
El cese de la concejala Gina Aguiar ha sido la crónica de una muerte anunciada. Si no fuera porque la expresión es muy manida no habría mejor manera de explicar una situación en la que los actores solo han dado su brazo a torcer acuciados por las “circunstancias”. Esas “circunstancias”, que según la alcaldesa determinan cada momento político, no son otras que la ruptura del pacto de gobierno y por lo tanto la inestabilidad en el Ayuntamiento de la capital segoviana. Era mucho, en estas “circunstancias”, lo que estaba en juego, y no solo de cara a los próximos dos años, sino a más largo plazo. El simple hecho de que inicialmente se anunciara un cese y no una dimisión es una muestra de la tensión externa e interna que han debido de vivir en los últimos días los protagonistas de los acontecimientos.
Este periódico aboga y abogará siempre por la estabilidad de las instituciones, de todas las instituciones que conforman la armadura del Estado español. En los primeros esbozos del ‘caso Aguiar’ dimos nuestra opinión de lo que creíamos un caso aislado y producto más de la torpeza y del modo de hacer negligente y general en muchas administraciones que de una intencionalidad prevaricadora. Pero con esa misma legitimidad adujimos que una torpeza repetida termina convirtiéndose, en el mejor de los casos, en un ilícito de consecuencias administrativas y políticas. Desgraciadamente, el tiempo nos ha dado la razón. Lo que no se comprende –y se podía haber evitado- es la retahíla de declaraciones y aseveraciones tajantes que a la postre han quedado evidenciadas por los hechos y las “circunstancias”. Tanto sostenella y non enmendalla, hasta escasamente 24 horas antes del cese, han dañado la imagen de algunos actores del gobierno municipal. La, por otra parte, loable lealtad de la alcaldesa hacia un miembro de su equipo, va a suponer un desgaste personal y político inevitable cuyas consecuencias todavía hoy son difíciles de predecir. Porque, estas sí, dependen de las “circunstancias” futuras. Que el caso se ha haya alargado tanto y, además, que se haya conducido de una manera no muy afortunada hacen prever que su resolución se prolongue más de lo debido. No correrá peligro el pacto de gobierno, porque uno de los socios ya ha conseguido lo que pretendía, pero no creemos que el mismo espíritu anide en los miembros de la oposición. No es, pues, el mejor panorama para una ciudad que, como toda España, todavía sufre con crudeza los embates del coronavirus y no goza de la solidez financiera deseada.
¿Qué hacer entonces? Obviamente ensanchar el alcance de acuerdos con el resto de grupos políticos
¿Qué hacer entonces? Obviamente ensanchar el alcance de acuerdos con el resto de grupos políticos. Bueno sería que los proyectos clave de la ciudad contaran con un amplio consenso institucional, lo que proporcionaría, por lo menos a iniciativas que ahora están en juego o principiando su desarrollo, la estabilidad necesaria para conseguir buen puerto. No somos ingenuos ni desconocemos las leyes de la política, y más cuando se ha olido la sangre y la legislatura ya inicia su camino hacia abajo tras traspasar su ecuador. Pero lo mismo que cada cual juega sus bazas, lo mismo será responsable de sus actos ante los ciudadanos. En el panorama político español sobran las cartas marcadas, el tacticismo y la dictadura de las “circunstancias”, que en ocasiones encubren un interesado cambio de criterio. La alcaldesa debería llamar a cada uno de los portavoces e intentar buscar puntos comunes por el bien de la ciudad en estos momentos de zozobra. Aunque, quizá, lo primero que sea conveniente es que despeje ante todos su propio futuro personal.