Juego de tronos

Es poco gratificante el espectáculo político al que asistimos en los últimos días. La política no puede convertirse en el diseño de distintas jugadas planteadas como si se estuviera ante un tablero de ajedrez y que al final acaban en un simple intercambio de cromos y de puestos. Ni se deben utilizar las instituciones ni los mecanismos constitucionales para dirimir situaciones personales o de partido. Eso es simple y llanamente pervertir la democracia y alejar a los ciudadanos del sistema parlamentario en el que los partidos políticos son pieza clave. Que el Consejo General del Poder Judicial no se haya renovado por una falta de acuerdo entre los dos grupos mayoritarios por un quítame allá unos nombres es tan negativo para la salud del sistema como que un vicepresidente del Gobierno utilice su posición institucional para atacar a la más alta Magistratura del Estado, o que PSOE, PP y Cs se abran espacio en el escenario político con adquisiciones de voluntades ajenas, mociones de censura o anticipos electorales.

«Todo vale para conseguir el poder, o para mantener el poder»

Si esto ya de por sí resulta poco gratificante aún lo es más, y elevado a la potencia que se quiera, que se lleve a cabo en una época de pandemia y de crisis económica galopante. Es lógico que los partidos, como todo colectivo, padezcan problemas, pero es inaceptable que la forma de solucionarlos sea utilizando instrumentos jurídicos o instituciones cuyo fin es lograr la estabilidad, y no provocar con su uso lo contrario. El todo vale para conseguir el poder, o para mantener el poder, es por desgracia el mayor indicador de la patología que sufre la democracia de un país. Es esto lo que disminuye la plenitud de esa democracia, tanto como equivocar lo que es libertad de expresión con enaltecimiento del terrorismo o con actos que atacan los derechos de los demás —caso del rapero Hasél o de las manifestaciones violentas—, error en el que habitualmente cae el vicepresidente segundo del Gobierno.

La perversión llega a extremos que traspasan cualquier línea roja. ¿Cómo puede ser que una moción de censura supuestamente destinada a evitar la corrupción —en Murcia— sea instada por un cargo —secretario regional del PSOE— investigado por prevaricación? ¿Es razonable que la presidencia de las Cortes catalanas la ocupe una persona imputada por adjudicación irregular de varios contratos, que pueden derivar en una condena por cuatro ilícitos penales diferentes?

«El crepúsculo de las ideologías tradicionales no ha traído la tecnocracia sino el tacticismo»

Un país no puede estar permanente encima de un volcán, ni su suerte descansar en el juego de la oca. El cuerpo social es muy parecido al humano: necesita para su desarrollo estabilidad y armonía. El crepúsculo de las ideologías tradicionales no ha traído la tecnocracia sino el tacticismo, los juegos de salón en el que se intercambian acuerdos puntuales y prebendas públicas, la ideología laxa, endeble, que lo mismo pacta con extremistas que con centristas, igual con filoetarras que con quien tiene entre su objetivo la ruptura no solo del Estado, sino del concepto y de las bases históricas de la nación española. En ese panorama es entendible que quien fuera jefe de gabinete de un presidente autonómico del PP hoy lo sea de la máxima autoridad de un Gobierno de socialistas, Podemos e IU.

Ante este escenario, no es de extrañar que —desgraciadamente— surjan sectores contestatarios con el sistema, se engrose cada vez más las filas de la abstención, crezcan los rupturistas o se viva el resurgir potente de los populismos. Y todo ello con una pandemia terrible y palideciendo la Europa liberal y socialdemócrata del pasado ante el auge de Estados como China y Rusia en donde los derechos humanos no forman parte del ADN político y sí el capitalismo más feroz e inhumano. Malos tiempos que algunos se empeñan en estropear aún más.