Eduardo Juárez Valero (*) – La escalera de Juan Fernando

Una de las características esenciales de un Paraíso es que nunca termina de mostrar todas las joyas que atesora, las que tiene, las que tuvo y las que, en un futuro, tendrá. Esta curiosidad atemporal en la que se mueven estos privilegiados paisajes nos permite posicionarnos en un vórtice donde pasado, presente y futuro conviven con una naturalidad que raya en lo inquietante.

Sale uno de su casa, construida en a finales del siglo XVIII por un comerciante británico y se detiene para ceder el paso a un vehículo justo en el lugar donde se reunían los casetones de los carniceros a principios del siglo XIX, a un lado, y las casuchas de las pobres mujeres enamoradas, justo frente a los dos cuarteles militares principales del Barrio Alto del Real Sitio. Sigues andando, camino del Jardín del Rey y te cruzas por el precioso Jardín del Medio Punto, iniciada su construcción durante el reinado de Isabel II sobre la impactante plaza barroca diseñada por Teodoro de Ardemans y la consiguiente retahíla de arquitectos que le sucedieron; para acercarse a la plazuela del Mercado de frutas y verduras donde, hace no muchos años, José María Tasso y Cuca nos alegraron la vida en su taberna y Valentín nos deleita con ediciones gigantes de mi adorado Tintín.

Resulta, como pueden ver, muy sencillo percibir esa atemporalidad del Real Sitio, donde todo confluye y, con un poco de imaginación, todo es posible. Y, aunque este súper poder es más que evidente en todo el Paraíso, hay dos lugares donde la sensación es más que evidente e inevitable para el que suscribe. El primero de ellos se encuentra dentro del Jardín del Rey y lo descubrí gracias a mi querido amigo Juan Fernando Carrascal Vázquez. Ingeniero dedicado a preservar el paisaje del Real Parque y jardín del Palacio Real de San Ildefonso, lleva ya tantos años a su servicio que es muy difícil disociarle del paisanaje que tanto aprecia. Es ya tan del Real Sitio que uno no sabe dónde empieza el jardín y donde termina Juan Fernando. Tan mimetizado está con la floresta de mi querido Paraíso que no se asusten si algún día me encuentran debatiendo con una secuoya o con la sófora japónica. O con los setos mustios del laberinto o uno de esos pobres castaños atacados por la socarrina o la cameraria. O por las dos a la vez. Si llega el caso, fíjense bien. No serán ramas lo que mueve el viento, sino las manos de Juan Fernando gesticulando y mostrando algo reseñable a este humilde Cronista.

Fue gracias a este Ent, que diría Tolkien, que me encontré con el vórtice de la Escalera de Gazón. A decir de Juan Fernando, René Carlier diseñó una transición tal entre el Jardín del Rey y el Parque, que la impresión resultante sobrecogiera a todos aquellos quienes, como nosotros, tuvieran la suerte de hallarse en aquel lugar. En efecto, la escalera en cuestión contaba con dos puertas compuestas por jambas pétreas y arcos vegetales. Entre ellas se abría la escalera propiamente dicha, formada por peldaños de césped y dividida en dos tiros, dejando entre ellos un hermoso parterre. De modo que quien transitaba del parque hacia el jardín lo hacía a través de un arco vegetal y descendía por una alucinante escalera de fresca y mullida yerba, a la vez que divisaba la totalidad de las partidas de palacio.
Para mi desgracia, esa imagen no pasó del siglo XIX y hoy conforma uno de los planos temporales del Paraíso. Ahora bien, Juan Fernando anhela poder recuperar la Escalera de Gazón y dejarla finiquitada como legado a sus muchos esfuerzos pasados y presentes en la preservación del jardín barroco de René Carlier y Esteban Boutelou. Yo también lo espero. Poder descender por semejante dislate de escalera, admirando el parterre de Andrómeda y viajando en un segundo a los pasos dados por Carlos III en ese mismo lugar. O los empeñados por Luisa Isabel de Orleans mientras trataba de dejar atrás la locura. O por la reina niña, Isabel II, persiguiendo ardillas con su carabina.

Si les soy sincero, ansioso estoy de poder hacerlo. Sepan que la semana pasada pasé por allí y han empezado a despejar la zona de árboles y arbustos invasores.
Ya queda menos, Juan Fernando.
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(*) Cronista Oficial del Real Sitio.