerdo, de una ciudad que supo aprovechar sus enseñanzas y su presencia. Prueba de ello es su rápida incorporación a las tertulias y cafés que convocaban los intelectuales del momento, así como su participación en la recién fundada Universidad Popular Segoviana y también los testimonios que ofrecieron muchos de los alumnos que recibieron sus clases de francés en el Instituto General y Técnico, hoy I.E.S. Mariano Quintanilla que conserva con cariño el aula en el que daba clase. Con uno de esos alumnos, mi querido y recordado amigo Jesús, hablaba hace unos años sobre Don Antonio y me contaba lo orgulloso que se sentía de haber recibido lengua francesa, de una figura tan grande como era el poeta sevillano. Si bien es cierto que ese descubrimiento fue tardío, más bien a medida que iban pasando los años y la obra de Machado iba siendo más conocida y valorada por el alumno, que le recordaba como un profesor amable y bondadoso, principalmente en los exámenes y con las posteriores calificaciones. La huella poética que dejó en Segovia, aunque es breve, también es importante, por la belleza de sus textos. Él mismo declaraba: “Soy hombre extraordinariamente sensible al lugar en que vivo. La geografía, las tradiciones, las costumbres de las poblaciones por las que paso, me impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu”. Aficionado a los paseos por la ciudad y sus alrededores, su mente se recreaba con los paisajes y creaba versos que plasmaba en papel, formando magníficos poemas que tienen a la ciudad, sus paisajes y ríos, sus calles y gentes como tema principal. Muchos de sus escritos y obras fueron publicados durante su estancia en Segovia. Aquí escribió la mayor parte de sus obras de teatro y varias cartas que envía a otros escritores y amigos las sitúa en Segovia. En una de ellas, la que dirige a Guiomar, su amor de madurez, declara: “Las noches de Segovia son portentosas, por el brillo de las estrellas y por el silencio”. Muchas otras cartas a ella dirigidas hacen referencia a calles y puntos concretos de Segovia y seguro que varias de sus canciones de amor, fueron escritas desde la soledad de su humilde habitación en la hospedería de la calle de los Desamparados, puesto que su enamoramiento se produjo cuando se hallaba en Segovia: “Hoy te escribo en mi celda de viajero a la hora de una cita imaginaria…”

En sus idas y vueltas hacia su celda, elevaría su mirada hacia las torres de las iglesias que se cruzaban en su camino, escribiendo así: “¡Torres de Segovia, cigüeñas al sol!”

O los versos en los que recoge el mismo sonido de las campanas que hoy suenan en la bella iglesia románica de San Millán:

“En San Millán
a misa de alba tocando están.
Escuchad, señora,
los campaniles del alba,
los faisanes de la aurora.
Mal dice el negro atavío,
negro manto y negra toca,
con el carmín de esa boca.
Nunca se viera
de Misa, tan de mañana,
viudita más casadera”

En una de sus cartas se descubre ulteriormente la esencia de otra poesía que posteriormente la pudo haber escrito: “Hoy he podido pasear por los alrededores de Segovia, la alameda del Eresma, San Marcos, La Fuencisla, el camino nuevo. Espero que por aquí han de aparecer pronto las cigüeñas, señal inequívoca de que el invierno se va”
Y aquí la poesía:

“En Segovia, una tarde, de paseo
por la alameda que el Eresma baña,
para leer mi Biblia
eché mano al estuche de las gafas
en busca de ese andamio de mis ojos,
mi volado balcón de la mirada”

Qué acierto fue colocar en el puente que da entrada a la Alameda del Parral un monolito con los versos anteriores, labrados en piedra. Con ellos nos adentramos en la espesura de la Alameda imaginándonos la figura de este hombre solitario y melancólico que quizás, en este mismo paseo, ideó los aforismos del sabio Juan de Mairena. Y seguramente que al término de ese paseo y a la sombra del Alcázar se le vinieran a la cabeza estos otros versos:

“Otoño con dos ríos ha dorado
el cerco del gigante centinela,
de piedra y luz, prodigio torreado
que en el azul sin marca se modela”

En otra ocasión es el acueducto bimilenario el objeto de sus versos:

“El acueducto romano
– canta una voz de mi tierra-
y el querer que nos tenemos
chiquilla ¡vaya firmeza!”

No sólo Segovia fue objeto de su sentimiento, en “Doce poetas que pudieron existir” atribuye a Lope Robledo esta copla, haciendo referencia a las siete puertas que tuvo la villa medieval de Sepúlveda:

“Tiene el pueblo siete llaves
para siete puertas.
Son siete puertas al campo,
las siete abiertas”

Es probable que mucha de su obra escrita posteriormente, este basada en el recuerdo de esta ciudad en la que estuvo tantos años. Cuántos versos, quizá nunca escritos, le sugerirían los viajes en tren hacia Madrid saboreando el paisaje de la Sierra de Guadarrama, o los fríos inviernos segovianos pasados en la “¡Blanca hospedería celda de viajero con la sombra mía!”

Sería bueno en este año de memoria machadiana, releer sus obras y descubrir en sus versos la pasión por la tierra, el amor de juventud reavivado en la madurez, sentido y expresado como pocos han sabido hacerlo. Muchas de sus poesías nos llevarán con la mente a parajes y lugares concretos de Segovia, aunque no la cite expresamente, que nos ayudarán a valorar y agradecer de este modo la obra de uno de los mejores poetas de España.