
La pandemia supuso un baño de realismo para la sanidad española. Evidenció sus virtudes y, por qué no decirlo, sus defectos. No es momento de realizar un análisis sosegado y riguroso sobre las distintas facetas de la cuestión, desde las políticas desarrolladas por el Gobierno central y los Ejecutivos regionales a la necesidad de dotación en infraestructuras sanitarias y en personal. Pero habrá que acometerlo. También deviene conveniente trasladar el mismo análisis hacia otros niveles sanitarios, fundamentalmente en lo referido a la atención primaria y, específicamente, a los consultorios rurales. Sin apasionamientos, sin visiones reduccionistas o estrategias políticas que poco ayudan; uniendo la eficiencia en la prestación de los servicios al derecho personal a la sanidad pública. Incidimos en que habrá tiempo para una reflexión más detallada, porque nadie duda de que la educación y la sanidad son dos pilares básicos de una sociedad desarrollada.
Pero en donde no cabe un ápice de duda es en el papel desarrollado por los sanitarios en la pandemia. Solo cuando las vacunas han hecho efecto —y, afortunadamente, la responsabilidad del pueblo español ofrece en este momento altas dosis de vacunación— la incidencia hospitalaria ha bajado. Los sanitarios han estado en máxima tensión laboral más de un año, por lo tanto. Es socialmente difícil de encajar que, cuando la inflación de camas y puestos en UCIs ha descendido; cuando se han retomado intervenciones de otras enfermedades, patologías o dolencias que habían sido postergadas ante la urgencia de la lucha contra la maldita pandemia, nos desayunemos con una huelga que ha afectado a casi la práctica totalidad del personal de enfermería y por lo tanto ha vuelto a postergar —esta vez por causas laborales— las necesarias intervenciones.
Es pronto también para realizar un análisis de la situación, y para atribuir a cada cual el grado de responsabilidad que le corresponde. Porque las negociaciones todavía están abiertas. Pero la pregunta que surge es inevitable: ¿No se podía haber evitado? ¿Por qué no ha sido posible un diálogo fructífero antes del obligado por una declaración de huelga? Un paro laboral es siempre una iniciativa drástica. Se presume que quienes lo convocan lo utilizan como última medida ante el cierre de otras vías. Como se decía, es una presunción. Pero si antes se elogiaba la responsabilidad del personal sanitario en el desarrollo de la pandemia, nada hace suponer que el ánimo haya cambiado en escasamente unos meses. Tampoco parece muy lógico que si con anterioridad las posturas estaban lo suficientemente enfrentadas como para que no fructificara siquiera un atisbo de diálogo, parezca ahora que quien antes se mantenía en su propuesta, ahora, tras el éxito de la convocatoria, haya podido cambiar de parecer. La rectificación siempre es cosa saludable, tanto como la responsabilidad y la cintura a la hora de la negociación, aunque no resulte muy comprensible que lo que ayer era imposible hoy tenga visos de factibilidad. En otros campos puede valer la estrategia negociadora, en la sanidad los márgenes, sin embargo, se estrechan. Y repetimos que solo aludimos a las evidencias externas, porque tampoco es que haya habido mucha transparencia sobre en dónde residen las discrepancias y en qué medida se producen, que deben haber sido muchas y grandes para propiciar una huelga con tanto seguimiento.
La conversión del Hospital General en un Hospital Universitario es una magnífica noticia
No debe empañar siquiera esta circunstancia el anuncio oficial de la ampliación de la infraestructura hospitalaria general en Segovia, que tan necesaria se evidenció durante la pandemia. Tampoco los pasos cada vez más seguros en la implantación de la Facultad de Enfermería. Fue esta una reclamación que este periódico encabezó hace algo más de un año y que, incluso, alguna reticencia inicial contabilizó. Afortunadamente sin recorrido. La conversión del Hospital General en un Hospital Universitario es una magnífica noticia. Esperemos que más pronto que tarde se verifiquen los siguientes pasos. Esperemos que más pronto que tarde se solucionen los desencuentros entre las partes hoy en conflicto en el caso de las enfermeras. Esperemos también, y por último, que la reforma de la atención primaria pueda realizarse sin trágalas y uniendo eficiencia a servicio.