
Es este un año de fácil balance: cualquier conclusión está marcada por la broza podrida que ha dejado en nuestras vidas la pandemia. Hasta hace unos días ni siquiera hubo un resquicio para la esperanza: el comienzo de la vacunación permite despejar los fantasmas que suelen acuciar en la noche, cuando la ausencia de luz impide vislumbrar un horizonte despejado. Es difícil conocer a alguien que no haya sufrido en la cercanía las dentelladas de esta tragedia que ha llevado el nombre de coronavirus. Solo dentro de unos años, cuando el suelo acabe de moverse, sabremos hasta qué punto nuestra manera de concebir las relaciones humanas, y la propia vida, se ha trastocado. Es la consecuencia de los terremotos inesperados.
La pandemia se ha cebado en la salud, aunque también en la economía. Es desolador leer que el 59,5% de los españoles en edad de trabajar conforma eso que se denomina “la mayoría invisible”, un colectivo formado por desempleados, trabajadores inseguros o en procesos de regulación de empleo, personas en riesgo cierto de pobreza e inactivos. Tenemos la enorme fortuna de pertenecer a una comunidad, como la Unión Europea (UE), en donde la protección social forma parte de los cimientos de una sociedad, que ya vivió, tras la II Guerra Mundial, un cataclismo económico. El maldito coronavirus ha puesto en evidencia en España la activación del otro “escudo social”, aquel cuyas políticas no dependen directamente de una administración, y que ha permitido complementar las medidas gubernamentales para la protección del empleo. Siguen faltando, no obstante, en nuestro país unas directrices claras para abordar tanto el futuro a corto como a medio plazo. Más que incidir el presidente Sánchez en lo que se ha hecho debería, y en sede parlamentaria, desgranar las políticas económicas que se van a seguir en los próximos tres años: nunca en su historia ni el Banco Central Europeo ni la propia UE han propiciado un marco fiscal tan expansivo y cómodo. Pero no basta con disponer de recursos, se requieren acciones y criterios claros para su gasto; y que no correspondan a obligaciones partidistas coyunturales.
Por desgracia, este 2020 también ha conocido el periodo político de mayor inestabilidad y divisionismo de los últimos 42 años. Un presidente más atento a las comparecencias mediáticas que parlamentarias; un Gobierno dividido; unas comunidades autónomas a la greña; una oposición a la que le ha costado saber cuál es su hoja de ruta y su propio significado y, para colmo, un antiguo Jefe del Estado que ha emborronado una trayectoria institucional impecable con tejemanejes como poco propios de un nuevo rico han marcado el peor año de nuestra historia reciente. Por mal que vaya el próximo, la posibilidad de empeoramiento general es complicada. Todavía nos queda al menos un trimestre muy difícil. Las predicciones económicas, siempre de la mano de las sanitarias, no prevén el repunte, y fuerte repunte, hasta el tercer trimestre del 2021. Nosotros esperamos seguir aquí, junto a ustedes, con la misma fortaleza y convicción en nuestra tierra con las que iniciamos en 1901 nuestra andadura. Esperamos que el frío deje de corroer las entrañas del alma y que la alegría vuelva a inundar nuestros pueblos, nuestras villas y nuestra ciudad. No podría haber mejor regalo para nuestro 120 aniversario.