Eduardo Juárez Valero (*) – La Hermandad de San Ildefonso

De un tiempo a esta parte, mientras disfruto de la conversación con cuántos amigos quieren acompañar a este humilde Cronista en el arte segoviano de gastar vinos, me he ido dando cuenta de lo atados que estamos al presente. De cómo aceptamos que todo lo que nos rodea tiene que ver exclusivamente con la Transición, con el Franquismo, la Guerra Civil Española y la Segunda República. Da igual la conversación que sea, que, tarde o temprano, acabamos enfangados en el General Franco, la represión, la construcción de la democracia, el tardo franquismo, Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos I. Todo, absolutamente todo gira entorno a estos hitos históricos constreñidos en apenas ochenta y cinco años: desde los males de la corrupción deleznable, al autoritarismo genérico que nos consume, pasando por el modelo educativo, los partidos políticos, el sistema sanitario, las autonomías y la multiplicidad de marcos jurídico-administrativos o la seguridad social.

Sobre la seguridad social, he de reconocer que estoy harto de explicar a mis contertulios que no fue creada durante el régimen franquista o, peor aún, que siempre haya existido algo similar. Que el auxilio de los mayores en el momento de dejar el trabajo ha sido una preocupación de los no privilegiados a lo largo de la historia, pero no de los Estados ni de los regímenes señoriales cuando aquellos aún no existían. En puridad, hemos de decir que, si bien la institución recibió ese nombre en la ley de 1966, razón por la cual todo quisque tiende a asociar su creación con el franquismo, la primera noticia al respecto hay que unirla a la constitución de la Comisión de Reformas Sociales de Segismundo Moret, ministro que fue en 1883 del gobierno liberal, que no democrático, de José Posada Herrera, uno de los turnistas junto a Antonio Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta. Con la intención de dar algo de protección a los obreros, abandonados por la mayoría a su suerte, la institución fue cambiando de nombre y estructura, hasta que en 1900 fuera creado el primer seguro social en base a la Ley de Accidentes de Trabajo, siendo todo ya confirmado por el Instituto Nacional de Previsión, constituido durante la presidencia de Antonio Maura.

Más tarde llegarían el Retiro Obrero en 1919 y el Seguro de Maternidad en 1929. Eso sí, todo muy a la española: fachada imponente y edificio vacío. Que la edad de jubilación se estableció en los 65 años cuando la esperanza de vida de los hombres andaba por los 45. Más o menos como si ahora pudiéramos jubilarnos a los 95 años.

Por tanto, presa que somos del presentismo, tendemos a no mirar más allá, como si no existiera mundo antes de la actualidad, de lo contemporáneo. Si he de serles sincero, cuando explico que soy medievalista, siento que alguno me mira como si estudiara ciencia ficción o literatura clásica. Y no se dan cuenta de que la historia es una acumulación de experiencias humanas. Que, siendo como soy aristotélico, no puedo dejar de pensar en la dicotomía causa-efecto que todo lo mueve. Por ello, hay que remontarse más atrás para encontrar el origen del asistencialismo y la lucha por los derechos de los trabajadores mucho antes de que Marx, Bakunin, Kropotkin o Engels, por citar algún socialista, abriera la boca al respecto de lo que interesaba a los pobres y desvalidos trabajadores. En efecto, es fácil encontrar ejemplos de esta perenne preocupación por aquellos que ya no pueden aportar trabajo a la supervivencia familiar mucho antes de que socialismo, anarquismo o, simplemente, el sentido común, alcanzara a los políticos y decidieran dedicar parte de su esfuerzo esquilmando en proteger a los esquilmados. Como imaginarán, la iniciativa originaria no empezó en los privilegiados, sino en los propios trabajadores, los más interesados en sobrevivir al esfuerzo laboral.

Así, ya desde la Edad Media, era frecuente que se asociaran los trabajadores de un mismo palo en hermandades y fraternidades destinadas a la protección de los accidentados, de los enfermos, de los viejos incapaces de trabajar. De los huérfanos y viudas de aquellos que habían dejado su vida en el tajo. Bajo la advocación de un santo o santa patrona, los trabajadores se dedicaban a crear una red de protección para sus iguales en la dedicación diaria, multiplicando por las ciudades y villas la existencia de Cofradías, Hermandades, Fraternidades o Pías Almoinas, en definitiva, asociaciones protectoras del trabajador.

Sin ir más lejos, tal día como hoy, 24 de noviembre, pero de 1742, el Intendente Real, Juan Pablo Galiano, hacía entrega de la vieja ermita de San Ildefonso al Jardinero Mayor del Real Sitio, Salvador Lemmi, y a sus capataces, Mateo Martín y Francisco Hervás, como punto de partida de constitución de la Hermandad de jardineros bajo advocación del Santo Patrón. Confirmada la recepción por el secretario del rey, Juan Bermeta, y el escribano público, Pedro Plasencia, la Hermandad de San Ildefonso inició su andadura en la protección de cuántos jardineros y operarios diversos dejaron su sudor, sus años, su vida, en la conservación y protección del Jardín del Rey, corazón del Paraíso en el que tengo la suerte de vivir con mis vecinos, llegando su actividad hasta el presente, al estar integrada la Hermandad en la actual Junta de Cofradías del Real Sitio.

Y, aunque uno sea feliz de contar con unas instituciones más que solventes en lo que a la seguridad de un servidor se refiere, sigo echando en falta aquella fraternidad entre trabajadores que nos hacía desvivirnos por la seguridad de la compañera, compañero o de su familia.

Sé que son otros tiempos, que todo pasa, nada queda y sólo nos queda pasar, pero sigo añorando algo de aquello en mi entorno laboral. Cosas de ser medievalista.
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(*) Cronista Oficial del Real Sitio.