Fernando Jáuregui – Hay, tiene que haber, vida tras La Mareta

Pienso que casi nadie se cambiaría hoy por Pedro Sánchez, pese al Falcon y al lujo de La Mareta. Tiene, además de Pablo Iglesias, muchos motivos para el insomnio en un país desnortado, devorado por la pandemia y que ha vivido la crisis política más grave que se recuerda desde el fin del franquismo.

Me llaman de emisoras extranjeras en busca de explicación para lo que pasa en el país más surrealista del mundo y no acierto a darles contestación: tenemos un ex jefe del Estado que permanece como huído (o expulsado, quién sabe) en paradero desconocido y a su hijo, el actual Rey, viendo cómo los errores de su entorno y del propio Gobierno (“o de los gobiernos”, les digo, para su mayor desconcierto) hacen tambalear el trono. Casi nada.

Pedro Sánchez sabe dominar bastante bien sus emociones, como nos ha demostrado en estos casi siete meses de pesadilla desde que formó el Gobierno de coalición que no deseaba formar —eso dijo hasta la saciedad— y cuando comenzó a ocurrir de todo. Pero, estoy seguro de que sus breves vacaciones en el palacio canario no están siendo precisamente tranquilas: no tiene sino que leer los periódicos, de la tendencia que sean, para percibir la inmensa inquietud de un país abocado al peor mes de septiembre de su historia, se mire desde el ángulo de la política, de la economía o de la propia sanidad.

No, ya no caben los discursos de lo bien que se ha hecho todo y, menos, la reiteración de lo cohesionada que está la coalición que integra al Ejecutivo.

Resulta casi un desprecio a la inteligencia de la ciudadanía fingir que nada ocurre entre un PSOE que sabe que tiene que defender la actual forma del Estado y una formación, como Unidas Podemos, empeñada en precipitar, de la mano de Esquerra Republicana y otras fuerzas, la caída de la Monarquía.

Las meditaciones en La Mareta tienen forzosamente que incluir dotar al Gobierno de una mínima cohesión y coherencia. Otra cosa será condenarlo a la parálisis y, con él, conducir a la nación a un caos del que tardaría mucho en recuperarse.

Así están las cosas. Desconocer que la deriva de Unidas Podemos lleva al buque hacia las rocas sería estar ciego.

Claro que no todos los errores pueden atribuirse a los morados y a su falta de lealtad. La semana que concluye ha mostrado que, desde los diversos poderes, se pueden cometer todos los errores posibles, y el caso de la marcha de Juan Carlos I es un ejemplo lacerante: ahí anda quien reinó en España durante casi cuarenta años, quien generó eso que se llama ‘juancarlismo’, prácticamente inválido, con más de ochenta años en estos tiempos de riesgo de contagio de una enfermedad que puede ser letal para alguien de esa edad.

¿Es este el destino que se busca para el hombre que protagonizó décadas de nuestra mejor Historia? Que no digo yo que, tras sus muchos errores -vamos a llamarlo así–, haya que hacer un homenaje nacional a Juan Carlos I; pero la lapidación en público es muy otra cosa.

De La Mareta tiene que salir algo nuevo, algo que nos reconcilie con quienes nos representan, o dicen representarnos. Pedro, no nos falles más.